Amor en comisaría
Apuntes sobre el daño, que nadie advierte, de las comedias románticas
Fui, por fin, a renovar el DNI, pero no me enamoré. Salí de la comisaría documentada y sin novio. Lo peor fue contárselo a mis amigos, que ya se habían hecho ilusiones.
Lo perdí en la campaña electoral de 2015. Mariano Rajoy era presidente del Gobierno; el Real Madrid había caído en las semifinales de la Champions y el Deportivo se había salvado en el último partido empatando con el Barcelona (ahora están en segunda B). Pero esperando un buen día de pelo para hacerme las fotos, me dio 2021 porque, como recordarán, después de aquellas elecciones cogimos carrerilla, se acumularon los días históricos, llegó una pandemia, el rey Juan Carlos se tuvo que ir de España, hubo una moción de censura y había que sacar el país adelante. En esas condiciones, era imposible levantarse con buena cara para enfrentarse a esas máquinas del demonio que son los fotomatones. Cuando asumí que las ojeras se habían cronificado, me metí en una de esas cabinas implacables, que solo permiten tres intentos y no tienen filtros. Con unas fotos espantosas, reservé cita con la policía y animada por mis amigos, empezamos a escribir el guion de la película.
En nuestras cabezas sucedía esto:
Me recibía un agente guapísimo, con una espalda para entrar a vivir y un sentido del humor excelente. Cuando me pedía el DNI antiguo yo le explicaba toda la historia – las campañas con Rajoy, cuando me llamó por teléfono y yo le colgué cuatro veces seguidas sin querer; lo bonito y lo cansado que es ser periodista; lo poco que puedo ir a Galicia, lo que echo de menos el pan, y las olas, y usted lo entenderá, no es que no sepamos si subimos o bajamos, es que no compartimos información con cualquiera…-. Él se iba enamorando de mí, y yo de él, porque me reía todas las gracias, que es algo fundamental en la convivencia. Antes de irme, me giraba y él me miraba mientras sonaba una música preciosa. Luego me llamaba, me hacía una broma - ¿les hablé ya de su sentido del humor?- y en el siguiente plano ya estábamos comiendo cigalas con unos muñequitos – el de novio, de policía- coronando una tarta de muchos pisos –entre sus amigos y los míos, juntamos un montón de invitados-.
Lo que pasó en la realidad fue:
El policía que me atendió era algo mayor para mí, pero nuestra historia era tan bonita que no me desanimé. Cuando me pidió el DNI antiguo, cometí un error fatal. En lugar de contarle cómo había sido todo, empecé diciéndole que estaba caducado. “Ya, ya lo veo aquí”, me respondió, enfadado, sin levantar la vista de la pantalla. Luego me pidió la foto. Segundo error. Le di las seis que habían salido del fotomatón y la tuvo que cortar él. Todavía sin mirarme me preguntó algunos datos: “¿Vive en A Coruña?”. Ya había perdido toda esperanza cuando apareció otro señor y al decirle, “espere ahí, por favor”, sonó esa música inconfundible. A mí me salió del alma un “¡Eres gallego!” que se giró toda la comisaría, pero él solo dijo: “Sí”. No había nada que hacer. Para colmo, me salí del recuadro de la firma, pero me dio vergüenza pedirle otro papelito. Hice un último intento, cuando me dio el sobre con la contraseña, pero solo me respondió: “Es que ahora son electrónicos”.
A ver qué pasa en 2031.
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