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Kilómetro cero
Columna
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‘Nevacionistas’ y compañía

Seguramente, los terraplanistas comenzaron por algo más pequeño y humilde y se fueron animando

Natalia Junquera
Nieve en el centro de Madrid por el temporal Filomena el pasado 9 de enero.
Nieve en el centro de Madrid por el temporal Filomena el pasado 9 de enero.Samuel Sanchez (EL PAÍS)

Una herramienta muy útil para periodistas es la empatía, porque nos permite generarla. Ser capaces de ponernos en el lugar de otro nos ayuda, en una historia humana, a transmitir una determinada experiencia, y por tanto, a que el lector se conmueva, se identifique o simplemente, la entienda mejor. En una entrevista a un político sirve, también, para anticipar sus respuestas y planear las repreguntas, que es de donde suelen salir los titulares.

Veo los vídeos de los que queman nieve compulsivamente con un mechero para enseñarle al mundo que esa masa blanca acumulada en calles, tejados y terrazas es, en realidad, “puro plástico”. Al principio me hacen gracia. En los grupos de Whatsapp nos reímos de ellos, les llamamos nevacionistas y celebramos nuestra ocurrencia, convencidos de que hemos sido los primeros en ponerles el nombre. Luego trato de entrar en sus cabezas e imaginar todo lo que tiene que pasar ahí dentro. Es decir, si la nieve no es nieve, no cae (del cielo), se lanza (desde el Gobierno socialcomunista, por ejemplo). “Esta mierda que nos mandan” tiene que almacenarse en alguna parte, digamos en unos túneles subterráneos que solo tres personas en el mundo conocen. Para que llegue a nuestras casas, utilizarían unas máquinas secretas, muy potentes, pagadas, naturalmente, con nuestros impuestos y escondidas en el búnker de La Moncloa, junto a Elvis, que no murió, Laika, que no fue al espacio, y el cuaderno de los fondos reservados, con el que se pagó al jurado de eurovisión, y a todos los equipos del mundial de 2010, entre otros supuestos triunfos. Seguramente, los nevacionistas sean también terraplanistas. En estos casos, la gravedad es otro invento socialcomunista; el Sol, papel maché, y el GPS, un ejército de esclavos que mete las órdenes a gran velocidad en un ordenador. Las estaciones del año, otra mentira. Alguien programa los chips que nos han introducido previamente para que pensemos que es verano o invierno y nos comportemos en consecuencia, poniéndonos pantalón corto o abrigo.

Cavilar todo esto lleva su tiempo. Estas personas tienen que estar agotadas y absolutamente frustradas por el hecho de que (casi) nadie les crea. Luego pienso que hay niveles. Seguramente, los terraplanistas comenzaron por algo más pequeño y humilde y se fueron animando. Quizá un día empezaron a sospechar del microondas; otro decidieron que el cambio climático era una moda de histéricas; las denuncias por violencia machista, falsas; las guerras y la miseria en los países de origen de los que se juegan la vida en una patera, un cuento para que se cuelen en nuestro país yihadistas y violadores; Europa, un sueño infantil y carísimo; Marine Le Pen, la mejor amiga; Trump, un mesías amordazado; Las elecciones estadounidenses, un fraude. Rodear, igual que asaltar; 26 millones, el número exacto de españoles que sobran. Y todo, ETA.

Los que están dispuestos a no creer lo que ven sus propios ojos, lo que oyen sus oídos, para defender a uno de los suyos o atacar a uno de los rivales, son muchos más de los que parecen. Crecen. Y eso ya no tiene tanta gracia.

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.

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