Quién te bailará
Ha nacido una nueva fauna de madrileños que deambulan solitarios antes del toque de queda imaginando lo que podía haber sido ese momento
Apago el ordenador. Por la ventana solo entra esa luz rojiza de las farolas de Madrid, entre tristona, provocadora y misteriosa. Compruebo que el móvil está bien cargado y engancho los auriculares. Busco entre la oscuridad el pomo de la puerta, doble vuelta a las llaves y al bolsillo. Subo el volumen hasta el aviso de que es perjudicial para los oídos y me echo a la calle. Un ritual, no pensar en nada, imaginar y escuchar música mientras me abro paso por una ciudad vacía ya de noche.
En estos tiempos de pandemia y oscuros días, me he dado cuenta de que no estoy solo y que ha nacido una fauna de madrileños que salen poco antes del toque de queda con su música a toda pastilla. Sin otro ánimo que deambular y recrear lo que podría haber sido este mismo momento, doblando la esquina que más te guste o más rabia te dé. Gran Vía arriba, Gran Vía abajo. Ahora por Barquillo, luego por Velarde y Quiñones.
Reconozco que esos paseos se han convertido en el mejor instante del día, que sueño desde que me despierto con que llegue la particular ruta del bakalao. Hace muchos meses que no se baila en esta ciudad. Siempre me viene esa idea a la cabeza y suelo acercarme a ver las persianas bajadas de discotecas, clubs, bares, pubs y karaokes en los que hemos sido felices. Fantaseo con la cola para entrar y hago fotos para mis amigos. Whatsapp al canto: ¿Te acuerdas de aquella madrugada?
Los solitarios corremos antes de que se haga medianoche con miedo a la multa. Y entro en casa pensando que Madrid no volverá a ser Madrid hasta que no podamos bailar de verdad.
Pongo canciones que me apetecería bailar desenfrenadamente, canturreo bajito tras la mascarilla. ¿Me estaré volviendo loco? ¿Me creo en un videoclip a golpe de luces estroboscópicas? Un momento. Cruza la esquina una chica que también mueve discretamente uno de los hombros. Al día siguiente, otro solitario paseador por Alonso Martínez va balanceando con ritmo la correa del perro, mientras que minutos más tarde me choco en la plaza del Dos de Mayo con una señora mayor sin rumbo chascando los dedos disimuladamente.
Todas las noches juego a recrear dónde habrán bailado. Esa cara es de estar dando palmas flamencas durante horas en el Candela, esos pasos son de éxtasis de orquesta en las fiestas de La Paloma, esa mirada es de hacer el coro al pianista del Toni 2, esa caída de ojos es de resaca tras menearse en el Lucky Dragon, ese gesto es de suplicar a los amigos seguir en el karaoke de Mostenses.
Rebusco en la lista de reproducción y pongo a reventar a Najwa con Madrid vacío, C. Tangana con Tú me dejaste de querer y Rigoberta Bandini con In Spain we call it soledad. Me imagino que estoy en la sala Maravillas en mitad de la pista y que luego nos vamos al Ocho y Medio. Los solitarios corremos antes de que se haga medianoche con miedo a la multa. Y entro en casa pensando que Madrid no volverá a ser Madrid hasta que no podamos bailar de verdad.
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