Las porosas fronteras de la “bomba vírica” de Madrid con Castilla-La Mancha
La vida en importantes localidades de Toledo y Guadalajara, golpeadas también por la pandemia, no se entiende sin la sombra de la capital y su región
“Allá donde estés, estarás en nuestros corazones”. El sol casi horizontal de la mañana ilumina el rostro impasible de Miriam Vallejo. Un pequeño túmulo de piedras cobija desde el año pasado su foto, salpicada ahora de lluvia terrosa y cada vez más descolorida. 90 puñaladas pusieron fin a sus 25 años. Completan la escena flores de plástico, casi marchitas, en la linde de un camino que separa Meco (Madrid) de Villanueva de la Torre (Castilla-La Mancha). El conocido como crimen de Meco continua sin resolver. El único detenido recuperó la libertad. La Guardia Civil no logró cerrar el caso con la denominada Operación Frontera.
Algunos vecinos van y vienen con sus perros en la mañana de este martes por ese mismo paraje, entre una región y otra, en el que fue asesinada Miriam. Ella residía en Villanueva de la Torre y también paseaba por allí varios perros aquel 16 de enero de 2019. También ahí vive junto a su mujer y su hijo Sergio Mazón, de 43 años. “Villanueva es para nosotros solo un dormitorio”. Este ingeniero sale de su casa en coche a las seis de la mañana y regresa bien avanzada la tarde. Pasa toda la jornada en las instalaciones de Valeo en Fuenlabrada (Madrid) donde coincide con 400 empleados de “todos los sitios”. Está convencido de que es ahí donde se contagió del coronavirus.
Madrid marca a fuego la vida –y a veces la muerte– de todos estos pueblos y ciudades que la bordean. Siempre ha sido así. Y ahora en pandemia, también. Si los datos aprietan en Madrid, también lo hacen a través de sus porosas líneas de demarcación. Las restricciones impuestas en esos municipios fronterizos de Castilla-La Mancha son similares a las que imperan en algunos distritos y localidades madrileñas.
“Las fronteras no existen, son líneas imaginarias de las que no sabe el virus, que se mueve en tren, en autobús, en coche compartido…”, afirma José Luis Blanco, alcalde de Azuqueca de Henares (Guadalajara). Pero, pese a la coyuntura pandémica, “que no exista frontera en nuestra proximidad a Madrid es muy positivo. Es muy bueno en lo económico y social. Vamos a la universidad, los teatros, los museos… Formamos parte de la conurbación de Madrid”.
Azuqueca, con 35.000 habitantes, se encuentra junto a la línea divisoria de ambas comunidades. Ha pasado en una semana de 68 a 92 casos positivos. El Ejecutivo de Castilla-La Mancha habla de “transmisión comunitaria” en esta localidad, en parte, debido a su “relación socio-laboral con Madrid”. En los últimos años, añade el primer edil azudense, se han mudado al pueblo vecinos madrileños de Alcalá de Henares, Torrejón de Ardoz, Coslada o la capital porque la vivienda era más barata.
José Luis Blanco, de 52 años, calcula que un tercio de la población trabaja o estudia en Madrid o acude por ocio a esa comunidad, al menos, una vez por semana. El propio alcalde es un ejemplo. Nació en Madrid pero con seis meses llegó a Azuqueca y esta es su segunda legislatura como primer edil. El pasado 1 de septiembre, Blanco, ferroviario desde hace más de tres décadas, retomó su trabajo como supervisor del AVE, que ahora compatibiliza con las funciones de alcalde. Otros municipios fronterizos presentan datos similares o incluso peores.
En Toledo, la localidad de Yuncos ha visto crecer su tasa hasta los 1.096 casos por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días. En Illescas, otro municipio toledano asomado a Madrid, es de 671. En Guadalajara, a media hora de la capital de España, esa tasa es de 602 y en el segundo municipio de esa provincia, Azuqueca de Henares, de 428. La tasa de Castilla-La Mancha es de 383 frente a los 746 de Madrid, un escalón que no refleja la mala situación de la comarca toledana de La Sagra y el tramo manchego del Corredor del Henares.
“Estuve malo como un perro y tomaba paracetamoles como lacasitos”, rememora el ingeniero Sergio Mazón. Cuando se contagió en marzo se aisló en un dormitorio de su casa pero todavía no se hacían pruebas PCR. Su mujer, Loli, de 43 años y delineante en Mejorada del Campo (Madrid), se pidió vacaciones para cuidar de él. Pero ella, que era la que iba a la farmacia y a la compra, acabó también infectada. El contrato eventual que tenía se esfumó en pleno estado de alarma. La covid-19 también acabó pasando por Yago, el hijo de ambos de seis años. Pleno familiar. La insistencia del virus que mandó a Loli al paro es la que ha servido para que su jefe la repesque ahora de nuevo para cubrir el hueco dejado por un compañero contagiado. Ya está de nuevo yendo y viniendo a diario a Madrid.
A principios de este mes el presidente castellano-manchego, el socialista Emiliano García-Page, levantó una gran polvareda al afirmar tajante que el 80% de los casos de coronavirus de su región proceden de la “bomba radiactiva vírica” que es Madrid. Este lunes, en un tono menos bélico, seguía sosteniendo algo parecido: “Mientras no vaya bien Madrid, nosotros seguiremos estando más en riesgo que quien está más alejado”.
Azuqueca se levanta en el margen de la carretera A2, a diez minutos de Alcalá de Henares, de 195.000 habitantes. La vida transcurre con aparente normalidad pese a las restricciones imperantes. Blanco, regidor socialista con mayoría absoluta, ha ordenado colgar por todo el pueblo 25 pancartas que piden cautela a una población que debería estar celebrando sus Fiestas de Septiembre hasta el próximo domingo día 27: “Estas fiestas las celebramos con el corazón”.
Sin apagar el motor de su camión, Gabriel se baja para repartir pan y bollería a una cafetería local. Este hombre de 42 años vive en Alcalá y su ruta va desde Madrid hasta Pioz (Guadalajara). A unos metros, al otro lado de un parque que permanece precintado, se encuentra el centro de salud. Es un edificio grande inaugurado en 2007 que concentra tanto la atención primaria como las especialidades. Un celador filtra y ordena el acceso de los que hacen cola en la puerta principal. A medio centenar de metros de allí se ha habilitado una puerta de emergencia por la que entran las personas que acuden a realizarse la prueba PCR para detectar el virus y que en ningún momento coinciden con las personas que van por otras patologías.
La llegada del reportero coincide con el turno de unos padres con sus dos hijos. Él es Gregorio Rincón, vecino de Azuqueca pero que trabaja de jefe de mantenimiento en el campo de golf de El Encín de Alcalá de Henares. Elena y Mónica, ambas enfermeras de 22 años, tienen un listado de 125 personas citadas para realizarles el test entre la mañana y la tarde. La primera vive en Azuqueca, a cuyo centro de salud acude días sueltos, pero trabaja en el hospital de Alcalá, ciudad en la que estudió.
En efecto, “hay un trasiego constante”, reconoce Julio Cuevas, de 61 años, coordinador de atención primaria en Azuqueca y presidente del Colegio de Médicos de Guadalajara. “La primaria en la zona de Azuqueca no está colapsada pero sí apretadita”, añade. Las barras de los bares están clausuradas por las restricciones y, sentado en la mesa de una terraza, Cuevas recibe con una sonrisa las pullas en forma de broma de una camarera que lo conoce y le trae el café con leche: “Llevo 20 minutos al teléfono para pedir una cita”.
Muy cerca de donde fue asesinada Miriam Vallejo y donde su foto espera la resolución del caso, el alcalde de la localidad sitúa su gran apuesta económica en el asalto fronterizo a Madrid. Se trata del proyecto ALMA Henares (Área Logística Meco Azuqueca), con una extensión de 356 hectáreas, 97 de ellas en Azuqueca, y una inversión prevista de unos 1.000 millones de euros. Se trata, según la web municipal, de una “singularidad que va a permitir saltarse las fronteras municipales y autonómicas”. No todo van a ser contagios.
La rastreadora que tira la toalla
“Mami hace mucho que no te vemos sonreír”, le dicen sus hijos. Alba Herrada, enfermera de 37 años con 11 de experiencia, ha decidido que no va a volver a ser rastreadora. Ha trabajado en la zona de salud del municipio toledano de Illescas, junto a Madrid, entre los meses de mayo y agosto. Finalmente pidió la baja por ansiedad. “Han llegado a amenazarme por no hacer una PCR. He trabajado antes en psiquiatría o en cuidados paliativos, pero como esto, nada. No pienso volver”, añade esta madre de cuatro hijos. Gran parte de su trabajo consistía en realizar seguimientos a personas que iban y venían entre Toledo y Madrid. “He tenido gente que convivía con un positivo en Yuncos (Toledo) e iba a depilarse a Getafe a un centro de estética que acabó cerrado”. Pero insiste en que, pese a todo, su compromiso como sanitaria no acaba ahí. De hecho en octubre se incorpora a una planta para pacientes covid-19 habilitada en un hospital de Toledo.
Información sobre el coronavirus
- Aquí puede seguir la última hora sobre la evolución de la pandemia
- Así evoluciona la curva del coronavirus en España y en cada autonomía
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.