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Las 10 de... Joaquín Sabina

El de Úbeda hizo el himno de esta ciudad en el siglo XX (‘Pongamos que hablo de Madrid’) y renovó sus votos de fidelidad de cara al XXI (‘Yo me bajo en Atocha’)

Joaquín Sabina
Joaquín SabinaJAVIER SALAS

Madrileñísimo cual madroño, por más que el DNI certifique su cuna en Úbeda. A Joaquín Ramón Martínez Sabina le contemplan 71 febreros, casi 20 discos de estudio y tantas canciones indispensables que esta selección, como cualquier otra, es un suicidio. Pero alguien que hizo el himno de esta ciudad en el siglo XX (Pongamos que hablo de Madrid) y renovó sus votos de fidelidad de cara al XXI (Yo me bajo en Atocha) debía desfilar, sí o sí, por esta página.

Calle Melancolía

(De Malas compañías, 1980)

Antes había habido un debut discográfico desde Londres (Inventario, 1978) del que será mejor olvidarnos. Es aquí, con la maravillosa canción que abre su segundo álbum, donde se cimentan las señas de identidad sabinianas: poesía desbordante, paisanaje urbano, mirada incisiva, hálito de tristeza y, claro está, ese deje dylanita en la sucesión de estrofas sin estribillos. Melancolía de un chico de provincias que acababa de desembarcar en Madrid, a sus 29 años, bajo la dirección musical de Hilario Camacho; de aquella, amigo íntimo y referente en el manejo de la guitarra.

Adivina, adivinanza

(De La Mandrágora, junto a Javier Krahe y Alberto Pérez, 1981)

La leyenda del primer Sabina se cimentó entre las cuatro paredes de un sótano de la Cava Baja. La Mandrágora, minúsculo bar de copas con música en directo, acogió docenas de encuentros de tres pájaros que jugaban al contraste entre sus perfiles: el cínico y mordaz Krahe, la ternura sentimental de Alberto Pérez y Sabina como el malévolo y noctámbulo. La química era brutal, más aún tras una escandalosa comparecencia (21 de mayo de 1981) en Esta noche, el programa de Fernando García Tola en TVE. En aquel garito de Lavapiés popularizó Joaquín este prodigio cáustico en el que habla en clave sobre cierto dictador militar ya fallecido. La incógnita no era muy difícil de despejar, a juzgar por las carcajadas del público.

Rebajas de enero

(De Juez y parte, 1985)

Inaudito. Un Sabina de radiofórmula, con ese sonido tan frío y efectista de la época, se cuela en Los 40 con una canción pintoresca, vista desde hoy: nunca una canción de nuestro protagonista fue tan feliz ni volvería a acabar tan bien (“No hay nada mejor que encontrar un amor a medida”). Hoy casi nadie la recuerda ni reivindica, pero palabra que de aquella se canturreó hasta la saciedad.

Pongamos que hablo de Joaquín

(Luis Eduardo Aute, en Joaquín Sabina y Viceversa en directo, 1986)

El estirón definitivo de Sabina acontece las noches del 14 y 15 de febrero de 1986 con la grabación de un doble disco en directo en el hoy extinto Teatro Salamanca. Joaquín actualiza repertorio y congrega a cuatro amigos de estética dispar, Ricardo Solfa, Javier Gurruchaga, Krahe y Aute, que compusieron canciones ad hoc. La campanada la da Luis Eduardo, escoltado por su inseparable Luis Mendo para dejar este primer gran piropo musical al jienense. Ah, en 2018 podemos consignar otro, de título bien parecido: Pongamos que hablo de Martínez, de Jorge Drexler.

Pacto entre caballeros

(De Hotel, dulce hotel, 1987)

Una cumbre en la faceta de cronista del lumpen y creador de grandes historias en torno a perdedores, no se sabe si verídicas, inventadas o inspiradas en hechos reales. Esta joya relata cómo tres quinquis iban a atracar a Sabina, pero, al reconocerle, prefieren llevárselo de juerga y con los gastos pagados a un puticlub. A cambio, le piden que inmortalice el trance en una canción. El episodio real fue menos peliculero. Tres ladronzuelos acababan de asaltar a un viandante y se dirigían hacia él para desplumarle igualmente, pero exclamaron: “Ah, Sabina. Tú puedes pasar, que a ti sí te conocemos”.

Con un par

(De Mentiras piadosas, 1990)

Una de las mayores desilusiones que ha sufrido Sabina fue la muy tibia acogida de este single, un jocoso homenaje a El Dioni, aquel vigilante jurado que en 1989 huyó a Brasil con los casi 300 millones de pesetas que custodiaba en su furgón blindado. “Le dedicamos horas y más horas. Queríamos que sonara a salsa auténtica, pero lo conseguimos a medias: somos payos, no gitanos”, desvela Pancho Varona, guitarrista y coautor de la música. Y añade: “Puede que hoy Joaquín ni se acuerde de la canción, pero en su día pensó que sería importante”. El tesoro de aquel disco acabó siendo el medio tango Con la frente marchita, lastrada entonces por unos teclados espantosos.

A la sombra de un león

(A dúo con Ana Belén. En Mucho más que dos, 1994)

Ana ha sido la gran privilegiada en los préstamos de canciones de Sabina. Esta, con la Cibeles como gran protagonista (aunque Sabina sea uno de los más ilustres colchoneros), se la entregó en 1988 y él nunca se ha atrevido a grabarla en solitario de manera oficial. Debemos recurrir a este dúo en directo, o, si queremos una lectura mucho más insólita, a la versión de 2003 junto al recientemente fallecido Víctor Víctor, a ritmo de bachata dominicana. Ojo, buena parte de A la sombra… salió de la pluma de un barcelonés, Josep Maria Bardagí, ilustre guitarrista de Serrat. Sabina la mejoró muchísimo, pero en el original de Bardagí ya habitaba un loco que se acaba de escapar de Ciempozuelos…

Y sin embargo

(De Yo, mí, me, contigo, 1996)

Fascinante historia de amor superlativo e inquebrantable por una mujer a la que, “sin embargo”, el cantante no puede dejar de serle infiel. Y eso le tortura y le lleva a pedir disculpas, al tiempo que insiste en la imposibilidad de resistirse a la efímera tentación de la carne. La canción número 1 en las preferencias de los seguidores de Sabina, al menos según las miles de respuestas que Pancho Varona obtuvo en una encuesta que planteó en septiembre de 2019 a través de Twitter.

De purísima y oro

(De 19 días y 500 noches, 1999)

¿La mejor canción de Sabina? Si le preguntamos al interesado, nos responderá que sí. Hito en su última gran obra maestra y abrumador despliegue poético sobre la España de la posguerra. Hay que frisar las siete décadas y haber vivido en la piel de toro para comprender todas las alusiones a la vida cotidiana de aquellos años plomizos. De hecho, y pese a su esplendorosa musicalidad, Joaquín se ha resignado a no cantarla en América: nadie la entiende al otro lado del Atlántico.

Y además…

(Pasión Vega. De Banderas de nadie, 2003)

Otro regalazo de Sabina, homologable a los de Ana Belén pero muchísimo menos conocido. Letra con el ADN de Joaquín en estado puro (“He velado una vela sin tarta”) y música que en su estribillo se inspira, y mucho, en Woman, el éxito de Neneh Cherry. Nos lo confiesa el propio Varona, conste.

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