Marcos incomparables en el barrio de las Letras
El restaurador Juan Carlos Fernández está al frente de Heredero de Crispín, que ha recuperado la técnica decimonónica del enmarcado en papel
¿Un comercio de toda la vida o un gabinete de curiosidades? Entre estas dos descripciones se debatirá cualquiera que atraviese la puerta de este local ubicado en el número 25 de la calle Moratín, en pleno barrio de las Letras. Heredero de Crispín no es ni una cosa ni la otra, pero su apariencia tampoco es fruto de la casualidad. El nombre remite al de un negocio familiar que ha pasado de generación en generación y la dedicación con la que Juan Carlos Fernández lleva a cabo su oficio –el de la enmarcación y la restauración– bien podría hacernos pensar que lleva aquí un buen puñado décadas, aunque lo cierto es que abrió en 2014.
Tal ha sido su éxito emulando la apariencia de un comercio tradicional que ha logrado despistar a su propia clientela e incluso a los vecinos. “Mucha gente se piensa que yo soy Crispín, que llevo aquí toda la vida e incluso me han llegado a decir que conocieron a mi padre”, cuenta Juan Carlos con una sonrisa. El Crispín que da nombre a la tienda tampoco existió jamás, o al menos no más allá de la imaginación de Leandro Fernández de Moratín: Eleuterio Crispín de Andorra es uno de los personajes creados por este escritor madrileño. “Como la tienda está en la calle Moratín, busqué uno de sus personajes y este me hizo gracia. Además, antes de abrir, entre los escombros del local encontré un dibujo de una figura a la que bauticé como Crispín. Fue como hacer literatura de la nada”.
El dibujo de ese Crispín imaginario cuelga ahora de las paredes de la tienda junto a otros pequeños tesoros: una gorgonia, un cartel del metro de Nueva York de los años 60, una colección de cromos de generales del ejército inglés que venían en las cajetillas de tabaco de los años 50, varios carteles educativos Macmillan de los años 30… Todos ellos, enmarcados con mimo, sirven de muestrario para que el público vea lo que son capaces de hacer aquí. En principio, un marco sirve para proteger la obra que va dentro, pero también tiene un componente estético. Como explica Juan Carlos, “Un buen marco te puede convertir una chorradita en algo importante. Ahora, te tienes que fijar en lo que hay dentro, que el marco lo resalte, pero que no se lo coma”.
Juan Carlos es restaurador de pintura y, hasta la crisis de 2008, trabajó para diferentes entidades, viajando de ciudad en ciudad. “Cuando llegó la crisis, la restauración fue de las primeras cosas que desapareció del mapa y por eso me transformé en enmarcador. Con la enmarcación sigo estando en contacto con las obras y al final he aplicado muchas cosas de la restauración a mi oficio actual”. De hecho, además de enmarcar, en Heredero de Crispín se restauran lienzos, tablas y alguna escultura, aunque también han lidiado con piezas más singulares, como animales disecados. “Una vez me trajeron una colección de crustáceos del XIX que se habían caído y había que recomponer. Eran un amasijo de restos, como un puzzle”. También asumen trabajos que otros sitios no quieren hacer por su complejidad o su rareza. Por ejemplo, en el pequeño taller de la tienda –cuentan con otro más grande en Carabanchel–, junto a los encargos habituales de fotografías o láminas para enmarcar, se atisba una escultura de arte contemporáneo que tiene que ir colgada en el aire, por lo que les han pedido una estructura que consiga que la pieza “flote”.
Hacen enmarcados tradicionales en madera, pero si hay algo que caracteriza a Heredero de Crispín es el enmarcado en papel, una técnica que han recuperado en pleno siglo XXI pero que data del XIX. Se cree que surgió en Inglaterra, asociada a las miniaturas y a las primeras fotografías. Dicho así, enmarcar en papel podría parecer tarea fácil, pero la cosa lleva mucho más trabajo del que imaginamos y hay que tener mucha maña y paciencia para hacerlo bien. De ello da fe Julia, toda una maestra del enmarcado, con más de dos décadas de profesión a sus espaldas, que se encuentra en plena faena en el taller y asegura que el marco de papel es más laborioso que uno estándar de madera. A pesar de ser una técnica de hace más de un siglo, el resultado es de lo más lucido y contemporáneo. En España, al parecer, fue muy popular en la posguerra por lo económica que resultaba.
Claro que, no todos los objetos que uno quiere conservar se pueden meter en un marco, por eso, en Heredero de Crispín también hacen urnas de mesa y de pared, que no dejan de ser una suerte de marcos en tres dimensiones. Juan Carlos fabrica estas urnas en cristal con su encintado en papel, como hace con los marcos. “Así se hacían antiguamente en los gabinetes de curiosidades, antes de empezar a usar madera y otros materiales. El papel es muy versátil, porque se adapta a todo”. Estos han sido, seguramente, sus encargos más singulares –sin menospreciar el puzzle de los crustáceos, claro–; dentro de estas urnas, Juan Carlos ha metido de todo: mudas de serpiente, nidos y hasta un capote de torero.
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