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LA ESPUMA DE LOS DÍAS
Columna
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Yates en el barrio del Pilar

La historia del hombre que construyó el barrio del Pilar es todo un ejemplo de transversalidad y resignificación

El empresario, constructor y promotor de viviendas, José Banús, en Marbella en 1984.
El empresario, constructor y promotor de viviendas, José Banús, en Marbella en 1984.EFE (EFE)
Raquel Peláez

El sábado por la mañana los vecinos de un edificio de trece plantas de la calle de Villa de Marín decidieron izar sobre la fachada de su edificio una gigantesca bandera rojigualda. Dado que la calle de Villa de Marín está muy cerca del obrero barrio de El Pilar, el gesto fue rápidamente interpretado por algunos como una réplica proletaria del mismo descontento que hace dos semanas movilizó a los vecinos del distinguido barrio de Salamanca. La prueba fehaciente de que el antisanchismo es transversal y no entiende de clases; la muestra obvia de que la bandera española se está resignificando y ya no es “facha”.

La historia del hombre que construyó el barrio del Pilar es todo un ejemplo de transversalidad y resignificación, de hecho. A finales de los años treinta, José Banús Masdeu se fue de Cataluña a Madrid con los bolsillos llenos de dos cosas: gravilla y ambición; esta última tan desmedida que pasó de hijo de un humildísimo albañil de Tarrasa a constructor del Valle de los Caídos primero y artífice del puerto marbellí que llevaría su nombre y se convertiría en el destino favorito de la jet-set internacional, después.

Prejuicio es pensar que todo el mundo en el barrio del Pilar es pobre o que únicamente los ricos con un yate en Puerto Banús votan a las derechas.

Pero no fueron sus obras más megalómanas o glamurosas las que le hicieron rico, sino las populares. En 1956 Franco le concedió la ejecución de 3.000 viviendas en el barrio de La Concepción, un híbrido entre ciudad dormitorio y equipamiento social básico que hoy simplemente llamaríamos “infravivienda”. Vendría más tarde el verdadero pelotazo: el barrio de El Pilar, un enjambre de pisos de 40 metros cuadrados pensados para alojar a los nuevos inmigrantes de interior que acudían a trabajar a la capital. Al promotor le costaban aquellas celdas unas 35.000 pesetas (unos 200 euros). El propietario pagaba 50.000 de entrada (300 euros) y después, hasta 100.000 (600 euros), en cómodos plazos mensuales. Banús recibía un premio oficial a fondo perdido de 25.000 pesetas (150 euros) por cada piso por “estimular la construcción de viviendas”.

Paco Umbral dijo una vez en este periódico sobre aquellas promociones: “No eran un desmadre ni un capitalismo salvaje sino una manera que tenía el Régimen de ordenar la sociedad en clases por el sencillo y genial procedimiento de venderles su propia condición, su estamento, pues todo eso se compra con el piso y el barrio elegido, casi siempre a la fuerza”. Esa idea, la de que la clase y condición van asociadas al barrio en el que uno reside es lo que hoy simplemente llamaríamos “prejuicio”. Prejuicio es pensar que todo el mundo en el barrio del Pilar es pobre, que la calle Villa de Marín pertenece al Pilar (cuando en realidad pertenece a La Paz) o que únicamente los ricos con un yate en Puerto Banús votan a las derechas. Y hay pocas cosas más difíciles que derribar un prejuicio: darle un nuevo significado a una bandera es una de ellas.

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Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.

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