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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Banús

Así como los sistemas instantáneos -la República, Azaña- quedan en la memoria como metáfora, los sistemas eternos quedan como mitología. El amor de un día es la mujer/metáfora para toda- la vida, y el matrimonio/ dictadura engendra una mitología inversa, que en el caso del franquismo pudiera resumirse en un dios Jano camionero y bifronte: Banús/Barreiros. A Barreiros lo he visto alguna vez en alguna jena, cuando el tardofranquismo, explicando que le costaba un millón diario mantener el yate y pronosticando la Historia de España después de Franco:

-Naturalmente que habrá izquierda y derecha. La derecha será el Requeté, y la izquierda, la Falange.

En cambio, a Banús no lo he visto nunca ni creo que lo haya visto nadie. Hace unas semanas me llevó Dina Cosson a cenar en su hotel de Puerio Banús y, años atrás, los Azpiazu yo paramos en este puerto de mis deseos (como el Pireo, más o menos) para comprarnos unas caraisas. De modo que, para mí, el señor Banús es un puerto más que un señor, y el que ahora el Ayuntarniento le obligue a terminar la infraestructura del Pilar, gran -realización -del- Régimen, con siglos de retraso, me parece menos una proeza municipal que una conveniencia comercial, ya que La Vaguada se la tienen vendida al francés, y el francés no traga si no hay infraestructura. Así las cosas, no hablo aquí del señor Banús, a quien un politólogo del franquismo negaba como empresario y calificaba como «rico protegido». Hablo más bien del mito Banús, que está entre la fastuosidad de un puerto con yates de oro (Pireo hortera) y la mendicidad de una Vaguada con landas de barro.

Sí voy, por ejemplo, al Club Urbis, a una exposición de Gregorio Prieto que convoca todos sus arcángeles barrocos desde su sillita baja y rezadora; sé que detrás de tanto alarde de oro están, topográfica y sociológicamente, el barrio del Niño Jesús (Carlos Bousoño, María Asquerino, Nuria Torray, Paco Nieva), el barrio de la Estrella (Borovio, Chumy-Chúmez, Lucas y otros pintores) y, finalmente, el barrio de Moratalaz (mi cuñada Maruja).

Hay como una gradación de la pobreza/riqueza madrileña en el imperio Banús que se extiende al Este del Edén contaminado de Madrid, por donde se ve bien que Banús, SA (últimamente prefiero hablar de personas jurídicas, mejor que de personas físicas), ha ido vendiendo pisos y estructurando la ciudad en castas: primero, los intelectuales; luego, los ar tistas y artesanos; finalmente, el mogollón de los oficinistas y la midle class. Esto parece una teoría de Madrid tipo Lefebvre (el marxista, no el beato), pero ex plica bien cómo la urbanización y la sociología de cuarenta años iban de acuerdo. Esto no era un desmadre ni un capitalismo sal vaje, como yo mismo he dicho a veces, sino una manera de orde nar la sociedad regimentada en clases sociales por el sencillo y genial procedimiento de vender les su propia clase y condición, su estamento, que todo eso se com pra con el piso y barrio elegido (casi siempre a la fuerza). Y por delante del imperio retejado y el chabolismo vertical, un club de cultura donde yo mismo he dado conferencias y donde los arcángeles estofados de Gregorio Prieto vuelan en un clima de panes de oro que lo asume todo: las letras protestadas, el gasoil que no llega y la sangre (titanlux) y el lodo de La Vaguada, al fin urbanizada por iniciativa municipal y exigencia internacional.

La cultura es la gran Celestina, y quienes vivimos de ella no hacemos sino celestinear. Pero pasó el tiempo de la revancha de clase y el socialrealismo. (Amorós acoge la reedición de mi primeriza Travesía de Madrid casi como si fuera un clásico, zenquiú). Entre Banús persona jurídica y Banús persona real (que nadie ha visto nunca, puesto que no le he visto yo), me interesa el Banús mitofranquista en la medida en que esa mitología -ilesa tras la reforma política- se nos puede desplomar encima.

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