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Un lector de periódicos pagará el alquiler a la familia de Yoselin, la joven de Vallecas que acude a un comedor social

Un español residente en Múnich, que vivió en el mismo barrio madrileño hace más de una década, ayudará a los Sarmiento tras leer su caso en un reportaje de EL PAÍS

Yoselin Sarmiento, la primera por la izquierda, en la cola para pedir comida del comedor de Vallecas.
Yoselin Sarmiento, la primera por la izquierda, en la cola para pedir comida del comedor de Vallecas.alvaro garcía
Manuel Viejo

Era la primera vez que lo hacía. Yoselin Sarmiento se colocó en silencio en una cola para pedir comida el pasado miércoles. Tiene 18 años y hasta hace un mes estudiaba segundo de bachillerato en un instituto Vallecas. El viernes, el madrileño Israel García, de 48, leyó su historia en un reportaje publicado en la web de EL PAÍS desde su casa de Múnich: Las colas del hambre y la pobreza inician su escalada en Madrid. De la crónica le impactó este testimonio de Sarmiento: “Que en mi casa tengamos que pedir comida lo llevo como puedo, no es algo que sea fácil de asimilar”. Su madre no trabaja, a su padre le han reducido la jornada a la mitad y su hermana tiene siete años. “Hemos llamado al casero porque no podemos pagar mayo. Nos ha dicho que al menos paguemos la mitad”, decía la joven. Sueña con estudiar Telecomunicaciones en septiembre”.

García escribió esa tarde un correo electrónico a la sección Cartas a la Directora del periódico: “Me gustaría que le pudiesen dar mis datos a la chica con la que arranca el artículo. Yo también soy de Vallekas (con k) y sé lo que debe estar pasando. Además tengo una hija de esa edad. Me gustaría poder pagar los 400 euros que les demanda su casero al menos durante los siguientes tres meses. Si fueran tan amables de darle mis datos se lo agradecería inmensamente. No se me ha ocurrido otra forma de contactarles, les pido una disculpa por utilizar este canal”.

Pero no había un número de teléfono de Yoselin Sarmiento. Era un testimonio más recogido en una larguísima cola alrededor de la parroquia San Ramón Nonato de Vallecas. Allí había más de 1.300 personas, 700 más que hace un mes por culpa de la crisis del coronavirus: familias que vivían al día y para las que ir al supermercado significa ir al comedor social más cercano. El encargado de gestionar el de Vallecas es el párroco José Manuel Horcajo:

― Padre, ¿conoce a Yoselin Sarmiento?

― No me suena.

― Es una joven de 18 años, que estuvo el miércoles en la cola.

― ¿Cómo es?

― Iba con una chupa de cuero, vaqueros, gafas negras y una mascarilla blanca.

― Un segundo.

El padre interrumpe una reunión con los voluntarios que están gestionando todos los días la entrega de los alimentos. “Buscad, por favor, el nombre de Yoselin Sarmiento”. El cura guarda en varias libretas el nombre de aquellos vecinos que piden por primera vez. Ordenó a sus colaboradores que rastrearan ese nombre por todos los rincones. “Hay una buena noticia dentro de todo esto. Tenemos que localizarla”, les dijo. Dos horas después, ni rastro. El padre, minucioso, cuenta que siempre que alguien acude a la parroquia para pedir comida les sienta en el despacho, les entrevista, les pide el padrón. Se cerciora de que lo necesitan de verdad. Luego les entrega un documento que siempre tienen que enseñar al voluntario que reparte los paquetes de comida. Pero nada, ni rastro. En las libretas no había ninguna Yoselin Sarmiento. “Quizá haya venido su madre o su padre la primera vez y el miércoles viniera ella con el papel”.

13.30 de este sábado. La hilera de familias que viene a recoger comida rodea la parroquia. Un voluntario detecta a una joven en la cola. “¡Padre Horcajo está aquí, está aquí!”. El párroco la lleva el despacho. Le cuenta que tiene buenas noticias para ella y su familia, que necesita su número de teléfono. A las 16.00 suena el móvil de Wendy Sarmiento, la madre de Yoselin:

― Un madrileño residente en Múnich les va a pagar los próximos tres meses de alquiler.

Wendy se emociona. Llora. Se queda en silencio. “¡Ay Dios bendito, ay Dios bendito!”. Dice que su familia pidió comida por primera vez el pasado lunes, pero que antes dar ese paso, con lo que eso supone, habló con una vecina en el portal de casa:

― No sé cómo voy a hacer para dar de comer estos días a mis niñas.

― Habla con el padre José Manuel, te puede ayudar.

La madre, que limpiaba hasta hace un mes en unas oficinas por 480 euros al mes, salió de casa con lo puesto. Se dirigió a la parroquia con timidez. “Era la primera vez que lo hacía. Ni cuando me vine con mi esposo Wilson de inmigrante a España”. De aquello hace ya 21 años. Fue el 11 de agosto de 1999 cuando aterrizaron en Barajas tras vender un coche viejo, coger unos pocos ahorros y decir hasta pronto a su familia ecuatoriana de Guayaquil.

A los pocos días su esposo se subió a los andamios. España empezaba a soplar una burbuja económica feliz y radiante. El matrimonio Sarmiento alquiló un piso modesto en Vallecas. El velero de su nueva vida iba viento en popa. La felicidad era eso. De hecho, dos años después nació Yoselin, su primera hija, que ahora tiene 18 años y estudia segundo de Bachillerato en el Instituto Vallecas I con una media impecable de 8,5. Siete años más tarde, a mitad de 2008, la crisis inmobiliaria comenzaba a dar portazos en muchas casas. A los Sarmiento les tocó en 2011. Sin empleo, y sin posibilidad de encontrarlo, no había otra opción.

Hola de nuevo, Guayaquil. Los Sarmiento empezaban de cero, otra vez. Se dedicaron a vender fruta. “Había que subsistir de alguna manera”, dice Wendy. El año pasado no aguantaron más. El Madrid de 2008 era el Guayaquil de 2019. Pensar en futuro era no ver a sus hijas felices. De modo que optaron por vender lo que tenían y subirse de nuevo al avión. Eso sí, esta vez había que comprar un billete más para la siempre sonriente Valeria, su otra hija, de seis años.

Los Sarmiento regresaron a Vallecas. El padre, de 45, encontró trabajo a los pocos días como portero de un bloque de edificios y limpiador de otro, cerca de la glorieta de Bilbao, por unos 900 euros al mes. Su madre también, aunque solo fuese pasar la bayeta durante unas horas a la semana por 480 euros. El velero volaba de nuevo. Hasta el mes pasado. La pandemia les dio, como a miles de familias que viven al día, un desgarrador zarpazo en las cuentas. De contar con tres empleos en casa, a la mitad de uno. De 1.380 euros para los cuatro a no llegar a 400. Los ingresos disminuyeron de un plumazo. Los gastos, no. El casero les dijo: “Si no podéis pagar 800 al menos la mitad”.

¿Pero cómo? El madrileño Israel García contactó al fin con ellos la tarde del sábado. La familia Sarmiento ―Wendy, Wilson, Yoselin y Valeria― puso el móvil en altavoz en una mesita del salón. “Sé por lo que estáis pasando”, les dijo Israel. “Os ayudaré”. Se emocionaron de nuevo. Él les contó que pasó por una situación similar, que vivió en Vallecas, que procede de una familia muy humilde, que tiene una hija en Madrid con la misma edad que Yoselin, que trabaja en una industria farmacéutica de Múnich, que en Alemania, pese a contar con casos de coronavirus, se puede salir a la calle. Después, se dirigió a la joven: “Estudia. No pierdas la ilusión porque serás una gran ingeniera. De Vallecas se sale yendo a la Universidad. No te preocupes por el ahora porque entre todos conseguiremos salir de esta”. Y el domingo, al despertarse, ya tenían el dinero en la cuenta.

[Leer el reportaje completo: Las colas del hambre y la pobreza inician su escalada en Madrid: “Cada día viene más gente nueva”]

La familia Sarmiento, en el cumpleaños del padre hace dos meses.
La familia Sarmiento, en el cumpleaños del padre hace dos meses.ALBUM FAMILIAR

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Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

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