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El teléfono como sustituto del confesionario

El párroco Francisco Santos, que ahora no puede visitar a sus feligreses enfermos, ha creado un servicio telefónico al que llaman ancianos que se sienten solos

Francisco Santos, cura del barrio madrileño de Alameda de Osuna
Francisco Santos, cura del barrio madrileño de Alameda de Osuna, en una imagen de archivo.

Francisco Santos es el párroco de la iglesia de Santa Catalina de Alejandría, en el madrileño barrio de la Alameda de Osuna. Está muy triste porque el coronavirus se ha llevado a muchos conocidos suyos, “mayores y no tan mayores; personas desde 51 años hacia arriba. Estoy notando mucha, mucha soledad en algunos ancianos, y muchos miedos…”.

Es una persona cercana y servicial, acostumbrado a visitar a sus feligreses enfermos. “Pero ahora se han ido y ni siquiera he podido despedirme. Entre ellos, un buen amigo también sacerdote. De un día para otro dejan de estar, todo es muy triste”. Fue durante muchos años misionero en África, hasta su retorno a Madrid. Tiene 56 años, es extremeño y ahora vive con su madre, de 84 años, cerca de su parroquia. Quiere apartarla del virus a toda costa. A su iglesia pertenece el recinto ferial del Ifema y, por tanto, los cientos de enfermos del hospital ahora allí instalado. “Pero no he podido ir a visitarlos, tengo una dolencia respiratoria seria y soy paciente de alto riesgo al coronavirus”, señala a EL PAÍS.

Veo mucha soledad en mayores que no tienen a nadie
Francisco Santos

Guarda recuerdos gratos y otros terribles de las parroquias en las que ha ejercido su oficio. Como aquel horroroso crimen del 28 de septiembre de 2011 en su antigua parroquia del Pinar de Chamartín, en Madrid. Un hombre con un sombrero blanco de paja irrumpió en el templo, en pleno oficio religioso, mató de un disparo a una feligresa, hirió gravemente a otra varios bancos más hacia el altar y luego, hincado de rodillas, se descerrajó un tiro en la boca. Ni siquiera conocía a sus víctimas. Aunque había visto un episodio parecido en África, aquel suceso supuso otro punto de inflexión en la vida del párroco Francisco Santos.

En cuanto supo que se iba a decretar el estado de alarma y las restricciones de movilidad, se llevó con él a su madre. Como no puede ir al hospital de IFEMA, el sacerdote ha creado un servicio telefónico junto con un grupo de laicos para seguir en contacto con sus feligreses y con aquellas personas que busquen desahogo o combatir la soledad en tiempo del coronavirus.

La iniciativa parte de un grupo de amigos cristianos del barrio, se llama Habla con un sacerdote; la página web permite al usuario elegir entre el medio centenar de sacerdotes disponibles para charlar y escoger el horario para hacerlo.

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Ejemplo del funcionamiento del servicio "Habla con un sacerdote".
Ejemplo del funcionamiento del servicio "Habla con un sacerdote".EL PAÍS

A diario recibe “entre 70 y 80 llamadas”, cuenta el padre Francisco, como le llaman sus feligreses. “Veo mucha soledad en mayores que no tienen a nadie”, destaca. “Son personas de 50 años hacia arriba, y el 90% de ellos solo me hablan de soledad”, cuenta. “Y, algunas, de muertes de seres queridos que se han ido sin poder guardarles el duelo debido”. Algunos mayores solo tienen el consuelo de algún sobrino que les llama más tarde que pronto.

“Mis tres hijos están fuera, en Canadá, Estados Unidos y Reino Unido, y no pueden venir a verme, tengo miedo”, le contaba una mujer hace solo unos días. Ella, por suerte, tiene medios y asistencia en casa y la cuidan, "pero hay otros que no tienen y que han ofrecido alguna habitación de casa a alguna cuidadora extranjera que tampoco tiene donde vivir a cambio de compañía”, relata.

“Si detectamos algún caso especial, nosotros mismos avisamos a los servicios sociales. Hay mayores que me cuentan que están arrepentidos de no haber tenido hijos; crecieron con sus padres, estos han muerto y hoy no tienen a nadie, a lo sumo sobrinos que alguna vez les telefonean, pero pocas veces”, detalla el padre Francisco.

Hay familias con las que la covid 19 se ha cebado especialmente, como dos muertos y los otros dos contagiados en una familia de cuatro. “Han muerto el abuelo y su hijo, y la nuera, que ha estado muy grave y por fin ahora empieza a evolucionar positivamente, así como la hija de ambos, que lo pasado mal pero se está recuperando bien; es muy duro... También tengo una amiga médico contagiada, de un centro de salud, que también está ya mejor.

Guardar secretos hasta de la investigación de la Gürtel

Francisco Santos elude hablar del pasado. Su confesionario guarda muchos secretos. Él fue hasta el último momento el confesor del juez del Tribunal Superior de Madrid que instruyó durante tres años, a partir de 2009, el mayor caso de corrupción de la España reciente, Antonio Pedreira. Era progresista y muy religioso. Se topó, por ejemplo, con la corrupción que rodeó la organización de la visita del Papa Benedicto XVI a Valencia en julio de 2006. “Investigad la corrupción, pero dejad en paz al Papa...”, llegó a decirles a los investigadores del caso Gürtel.

“Antonio es de las mejores personas que he conocido en mi vida, su infinita humanidad”, indica el padre Francisco. El magistrado Antonio Pedreira, fallecido en agosto de 2015, destapó jurídicamente todas las tramas de la red.

El sacerdote cuenta que el juez una vez se llevó a almorzar con él, los dos solos, a Joaquín, un mendigo que solía apostarse a las puertas de la iglesia. "Es la primera vez que alguien me trata de igual a igual, como persona”, le dijo al sacerdote. “Al mendigo se le veía exultante aquel día”, recuerda Francisco Santos. Algunos políticos desfilaron durante aquellos meses por la iglesia tratando de congraciarse con él. Y para sonsacarle cómo iba la investigación. “Era muy buena gente y a nadie rechazaba la mano, pero eludía hablar de Gürtel”, recuerda el padre Francisco.

Pero ahora, el padre Francisco tiene la cabeza en otro sitio. Está encantado en su iglesia de la Alameda de Osuna, aunque “muy triste” y obsesionado, dice, con ayudar a sus ancianos de dos miedos, el de la soledad y el que genera un virus que para muchos mayores se ha convertido en sinónimo de muerte.

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