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El coronavirus frena la devoción por el Cristo de Medinaceli

La prohibición de besar los pies de la talla reduce el número de fieles que acuden a venerarla

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida (centro), observa la imagen del Cristo el primer viernes de marzo en la basílica de Jesús de Medinaceli de Madrid. En vídeo, el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, pide que se evite el besapiés.Vídeo: ÓSCAR CAÑAS (EP) | EPV
Juan Diego Quesada

El alcalde de Madrid es un hombre enérgico. Cuando llega a los sitios reparte apretones de manos y golpes cariñosos en la espalda, a conocidos y desconocidos. Este viernes se topó en la basílica del Cristo de Medinaceli, en el día grande del besapiés que ha tenido que ser suspendido este año por el riesgo de contagio del coronavirus, con un fraile capuchino enfundado en un hábito marrón que le caía hasta los tobillos. Algo tuvo que adivinar en el gesto imperturbable del padre Carlos para caer en la cuenta de que se encontraba frente a una autoridad de otra naturaleza, diferente a la suya.

-¿Es usted el que manda aquí?-, le preguntó José Luis Martínez Almeida.

-Aquí no manda nadie. Estamos todos para servir-, respondió el cura, que después se paseó en silencio por la basílica, con las manos dentro de la túnica.

El milagro en esta ocasión, sobre todo para los que se acercaban a hacer una reverencia ante el Nazareno, era la poca cola que había. Otros años, según los organizadores, la fila de gente llegaba hasta Atocha, a dos kilómetros. Sin embargo, este primer viernes de marzo se podía entrar directamente, sin esperas. La prohibición de besar los pies del Cristo, una orden del arzobispado siguiendo las recomendaciones del ministerio de Sanidad, redujo el número de fieles que suelen atestar la basílica en esta fecha.

La restricción también dejó sin sentido la hilera de sillas de plástico colocadas en la puerta de la iglesia, en la calle de Jesús, desde varias semanas antes. Las ocupan verdaderas devotas del Cristo de Medinaceli, cuya penitencia consiste en esperar a la intemperie hasta este viernes, aguantando el frío y la lluvia. Pero también gente que hace negocio con los puestos y acaba envuelta en polémicas con el resto. Los frailes han acabado hartos del trapicheo.

“Otro años te encuentras 12 horas de cola. Este año nada, entras libre”, cuenta Carmen Gil, de 67 años. Como no se podía besar la imagen, cuando pasó ante ella sacó una fotografía de sus hijos y sus nietos y se la enseñó al Cristo. ¿Cree que él vio la foto? “Sí, sí”, responde Carmen. El miedo a contagiarse ha dejado a mucha gente en casa. La edad de los devotos es muy avanzada. ¿Cosas buenas? “Cuando trabajaba me venía el jueves a las 18.00 para entrar a las 6.00. 12 horas de espera. Lo veía, le besaba los pies y me iba a trabajar. Pues hoy era más fácil”.

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A su lado está una señora de más de 70. ¿Cómo se llama esta mujer entusiasta con una estampilla en la mano? “¿Pa qué?”, contesta. Trabajó con la madre de la reina Letizia en el hospital virgen de la Torre. Las dos eran ATS y sindicalistas. Cuando surgió el romance de la entonces periodista con el príncipe, alguien dejó un ejemplar de la revista Hola en la consulta. Ella no le comentó nada a la madre de Letizia, ni al revés (“ni mu”). Le tiene mucho respeto a la Covid-19, como profesional de la salud que fue, pero ese temor no le ha atado a su casa y aquí está, después de haberlo visto al menos. ¿Tuvo la tentación de no venir?

-Da igual besarlo que no besarlo-, explica Paqué.

-La fe es más que besar una talla-, se mete en la conversación Carmen Gil.

-Para mí también. Los verdaderos devotos estamos hoy aquí-, cierra Paqué, muy torera.

De repente, una hilera de coches oficiales toma la calle. Paqué está expectante, en unos segundos puede que aparezca Letizia. Pero no es su día de suerte. De uno de los coches baja doña Sofía, la anterior reina. Entra a las 11:29 a la basílica y a las 11:34 ya está de vuelta en el vehículo. A la salida, doña Sofía se lleva un aplauso de la gente que espera en la puerta.

La reina Sofía a su salida de la basílica de Jesús de Medinaceli.
La reina Sofía a su salida de la basílica de Jesús de Medinaceli. Óscar Cañas (Europa Press)

La visita ha bloqueado el acceso del resto de feligreses durante cinco minutos. Y se ha creado una pequeña cola. Paqui y Javier, un matrimonio que se casó en esta basílica hace 35 años, ha venido con su nieta, de apenas cinco meses. La bebé se llama Alejandra y duerme en el carro. Ellos eran muy devotos de este Cristo, pero les parece que el asunto turbio de las colas y la locura colectiva que se genera semanas antes de este viernes han pervertido un poco la peregrinación. Esta mañana iban, como acostumbran últimamente, derechitos a adorar a Jesús El Pobre, en la plaza del Humilladero, pero antes de salir vieron en el programa de Ana Rosa que no había mucha gente este año por la psicosis del coronavirus y aprovecharon. “No se parece esto a ningún año. Me parece fenomenal la prohibición. Somos muchos y es mejor no arriesgar... qué necesidad hay. Además, nos han dejado pista libre”, explica Paqui.

El fraile que dialogó con el alcalde espera a un lado de la imagen. “Si todo el mundo tiene miedo y está asustado pues es normal que les eche para atrás. Hay un bajón, eso está claro. Pero veremos si el próximo viernes (todos los viernes se puede besar los pies de la talla) baja la asistencia. Entonces sí veremos que es una tendencia lo que estamos viviendo”, dice. La prohibición para evitar contagios se mantendrá, hasta que pase la crisis. Los verdaderos devotos seguirán viniendo, aunque sea para levantar una ceja ante el Cristo. El resto se quedara en casa. La epidemia de coronavirus ha hecho la criba.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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