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Cartas inéditas revelan cómo España recobró una joya medieval sacrificando otros tesoros

Halladas las pruebas del pulso que mantuvo la República con Harvard para la devolución de la lauda de Alfonso Ansúrez, en cuya venta intervino el marchante de Hearst

Lauda de Alfonso Ansúrez, en una foto realizada por el propio historiador del Arte Ricardo de Orueta antes de que la sepultura fuese vendida, cuando estaba abandonada en el cementerio de Sahagún (León). Imagen cedida por el Archivo Gómez-Moreno del CSIC.
Lauda de Alfonso Ansúrez, en una foto realizada por el propio historiador del Arte Ricardo de Orueta antes de que la sepultura fuese vendida, cuando estaba abandonada en el cementerio de Sahagún (León). Imagen cedida por el Archivo Gómez-Moreno del CSIC.Ricardo de Orueta

Podría ser el argumento de una novela de intriga, con agentes internacionales que aprovechan el río revuelto de los momentos políticos convulsos, en la primera mitad del siglo XX, para pescar gangas de conventos ahogados por las deudas y exportarlas sin llamar demasiado la atención. Pero en esta historia cualquier parecido con la realidad es pura realidad. Cartas y documentos hallados por el historiador del arte Francisco Prado-Vilar desvelan, un siglo después, las tramas cruzadas en las que participaron académicos y marchantes estadounidenses, en un tira y afloja con responsables políticos españoles, para llevarse al Museo Fogg de la Universidad de Harvard (Cambridge, Massachusetts) distintos tesoros medievales, o para recuperarlos (en el caso de los españoles) en una operación de trueque.

Una figura en la sombra planea tras estas negociaciones y se cuida mucho de no aparecer públicamente como parte implicada: es el marchante Arthur Byne, conocido cazador de joyas artísticas (artesonados, claustros, coros) que estuvo entregado en cuerpo y alma, en la segunda y tercera década del siglo XX, al saqueo de monasterios y otros monumentos ibéricos para decorar las mansiones del magnate William Randolph Hearst.

“Recalco el hecho de que mi nombre no debe mencionarse en el caso”, insistía Byne en una reveladora misiva que envió a Paul Joseph Sachs, subdirector del Fogg entre 1915 y 1945. El marchante se refería a la operación para adquirir y sacar de España la lauda sepulcral de Alfonso Ansúrez, una pieza capital, de finales del siglo XI, originaria de Sahagún (León), que en la década de los veinte viajó a EE UU sin que se pidiesen los correspondientes permisos y mientras se demoraba en España la publicación del catálogo por el que quedaría registrada como Monumento Nacional. Hoy, la lauda de mármol ricamente tallada se conserva en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) como “donación”.

Quien la donó fue el Museo Fogg, después de que España la reclamase y tras una negociación en la que el país (inmerso en el proceso que desembocó en la proclamación de la Segunda República y la marcha de Alfonso XIII) regaló otras piezas como compensación a los americanos. Alguna, tan valiosa para el arte medieval como una de las columnas que sostenían el altar fundacional del mito jacobeo, en Compostela. La leyenda narraba que los elementos romanos de este altar (al que luego la Iglesia añadió las columnas románicas) viajaron a Galicia con el cadáver del apóstol Santiago y fueron empleados por sus discípulos para consagrarle un ara sobre su tumba.

Con las cartas inéditas halladas en el archivo de Harvard —institución en la que el historiador Prado-Vilar obtuvo su doctorado— y documentación rastreada en fondos de este lado del Atlántico como el MAN, el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) o el convento de San Paio de Antealtares (Santiago), el Investigador Dintinguido de la Universidade de Santiago y experto en románico gallego ha reconstruido la estructura que tendría toda la turbulenta historia del altar que acabó desmembrado, repartido y en parte perdido.

En el artículo Sortes Apostolorum: La Odisea de las columnas de Antealtares, del encuentro con el Guernica en Harvard a la reconstrucción del altar medieval (revista Codex Aquilarensis, Fundación Santa María la Real) Prado-Vilar también destapa los detalles de la transacción con la que, ya en la Segunda República, el Gobierno consiguió la devolución de la lápida de Alfonso Ansúrez sacrificando otro patrimonio. Además, ha tenido acceso a imágenes del fondo documental de Harvard en las que la columna con apóstoles labrados que en tiempos había sostenido (junto a otras tres) el altar jacobeo compartió sala con el Guernica de Picasso.

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Instalación del 'Guernica' en el Museo Fogg de Harvard en 1941 y a la derecha, entre dos capiteles, la columna del altar medieval de San Paio de Antealtares entregada por España a la universidad estadounidense en 1933, en una imagen cedida por los Harvard Art Museums Archives.
Instalación del 'Guernica' en el Museo Fogg de Harvard en 1941 y a la derecha, entre dos capiteles, la columna del altar medieval de San Paio de Antealtares entregada por España a la universidad estadounidense en 1933, en una imagen cedida por los Harvard Art Museums Archives.

La lauda de Alfonso Ansúrez, la causa por la que la columna del monasterio compostelano acabó allí como moneda de cambio, había sido vendida al medievalista de Harvard Arthur Kingsley Porter en 1926 por el marchante Byne. “Criterios histórico-artísticos legítimos se mezclaron con otros más castizos para justificar los beneficios del intercambio”, escribe Prado-Vilar en su nuevo artículo. “Se argumentaba que mientras que la lauda era un monumento único en su tipología”, de un románico auténticamente “hispano”, las columnas de Antealtares pertenecían a un arte de influencia extranjera. Los cuatro pilares de San Paio, cada uno rodeado por las figuras de tres apóstoles, ya habían conocido presiones y malas artes de los marchantes que rastreaban los conventos españoles, incapaces de sostener su descomunal patrimonio, en las primeras décadas del siglo XX.

De hecho, en teoría habían sido comprados por el Estado para el Museo Arquelógico Nacional en 1930 para salvarlos de la especulación privada que se los disputaba. Eran ya solo tres, porque el más importante para la ciudad gallega, el que representaba al apóstol Santiago, había desaparecido antes de 1768. Pero solo dos años más tarde de ser adquiridos uno de los tres supervivientes fue embarcado por el propio Gobierno rumbo al puerto de Boston.

Hacía al menos unos siete años que el conjunto de pilares de San Paio de Antealtares era objeto de deseo para los medievalistas de Harvard que, sin embargo, según explica Prado-Vilar, “admiraban intelectualmente a sus colegas españoles” y comprendían el criterio de querer conservar las obras artísticas en su lugar de origen. “No eran los típicos colonialistas de elite” que llegaban a un país más pobre, como era España, “a iluminarlos”, cuenta el historiador. “Todo lo contrario”, defiende, a España venían a “aprender”.

Columnas de San Paio de Antealtares, en una fotografía de 1909 cedida por el Instituto Padre Sarmiento-CSIC de Santiago. La de la derecha es la que el Gobierno empleó como moneda de cambio con Harvard y las otras dos se conservan en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Columnas de San Paio de Antealtares, en una fotografía de 1909 cedida por el Instituto Padre Sarmiento-CSIC de Santiago. La de la derecha es la que el Gobierno empleó como moneda de cambio con Harvard y las otras dos se conservan en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.Manuel Chicharro

En 1925, y ya con Byne encargado de rastrear las columnas de Santiago y posiblemente la lauda, Porter escribía a Sachs desde el hotel Savoy de Madrid y le relataba el panorama del arte en España: “No me atrevo a comprar algunos monumentos de primera importancia, aunque lo podría hacer (...). Los eruditos de aquí, como sabes, están irritados por la exportación de su arte a América. Han sido tan extraordinariamente bondadosos conmigo que no puedo usar los privilegios que me han otorgado para llevarme sus mejores cosas. Me parece que se enfadarían si compro demasiado”.

En la postdata, Porter se refería a su venerado colega español Manuel Gómez-Moreno, autor del Catálogo Monumental de España: Provincia de León, en aquel momento pendiente de publicación. En el libro, Gómez-Moreno destacaba unas columnas de Sahagún “entre las mejores esculturas del siglo XIII”. Pero Porter sabía que ya no estaban en España, porque él se las había comprado a Byne: “Estoy viendo cómo consigo el coraje para decirle que se encuentran en Cambridge”.

Al año siguiente, otra carta de Byne a Sachs hallada por Prado-Vilar revela su implicación en la venta al Fogg de los capiteles de la iglesia palentina de Santa María de Lebanza. Un mes después, Byne escribe al director del Fogg, Edward Forbes, celebrando la compra del tesoro más anhelado: la lauda de Alfonso Ansúrez.

Montaje fotográfico con el que el historiador del Arte Francisco Prado-Vilar recrea el aspecto que podría haber tenido el altar primitivo de Santiago, con las cuatro columnas románicas y el ara y la semicolumna romanas que hoy se conservan en el compostelano Museo de San Paio de Antealtares.
Montaje fotográfico con el que el historiador del Arte Francisco Prado-Vilar recrea el aspecto que podría haber tenido el altar primitivo de Santiago, con las cuatro columnas románicas y el ara y la semicolumna romanas que hoy se conservan en el compostelano Museo de San Paio de Antealtares.Prado-Vilar

La correspondencia rescatada da cuenta de una intensa actividad de rastreo y compra. También de la impaciencia americana. “Todas estas transacciones llevan un tiempo interminable en España. En muchos lugares, los cabildos de las catedrales solo se reúnen una vez al año y, entretanto, uno se queda con los pies fríos”, escribe Byne. “En esta coyuntura se produce un hecho que hará que se desencadenen los acontecimientos: la publicación del libro de Porter Spanish Romanesque Sculpture (1928) donde se revela la nueva ubicación de la lauda de Alfonso Ansúrez”, relata Prado-Vilar.

“Tan pronto como Ricardo de Orueta, especialista en escultura medieval, adalid del patrimonio español y futuro director general de Bellas Artes, vio el libro y recibió confirmación de Sahagún de que la lauda había sido vendida, denunció el hecho ante la Real Academia de Bellas Artes″, sigue explicando el investigador de la USC y del CISPAC (Centro de Investigación Interuniversitario das Paisaxes Atlánticas Culturais). Pocos días después, Byne envía a Sachs una “alarmante y autoincriminatoria” misiva. “Anoche en una cena me informaron que se había solicitado a la Embajada de EE UU aquí [en Madrid] que transmitiera una queja a Washington en relación con la compra de la famosa piedra sepulcral de Sahagún. La información me llegó como un soplo y, por supuesto, en la más estricta confidencialidad”, comenzaba.

En el mismo escrito, el ambicioso marchante defendía la legitimidad de la compra, aunque admitía: “Nunca se obtuvo el permiso oficial de exportación, ¡pero rara vez se hace!”. Y seguía: “Me han dicho que la Comisión de Arte ha presentado esto como si fuese un robo lo cual, por supuesto, es perfectamente absurdo e injusto. Además, pretenden lamentar su suerte como nación pobre siempre despojada de su arte para apelar a su generosidad y pedir que se devuelva la piedra”.

Carta del marchante Byne a Sachs, subdirector del Museo Fogg de Harvard, en 1928, en la que trata sobre la operación de salida de la lauda de Alfonso Ansúrez y la alarma generada en España, en una imagen cedida por Harvard Art Museums Archives.
Carta del marchante Byne a Sachs, subdirector del Museo Fogg de Harvard, en 1928, en la que trata sobre la operación de salida de la lauda de Alfonso Ansúrez y la alarma generada en España, en una imagen cedida por Harvard Art Museums Archives.

Las negociaciones para la devolución de la lauda se alargaron en el tiempo “por varios frentes, diplomáticos y académicos, resultando en una oferta por parte de las autoridades españolas de compensar al Fogg con una de las columnas de San Paio”, cuenta Prado-Vilar. Pero en 1931, la lauda seguía retenida en Cambridge. En una carta, Sachs habla de la coyuntura política en España, que ya se encaminaba al exilio de Alfonso XIII: “No hemos enviado la tumba porque hemos leído que la situación en su hermoso país está muy alterada y pensamos que tal vez sería imprudente hacer algo en este momento”.

“España se olvidará por completo de la piedra”

Cuatro meses después, y ya con la República instaurada, Byne sugiere a Sachs quedarse con la lauda aprovechando el panorama político: “Si parece que me interesa mucho este caso no es porque me sienta incómodo personalmente; mi nombre nunca se ha asociado con la venta de la piedra. Pero creo que sentará un precedente muy peligroso. El mundo en general nunca sabrá cómo llegó el Fogg a obtener la piedra; y si se devuelve, nunca sabrá por qué se devolvió; pero la gente naturalmente supondrá que adquirió algo que no tenía derecho a adquirir, lo cual es falso. España no tiene el menor interés en la devolución de esta piedra; está mucho más preocupada por romper todas las tradiciones anteriores, religiosas, políticas y militares”.

Según Byne, en España solo había “dos o tres hombres interesados” en recuperar la lápida de Alfonso Ansúrez y uno de ellos era “el duque de Alba, que está prácticamente desterrado del país”. “En estas circunstancias me parecería un gran error devolver la lauda”, comentaba en su carta enviada desde aquí, y proponía al Fogg poner esta excusa: “Hemos decidido esperar a que las cosas estén un poco más asentadas en España antes de devolver la piedra”.

“En unos años se olvidará por completo”, apostaba el mercader de maravillas. No contaba con que De Orueta, nombrado director general de Bellas Artes (y futuro promotor de la futura Ley del Tesoro Artístico Nacional en 1933), no se iba a olvidar de la lauda. En el verano de 1931, el Fogg recibe una carta del nuevo Gobierno que confirma el compromiso de retomar las negociaciones y “proceder a la selección de objetos que se habrían de añadir a la columna de Antealtares”, describe Prado-Vilar. El Fogg sugiere entonces una segunda columna como “regalo”, pero España no cede.

“Finalmente, como se recoge en la carta que envía el nuevo ministro de Instrucción Pública, Fernando de los Ríos, al director del Fogg el 24 de marzo de 1932″, escribe Francisco Prado-Vilar, “se concluyen las negociaciones con la selección”, como presentes añadidos, “del llamado Capitel de las Quimeras”, del monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, “y una colección de arte ibérico formado por estatuillas de bronce y cerámica pintada”.

Por su parte, el Guernica arribó al Fogg en 1941 y allí, en la misma sala donde quedó expuesto, se encontró con la columna del siglo XII del altar jacobeo y “con otras obras de arte exiliadas de varias guerras, con las que habría de conformar una instalación única que ponía de relieve la trágica genealogía de todas”, escribe Prado-Vilar. El propio Paul Sachs había escrito un año antes al director del MoMA (Museo de Arte Moderno) de Nueva York pidiendo el préstamo de la obra de Picasso y se declaraba en la carta “impresionado” por su “poder y belleza”. “Tras la caída de la República, cuyo gobierno había encargado el lienzo para el pabellón español de la Exposición Internacional de París de 1937″, recuerda el investigador en su artículo, “el Guernica se había convertido en un cuadro errante obligado a deambular por ciudades y museos como testigo del drama” de la Guerra Civil española.

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