Módulo Nelson Mandela: la cárcel gallega donde se aprende igualdad de género, matemáticas y resolución de conflictos
En esta unidad de la prisión de Teixeiro, 52 hombres y mujeres conviven de forma autoorganizada y reciben cursos de habilidades sociales para mejorar su vida cuando sean libres
La peor bestia a batir dentro de una prisión es el tiempo. Para que su lento transcurrir no te trague, “hay que ocupar la mente”, explica Blanco. Él cumple condena en la cárcel de Teixeiro (Curtis-A Coruña), y entre sus muros ha encontrado un lugar donde es más fácil vencer al calendario. Está interno en el módulo número 1, bautizado como Nelson Mandela. Desde hace año y medio, es el único de España que, además de permitir la convivencia entre mujeres y hombres, incluye a un equipo de especialistas que se encarga de diseñar para cada recluso una estrategia personalizada de inserción sociolaboral. Cuenta con un club de debate y otro de lectura. Los presos reciben clases de igualdad, resolución de conflictos, educación afectivo-sexual y matemáticas. Quien voluntariamente decide cumplir su pena en este módulo debe respetar, eso sí, unas estrictas normas de comportamiento para no ser expulsado. A cambio, según cuentan quienes han dado el paso, podrá afrontar el trance de la vida carcelaria en un ambiente de aprendizaje y solidaridad entre presos.
El mundo se le cayó “encima a cachos” a Abraham el día de 2017 que cruzó la puerta del centro penitenciario de Teixeiro sabiendo que no saldría de allí en seis años. Sintió que su vida “se acababa”. Dejaba atrás esposa e hijo pequeño: “Me di cuenta de que lo había aprendido desde niño me había traído hasta aquí, que tenía que empezar de cero, como un bebé”. Lo que recibió en el área de ingresos de la cárcel mientras se hundía fue “un trato serio, muy distante, desconfiado”. Hoy es el encargado de dar la bienvenida a los presos que llegan al Módulo 1, destinado a personas que enfilan la última etapa de su condena o cumplen penas cortas. Y se ha propuesto que para ellos sea distinto. “Intento suplir las carencias que sufrí yo, intento tranquilizarlos. Viene gente que ya ha estado en prisión y otros que no, pero todos se sorprenden porque llegan con una idea diferente de lo que es una cárcel”, afirma.
Ambra pasó por ese primer día hace solo seis meses y se recuerda “muy asustada”. Está en prisión preventiva, aún no ha sido juzgada. Gracias al equipo de presos que se encarga de la acogida, en el Módulo 1 se sintió “apoyada”. Y en este tiempo, ha logrado un hito en el deporte español: la Federación Galega de Fútbol le ha concedido un permiso excepcional para jugar al fútbol sala en el equipo masculino del penal que compite en primera autonómica de A Coruña. María, nombre supuesto, encaró la vida entre rejas hace nueve meses: “Sabía de una cárcel lo que sale en televisión y en las películas. Entras con miedo, incertidumbre. Abraham me tranquilizó muchísimo. Algo de miedo se queda, pero lo llevas de otra manera”. Ahora es la coordinadora del módulo junto a otra presa. Ambas son la referencia cuando surgen roces y las encargadas de reunirse con el equipo técnico del módulo (integrado por un educador, un jurista, un trabajador social y una psicóloga), transmitir sus instrucciones a los compañeros de encierro y velar por que se cumplan las normas. En su vida extramuros María ejercía de supervisora de planta en una fábrica. No le falta experiencia en la gestión de equipos, pero su trabajo en prisión, admite, la “pone a prueba”.
En el Módulo 1 de Teixeiro los 52 reclusos, 37 hombres y 15 mujeres, se autoorganizan. Gestionan, por ejemplo, una comisión de acogida para recibir a los nuevos internos; un grupo de adaptación que les ayuda a integrarse; una comisión de convivencia para salvar los conflictos; y una comisión de higiene. El lunes, club de debate. El martes, club de lectura. El jueves, alfabetización, no solo para los que no saben leer ni escribir, sino también para aquellos que quieren mejorar su lenguaje o ampliar su vocabulario. Y el viernes, clases de matemáticas que imparte José, un preso con un doctorado que fue profesor universitario y que dice haber visto “avances fenomenales” en jóvenes con importantes carencias formativas. Funcionan también talleres de música, cestería, carpintería, costura o papiroflexia en los que no hay monitores, el conocimiento se transmite de recluso a recluso. Además, asisten a los cursos de formación laboral que la prisión ofrece a los ingresados en el resto de módulos.
“Aquí tenemos más motivación entre compañeros”, destaca Jennifer. Entró en prisión hace tres años y siete meses, primero en un módulo ordinario: “Conviví con gente con problemas mentales, con problemas de drogas… No hay normas, no hay talleres obligatorios, ni actividades programadas… Puedes pasar una tarde sin hacer absolutamente nada”. En el módulo Nelson Mandela en el que lleva año y medio, “hay tranquilidad, limpieza, y nos ayudamos unos a otros”. Las celdas deben estar limpias, ordenadas y ventiladas. Hay que ocupar el tiempo para que el aislamiento, la desidia, las inseguridades y el miedo al exterior que provoca el encierro hagan la menor mella posible.
Esta unidad de Teixeiro, a diferencia de los otros ocho módulos de respeto mixtos que funcionan en las cárceles españolas, cuenta con un equipo de tres especialistas sociolaborales, gracias a un acuerdo de colaboración entre la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias del Ministerio del Interior y la Xunta de Galicia. Sus tres miembros evalúan las “necesidades formativas” de cada uno de los presos y complementan los cursos laborales que ofrece el centro al resto de reclusos con otras enseñanzas que les facilitarán la vuelta a la libertad. Se centran más en valores y habilidades sociales, desde educación vial a formación para la salud y afectivo-sexual, igualdad, resolución de conflictos o técnicas de búsqueda de empleo.
El objetivo es que los reclusos adquieran rutinas y hábitos saludables que no tenían al entrar en prisión y, en caso contrario, evitar que la vida carcelaria se los arrebate. “Hay quien llega con una vida desorganizada y sin responsabilidades y de aquí sale con unos buenos hábitos que siempre suman”, explica María, la coordinadora del módulo Nelson Mandela. Dos veces al año, las familias de los presos pueden pasar una tarde con ellos dentro del módulo. “Se van con otra idea de lo que es vivir en prisión. Ellos creen que es como en [la serie de televisión] Vis a Vis”, apunta Jennifer.
El director del centro de Teixeiro, José Ángel Vázquez, piensa que extender este modelo al resto de prisiones españolas sería “positivo”. “Solo se pueden hablar bondades de este módulo. Es además un ejemplo de colaboración entre administraciones que han ido cambiando de color político sin que nada aquí variase”, destaca en alusión al Ministerio del Interior y la Xunta, que impulsaron la intervención sociolaboral en el Módulo 1 en 2007, cuando ambas administraciones estaban en manos del PSOE. Sobre si planea replicar el ejemplo coruñés, Instituciones Penitenciarias explica que sí apuesta por ampliar los módulos en los que convivan hombres y mujeres, pero añade que la puesta en funcionamiento de otros programas en cada centro penitenciario se decide en función de las características y posibilidades de cada territorio.
Preparados para plantar cara al estigma
El Módulo 1, galardonado en 2019 con el Premio Europeo de Servicios Sociales, empezó siendo solo para hombres. En junio de 2021 se convirtió en mixto y, por tanto, como en todas estas unidades, tienen vetada la entrada a los encarcelados por delitos sexuales. Blanco, que vivió la llegada de las mujeres, cree que el cambio aportó “muchas cosas”: “Trajeron serenidad, ellas son más comprensivas”. Esta convivencia ha transformado a algunos de los presos. Abraham cuenta que los cursos de igualdad y su trabajo en equipo con sus compañeras han modificado su relación con el otro sexo. Cuando en 2017 empezaron los talleres para aprender a dejar atrás las conductas machistas, los presos del Módulo 1 no ocultaron su disgusto. “Entonces había rechazo, pero desde que hay mujeres no hay quejas, los hombres participan más en ellos y es más fácil que interioricen las enseñanzas. Los ejercicios prácticos del día a día ayudan a romper los estereotipos machistas”, explica Inés, una de las técnicas sociolaborales.
Recuperar la libertad perdida no es fácil. Tras salir de prisión, el riesgo alto de reincidir se prolonga durante tres años, explican fuentes de Instituciones Penitenciarias, y encontrar un empleo es “un factor de protección”. A Abraham le quedan tres meses entre rejas. Admite que lo que más le preocupa es el “tiempo libre” que tendrá hasta que no encuentre un trabajo. “No sé cuánto tardaré, pero sé que lo voy a encontrar porque tengo herramientas. Empiezo de cero y con más ganas que nunca”, proclama. ¿Y el estigma de haber pasado por prisión? “Hoy en día no tengo miedo a los prejuicios. Sé que están ahí, pero lo que tengo que hacer es demostrar que valgo más que lo que dirán los vecinos. Si vivo una vida ordenada, no me ocurrirá una catástrofe, tendré solo problemas”.
Justo antes de llegar a la puerta que los reclusos del Módulo 1 ya no pueden franquear, María, la coordinadora, abraza a la periodista y le susurra: “Gracias por venir a ver que no somos monstruos”.
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