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La izquierda se disputa el corazón de la capital

Dos de cada tres vecinos de distrito Centro, Malasaña y Lavapiés apoyaron a partidos progresistas en 2019

Rocío Monasterio, candidata de Vox, con un vestido que se compró este domingo en El Rastro
Rocío Monasterio, candidata de Vox, con un vestido que se compró este domingo en El RastroLuis de Vega
Luis de Vega

“¿Me queda mono? ¿Me haces el descuento de familia numerosa?”. La que pregunta mientras compra un vestido de flores en uno de los puestos del Rastro es Rocío Monasterio, candidata de Vox a la Presidencia regional. Muchos no la reconocen si no es por el nutrido grupo de compañeros de partido, asesores y policías que revolotea a su alrededor. Desciende desde la plaza de Cascorro hacia Ribera de Curtidores entre el “¡viva España! ¡viva Vox!” de uno o el “tronco, ¿dónde hay bolsas para potar?” de otro. No son ni las diez de la mañana y el mercadillo todavía se despereza en el primer día oficial de la campaña electoral para los comicios del 4 de mayo.

El distrito Centro de Madrid vota tradicionalmente a la izquierda. Algunos problemas estructurales que copan la agenda política desde hace años en el corazón de la capital se han cruzado estos meses con los problemas que, coyunturalmente, han aflorado más con la pandemia. “Pisos turísticos, fiestas, terrazas, cocinas industriales, motos y patinetes en las aceras… Y además, las pintadas y las meadas de siempre”, lamenta Jordi Gordón, portavoz de la asociación SOS Malasaña, que enumera sus quejas como si se las cantara al preparador de unas oposiciones.

Vox fue, junto a Más Madrid y a PSOE, los que apostaron por reabrir El Rastro en pandemia al considerarlo una actividad segura. Las trabas del equipo de Gobierno de PP y Ciudadanos lo mantuvieron cerrado ocho meses y, tras duras negociaciones, aceptaron la vuelta a la actividad con la mitad de puestos y los vendedores trabajando en semanas alternas. Pero la principal asociación de comerciantes ambulantes del mercadillo más famoso lo tiene claro: “No hablamos ni de política ni de religión. Por eso hemos sobrevivido estos veinte años”, advierte Mayka Torralbo, portavoz de El Rastro Punto Es, con cerca de un millar de integrantes. Aunque los políticos lleguen como las moscas a la miel a rascar votos, la asociación como tal se mantiene alejada de las fotos con ellos. “Nuestra lucha es laboral esté quien esté en el poder, aunque sí sabemos quién nos ha apoyado estos meses”, deja claro.

La comitiva de Vox se detiene en un tenderete de fulares y arranca la conversación con el comerciante. “Sofi, graba”, le reclama Monasterio a una de las personas del equipo de comunicación. “Nosotros no comemos cada 15 días”, se queja Eugenio Serrano, el vendedor, refiriéndose a las condiciones que han tenido que aceptar para reabrir. Habla de “vicios, corrupción, desfalcos…”. “¿Te perdona alguien la casa y los impuestos?”, le inquiere la candidata de extrema derecha al tiempo que le recuerda que su partido ha considerado siempre el mercadillo una actividad segura.

“A esos que están en el chalé es a los que hay que poner aquí”, añade lanzando el dardo a Galapagar. Mientras, la cámara del móvil da buena cuenta del improvisado diálogo, que va los derroteros deseados. “Sin Dios no somos nada”, remata el hombre. La escena termina con Monasterio adquiriendo uno de los pañuelos. Son cinco euros y Serrano no quiere cobrarlos. Ella le mete 20 euros en el bolsillo. “Me ha dado más que la propina”, comenta sorprendido mientras ella sigue calle abajo.

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Fran Varo, militante de base de Más Madrid, fotografiado en El Rastro
Fran Varo, militante de base de Más Madrid, fotografiado en El RastroLuis de Vega

En la plaza de Cascorro y en las calles aledañas, Más Madrid concentró sus mayores cotas de apoyo en la capital con el 41,5 % en los comicios autonómicos de 2019. Fran Varo, cordobés de 32 años llegado a Madrid hace 13, se declara “muy ecologista” y participa como militante de base en una de las mesas informativas de esta formación. Llegó a la política atraído por Manuela Carmena y defiende el proyecto de Madrid Central.

“Yo mismo sufro el problema de la vivienda”, explica este profesional del diseño y el marketing digital que comparte piso en Malasaña porque “alquilar un estudio son 800 euros al mes”. Para la entrevista con EL PAÍS elige el bar Los Caracoles, en pleno Cascorro. Rehuye del local vecino, un establecimiento que se ha hecho famoso por preparar las `Papas a lo Ayuso´ en homenaje a la líder regional del PP, que ha apostado por mantener abierta la hostelería. Sumados a los de Más Madrid los sufragios obtenidos por el PSOE (23,4 %) y Podemos (9,5 %), la izquierda se alzó con el 74,4 % de los votos en este entramado de calles. En el conjunto del distrito Centro la hegemonía de estas tres fuerzas no es tan apabullante, pero sí mantiene una diferencia importante aglutinando por encima del 61 %.

“Lavapiés tiene un componente simbólico para Podemos, pues nace aquí, en el Teatro del Barrio, pero se están centrando más hacia los barrios del sur”
Pablo Simón, politólogo

Precisamente en este que es el bastión de Más Madrid en la capital es donde Pablo Iglesias, candidato de Unidas Podemos, ha decidido arrancar la campaña. “Lavapiés tiene un componente simbólico para Podemos, pues nace aquí, en el Teatro del Barrio, pero se están centrando más hacia los barrios del sur”, estima el politólogo Pablo Simón. Uno de los hombres que apuntaló aquel acto de Pablo Iglesias en enero de 2014 fue Íñigo Errejón, que hoy cuenta con su propia marca, Más Madrid, a la que disputa los votantes Podemos. “La candidatura de UP ―añade Simón― tiene tres grandes focos para penetrar en el electorado: votantes descontentos del PSOE, otros que podrían girar desde Más Madrid y, por último, los abstencionistas crónicos en barrios populares. Parece que no está teniendo éxito en robar votantes de Más Madrid y hasta ahora se está centrando en el tercero de estos focos”. Fran Varo, el joven de Más Madrid, cree que es bueno que Iglesias sea candidato para que Podemos “asegure” el 5 % de votos necesario para entrar en la Asamblea.

A un salto del Rastro, la madrugada ha sido de nuevo movida en la calle Duque de Rivas número 4, un edificio de apartamentos turísticos convertido en lugar habitual de juergas pese a las restricciones. “Yo ya, de verdad, no puedo más. Es horrible, una tortura”, denunciaba a las dos de la mañana Mavi Cisneros en su cuenta de Twitter, convertida en paño de lágrimas, mientras se escucha de fondo la farra a través de la ventana de su casa. “Peor que la gentrificación está siendo la turistificación, que destruye la identidad de la ciudad y la convierte en algo de usar y tirar”, comenta airado Jordi Gordón, de SOS Malasaña.

¿Madrid como Magaluf?

La candidata de Más Madrid, Mónica García, ha comparado la capital con Magaluf, en referencia a una de las mecas del turismo extranjero de borrachera en Mallorca. “Compararlo con Magaluf me parece excesivo”, comenta Iván Sempere, de 49, años, que vive con su pareja y su hijo en la calle de La Palma de Malasaña, una de las zonas más ruidosas y con mayor impacto del ocio nocturno hasta que llegó el coronavirus. Cree que “con el confinamiento, el barrio está más calmado, más limpio, sin vómitos… Y hasta puedo dormir con las ventanas abiertas”. “Si de mí dependiera, me quedaba así”, fabula. Pero, de puertas adentro, la cosa cambia. Tiene encima alquilados a unos franceses “que no dejan de montar escándalo”. Cuenta que han llegado a enviar un burofax a Francia al propietario, un español, pero sin resultado. Igual que la única vez que lograron que acudiera la Policía. “El fin de semana pasado echamos a 15 personas. Las normas no van con ellos”, cuenta Sempere.

El problema no es nuevo, describe Antonia Ramos, de 67 años y vecina de la calle del Pez, también en Malasaña. “Todo empezó hace algunos años en un antiguo piso del cantante Andrés Calamaro al que llegaron alquiladas unas belgas. Fue un espanto”, relata. Su comunidad tiene prohibidos los pisos turísticos, pero siempre hay extranjeros alquilados, explica. Tanto Sempere como Ramos dan casi por perdida la batalla de su derecho a descansar. “Yo voto siempre nulo, ni abstención ni en blanco. Es la única rebeldía que tengo para protestar”, dice él. “Que expliquen Mónica (García) y todos los candidatos qué van a hacer con esta barbarie”, reclama hastiada Ramos, que sufre Epoc, una enfermedad pulmonar crónica. “Toda la vida he sido votante de izquierdas. Pero ahora no sé si voy a ir votar, aunque sea una herejía decir esto. Desgraciadamente no lo sé”.

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Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.

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