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ELECCIONES 23J
Crónica
Texto informativo con interpretación

Vox quería creer que todavía quedaba mucha noche

El ambiente en la sede del partido ultra fue paralizándose con la incredulidad de los resultados, se decía que aún era pronto, pero cuando ya se hizo tarde en los coros predominaron la rabia y los insultos

El líder de Vox, Santiago Abascal, en su colegio electoral, el colegio Cristo Rey en Madrid, este domingo.Foto: JAIME VILLANUEVA | Vídeo: EUROPA PRESS
Íñigo Domínguez

La flamante sede de Vox tiene una faja con los colores de la bandera de España que sube los cuatro pisos en un lateral como en una caja de puros. Pero luego la calle es muy estrecha, nada adecuada para actos de masas, y en realidad ni siquiera se llenó a lo largo de la noche. Está al lado de la estación de tren de Chamartín, un poco a desmano. Debajo se había instalado una especie de balconcillo para que saliera el líder, levantado en unos andamios, a apenas 10 metros frente al otro andamio de las cámaras de televisión. No era para arengar a las masas, sino a las teles. Y masa de todos modos tampoco hubo mucha. A las once de la noche había unas 200 o 300 personas, media de edad muy baja, y bastante cariacontecidos.

A las ocho de la tarde, con los primeros sondeos, se escuchó el primer “Que te vote Txapote”, como un eco lejano, pero no había nada de ambiente, más periodistas y policías que otra cosa. Aparecieron los primeros chavalotes, veinteañeros con camisa planchada por fuera, veinteañeras muy arregladas con gafas de sol que vapeaban. Sonaba música instrumental new age, apropiada para la nueva era que se suponía que se iba a abrir esa noche. Épica, de cabalgada por la pradera en una fantasía medieval. Empezó a acercarse gente. Un tipo con la camiseta de la selección (sin número o nombre de jugador), era un español anónimo seleccionado al azar. Alguno con un polo verde. Otros hacían tiempo en un bar cercano tomando gin tonics. Alguna familia con niños. Pandillas de adolescentes que se acercaban a pasar la tarde, ligoteando. Señores con bermudas que bajaba a pasear el perro. Los inevitables galgos. Ambiente de verbena de pueblo, mucha contención. En ningún momento llegó a haber vibraciones, entusiasmo, ambientazo. Para animar, voluntarias repartían pulseritas con la bandera de España y abanicos verdes del partido.

En una pantalla gigante empezaron a verse imágenes y a sonar cosas. Aparecieron Orban y Meloni felicitando a los patriotas sin fronteras. Luego retumbó la voz de Santiago Abascal, con una retahíla de síes y noes. “¡Sí a la inocencia de los niños, no a la corrupción de menores! ¡Sí a preguntar a los españoles, no a la democracia secuestrada por los partidos! ¡Sí a los barrios de siempre, no a los guetos multiculturales! ¡Sí a la civilización de la cruz y no a la violencia islamista!”. Después comenzó una especie de telediario de producción propia, donde dos presentadores fueron comentando los primeros resultados. Conectaron también con la redacción de La Gaceta de la Iberosfera (el diario del partido que dio la trola de que el asesino de la comerciante de Tirso de Molina era extranjero). Había allí unos chicos casi de uniforme, con polos verdes, concentrados en sus ordenadores.

Cuando salió la primera proyección, que daba primero al PSOE, cundió una sensación de irrealidad. “Bueno, es muy temprano”, reaccionaron los locutores con cintura. Sí, sí, la gente asentía. Pero cada vez comentarlo era más difícil. Los presentadores repitieron varias veces una frase: “Queda mucha noche por delante”. Así se pasaron el resto de la noche, pensando que quedaba mucho por delante. No se respondía ni a los vivas España de los discursos grabados de Abascal. Seguían sonando promesas del líder de Vox en bucle: “¡Me comprometo a que todos los hogares tengan agua, mediante la interconexión de todas las cuencas! ¡Las fronteras serán las paredes de nuestra patria!”. Señores peinados para atrás, como recién duchados, deambulaban a la expectativa. El lema del partido en la entrada del edificio, Lo que importa, parecía recordar que podían encajar perder más de un tercio de los escaños, un batacazo considerable, pero lo que importaba era sumar con el PP como fuera. No podían recibir dos bofetadas a la vez. La noche fue confirmando que quizá sí.

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Con la noche llegaron los primeros grupos de chicos malotes, con camisetas negras, banderón de España y cara de enfadados, cómo para no. Ellos empezaron a lanzar los primeros “Viva España” con vozarrón y “Que te vote Txapote”, para calentarse. Pero el ambiente era más familiar y no arrastraba demasiado, porque no se veía claro lo de animarse, sino más bien lo de cabrearse, y hacia ahí fue derivando la cosa. “¡Pedro Sánchez hijo de puta!”, ese fue un lema muy sentido, a las 22.42, mientras la locutora señalaba que con ese resultado la suma de PP y Vox no daba para sacarle de La Moncloa. Los improperios revelaban que, en la ebriedad de la derrota, en Vox no les da por la exaltación de la amistad, como a la mayoría de los españoles, sino por la enemistad. Más que simpatizantes, lo que había allí eran antipatizantes.

Una pareja de jóvenes, él con camisa de lino y bermudas, ella con vestido estampado, los dos con pulserita, asistían con desconsuelo a las noticias. Muy monos, ella recostó la cabeza en el pecho de él, él le acarició la espalda arriba y abajo. “No da”, esas dos palabras rebotaban por los corrillos. Otra pareja más mayor no estaba para melancolías, y discutía. Él creía que todavía se podía y ella se enfadaba: ”¡Pero qué dices, no ves que con los demás este va a decir que sí a todo! ¡Le da igual todo, le da igual todo!”. En cambio, un chico alemán llamaba a su madre emocionado: “¡Aquí hoy hay elecciones! ¡Estoy en el partido que aquí es como la AfD [el partido de extrema derecha alemán]! ¡Vamos ganando!”. Fue el único que siguió viviendo en una realidad paralela donde Vox entraba en el Gobierno. Esto lo tradujo amablemente al periodista una colega que sabe alemán, que luego se apiadó del chico y se acercó a decirle que no, que no iban ganando. El chaval se echó las manos a la cabeza. Al dejar de creerlo él, que era el último, ya fue oficial la derrota. Poco después apareció el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, para anunciar los resultados y se creó un consenso unánime en el griterío: “¡Mariquita, cabrón, hijo de puta!”. Lo llevaron fatal.

Grupos de chicos que, por edad, asistían a su primer recuento de unas generales flipaban: “Joder, es que esto va muy rápido y no cambia”. Las cuentas no salían y miraban si había algún partido más del que echar mano: “Si es que luego más allá no hay ninguno bueno”. No hay ninguno bueno, solo los de Vox. Es lo que les dijo Abascal a medianoche, cuando hizo su primer discurso: era culpa de todos los demás, de Feijóo, de los medios, de las encuestas manipuladas. Les demonizan. Daban ganas de llorar con la música épica, ya tan desaprovechada. Los chicos apretaron con furia las latas de cerveza en la mano, que hicieron crac. Pasó lo que quedaba de noche y ya no cambió nada.

El broche final fue un momento gracioso. Abascal salió por fin a medianoche a decir unas palabras a la terracita, con la plana mayor. Fue muy rápido, muy poca cosa, no había mucho que celebrar. Fue más que para nada animar a la gente, que estaba de bajón: “Sé que hoy es un día de preocupación”, admitió. “¡Vamos a resistir, España va a resistir!”, proclamó. Y ya se iba pero le dijeron algo, volvió sobre sus pasos y se puso firmes mirando al infinito, no se sabía qué pasaba. Hasta que de pronto empezó a sonar el himno de España, y todos se cuadraron. A Abascal, con los nervios de la noche, hasta se le había olvidado que siempre acaban con eso.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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