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paté de campaña
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Puigdemont tiene programa autonómico

Los argumentos del expresidente chocan con la imaginería de la candidatura, que mantiene en su video de campaña las escenas del uno de octubre pese a que a cada visionado pierden más su color original

Puigdemont
Carles Puigdemont participa en el primer acto de campaña en Argelès-sur-Mer, Francia.David Borrat (EFE)
Manel Lucas Giralt

En Argelés-sur-mer, en la Catalunya norte, estuvo uno de los más extensos campos de refugiados de la Guerra Civil. Miles de personas, huidas del avance franquista, se hacinaban sobre la arena de la playa, cercados por alambradas, sin las mínimas condiciones de salubridad, tratados por las autoridades francesas más como prisioneras que como refugiadas. Aquél fue un exilio durísimo. Ochenta y cinco años más tarde, en esa misma ciudad ha presentado su programa electoral Carles Puigdemont, el exiliado high style de Catalunya.

La campaña de Puigdemont es muy anómala, como todo lo que le rodea y todo lo que toca desde hace más de seis años. Es una campaña excéntrica; textualmente, digo, porque se produce fuera del territorio electoral, y eso le da, aún más si cabe, un halo de fantasía. El candidato observa Catalunya desde fuera, y desde arriba, como en los primeros planos de su anuncio de televisión, ése en el que proclama “no nos engañemos: estas elecciones no van de mí”; él, jefe de filas de una lista que se llama Puigdemont per Catalunya y cuyo rostro aparecerá como logo en las papeletas (no es el primero que lo hace, ya lo sabemos). Este viernes, mientras desgranaba sus apuestas electorales, lo flanqueaban a derecha e izquierda sendos rótulos con su nombre, y un tercero en el atril.

Acostumbrados a un Puigdemont que no necesita bajar a la arena del día a día, más aún, que cultiva esa imagen de político que no se mancha las manos con la gestión -lo que le resulta rentable entre sus fieles: no hay error posible cuando uno no ejerce y la distancia difumina las impurezas-, incluso sorprendía que aceptara hablar de programa de gobierno. Pero así fue. Aprovechando que el resto de los candidatos acudían a un primer debate en la Catalunya electoral, apuntó las primeras cien medidas que tomará si es investido presidente y la amnistía se lo permite; es decir, anunció un programa netamente autonomista: muy exigente, pero inserto en la legalidad. Cancelación de la deuda de Catalunya, competencias fiscales y en inmigración… reivindicaciones de máximos, pero que se van a negociar con el Gobierno central, no se van a tomar por las bravas tras un nuevo referéndum. Argumentos que chocan con la imaginería de la candidatura, que mantiene en su video de campaña las escenas del uno de octubre -referéndum y apaleamiento de votantes- pese a que a cada visionado pierden más su color original. Por el camino, Puigdemont atizó -metafóricamente- a sus contrincantes, en una proporción de 25 contra Illa y 75 contra Aragonès. Sin citarlo, acusó al actual president de gobernar poniendo parches, de dejar que se le suban “a caballo” y de no hacerse respetar por “Madrid”. Y como sello de cosmopolitismo, de hombre de mundo, insistió en su más reciente latiguillo: denominar “primer ministro” al presidente del Gobierno español, igual que el primo que regresa de América con el acento de Julio Iglesias y preguntando “cómo se dice square en catalán”.

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