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Cádiz, un paraíso atrapado en el desempleo

La provincia vive sumida en elevadas cifras de paro y de destrucción de industria, pese a su ubicación estratégica y su potencial turístico

Jesús A. Cañas
Un trabajador se coloca una pegatina de 'No más precariedad' durante la manifestación del metal en Cádiz, el pasado mes de noviembre.
Un trabajador se coloca una pegatina de 'No más precariedad' durante la manifestación del metal en Cádiz, el pasado mes de noviembre.Marcos Moreno

Un símbolo puede surgir en cualquier momento y lugar. El de las huelgas del metal de Cádiz nació el pasado 23 de noviembre, en una avenida de la barriada obrera del Río San Pedro de Puerto Real. La indignación recorrió la provincia y el país al paso de una enorme tanqueta policial para reprimir las violentas protestas. En plena campaña para las elecciones andaluzas de este domingo, la tanqueta ha confirmado el valor que se le intuía como alegoría del mal laboral que asola Cádiz, sin aparente respuesta nacional o regional. Cada cual ha resignificado el momento a su forma, de las coplas reivindicativas de este pasado Carnaval a las referencias interesadas en dañar la lucha sindical de la candidata ultraderechista Macarena Olona, en el debate del pasado lunes. Pero nadie parece dar con la respuesta que permita a la provincia escapar de la paradoja de ser el epicentro del paro, pese a su ubicación estratégica y su potencial turístico.

Cádiz es la tercera provincia andaluza en población con sus más de 1,2 millones de habitantes. Gestiona uno de los puertos de mercancías más importantes de Europa —el de Algeciras— y el polo químico más destacado de Andalucía —en el Campo de Gibraltar—. Su viento y 3.000 horas de sol le hacen ser de las punteras andaluzas en la producción de energías renovables. Los 260 kilómetros de litoral, los seis parques naturales y los 27 conjuntos históricos monumentales alimentan un turismo tan creciente que el sector servicios ya emplea en la zona al 78,4% de la población activa, según datos de la última Encuesta de Población Activa.

Pero la paradoja se hace frustrante si estos atractivos se contrastan con los lastres que hunden el optimismo en Cádiz: en el primer trimestre lideró el paro andaluz con un 26,3% de desempleo que solo se corrige estacionalmente en los veranos, municipios como La Línea de la Concepción o Sanlúcar de Barrameda se cuelan recurrentemente en los rankings de rentas per cápita más bajas, la economía sumergida y el narcotráfico empobrece la realidad social gaditana en muchos barrios y la densidad empresarial está “20 puntos menos que la media nacional de empresas (por cada mil habitantes), diez puntos por debajo de la media regional”, como recuerda Javier Sánchez Rojas, presidente de la Confederación de Empresarios de Cádiz.

Un grupo de mujeres juega al bingo protegidas con sombrillas en la playa de La Caleta de Cádiz, durante estos días de ola de calor.
Un grupo de mujeres juega al bingo protegidas con sombrillas en la playa de La Caleta de Cádiz, durante estos días de ola de calor. Emilio Morenatti (AP)

La crisis endémica de Cádiz arrancó con la pérdida del comercio de ultramar en el siglo XIX, se agravó con el desmantelamiento industrial de los astilleros en los años 70 y 80, empeoró aún más con la recesión económica iniciada en 2007 y, cuando los indicadores mejoraban, la pandemia se llevó por delante a 10.000 empresas, sustituidas ahora por compañías nuevas y, por tanto, “más débiles”, como reconoce Sánchez Rojas. Ante ese panorama, la provincia lucía dividida en sus reivindicaciones —ahí está la tricapitalidad oficiosa de Cádiz, Jerez y Algeciras— y su descrédito ante la política con datos de municipios abstencionistas alarmantes —el 60% de los vecinos de Puerto Serrano no votó en las últimas andaluzas de 2018—. Hasta que la huelga del metal de noviembre unió territorios y a trabajadores de distintos sectores en sus gritos contra la precariedad.

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“Se ha vuelto a hablar de clase obrera, que se había olvidado. El problema del metal es tan importante como el de la hostelería”. Pasados siete meses de aquella insurrección, David Rodríguez, electricista eventual de 52 años y uno de los fundadores del sindicato Coordinadora de Trabajadores del Metal Bahía de Cádiz, resume así para qué sirvió aquella huelga. Él vive en la avenida Fermín Salvochea del Río San Pedro, justo la vía que se viralizó aquel día de noviembre por la presencia de la tanqueta. Tras llegar al acuerdo que puso fin a la huelga, pero no satisfizo a eventuales como Rodríguez, el trabajador tiene claro para qué sirvió aquellos días y esa respuesta policial: “Pasó por mi lado y fue increíble. Pasado el tiempo, creo que nos ha reforzado por lo torpes que han sido”.

Trabajadores más unidos

Rodríguez percibe a los gaditanos ahora más unidos en la defensa de sus intereses que antes de las manifestaciones, aunque también reconoce que la situación del metal hoy es mucho más precaria que en los años 80, momento en el que los obreros de la provincia volvieron a cerrar filas por las protestas de astilleros. No es el único que piensa así. El sociólogo de la Universidad de Cádiz Manuel Arcila cree que “ha habido pocos cambios” en estos últimos meses: “No solo es la reacción exagerada y desafortunada de la tanqueta, es el reflejo en el gasto y en los futuros presupuestos para la provincia. Al final todo se queda en promesas. La campaña es un ejemplo con temas que llevan décadas pendientes, como el nuevo hospital [de Cádiz capital]. A nadie se le cae la cara de vergüenza de sacar un tema que ya debería estar solventado”.

Ese es uno de los motivos por los que Rodriguez tiene claro que los gaditanos “deberían protestar más”. “He trabajado muchos años en el norte de España. Cuánto más para el sur, menos trabajo hay y se cumplen menos los convenios. En Cádiz, se trabaja más horas y se cobra menos en relación a la realidad del norte”, reflexiona Rodríguez. Y eso que la provincia sigue marcada por dos importantes tópicos que son también paradigma de la imagen más negativa del andaluz. Uno exterior que la señala como zona laboralmente conflictiva y supuestamente entragada solo al ocio y la fiesta. Otro interior, en el que la población está ensimismada en cierta “vocación de victimismo”, como apunta Arcila, forjada a base de décadas de abandono institucional a una periferia que sigue esperando una solución específica que no llega.

Pese a ello, Arcila resalta como han mejorado los datos de desempleo en los últimos meses, impulsados principalmente por un turismo que intenta —con demasiado esfuerzo— desestacionalizarse. “Seguimos en la cola, pero no estamos tan mal”, apunta el sociólogo. Javier Sánchez Rojas también se niega a instalarme en el pesimismo y recuerda la senda de crecimiento que inició Cádiz antes de la pandemia y a la que espera que la provincia llegue de nuevo, pese al contexto internacional de inflación y guerra en Ucrania: “El reto ahora es recuperar esa senda de crecimiento”. Y si no siempre quedará la calle. Esa justo a la que lleva estos meses apelando la Cooordinadora del Metal, enfrascada en expandir su lucha a otros sectores, como el de la hostelería, donde ya han creado una caja de resistencia para proteger a los empleados del sector que tengan que ir a la huelga. “La única posibilidad de hacer algo es con la gente del pueblo. La individualidad no lleva a nada. Necesitamos al pueblo de Cádiz al lado y si los trabajadores se unen también será bueno para nosotros”.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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