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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El descrédito de la Generalitat

Mazón ha convertido la principal institución de los valencianos en una plataforma de lanzamiento de bulos y trolas, en una suerte de depuradora de Pinedo

El presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, en Berlín, el 5 de febrero.
El presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, en Berlín, el 5 de febrero.HANNIBAL HANSCHKE (EFE)
Miquel Alberola

A pesar de que Carlos Mazón ha recuperado su espasmódica coreografía, como si su pingüe elenco de spin doctors le hubiese persuadido de que ya tiene el trofeo en la vitrina, su futuro público sigue atrancado en el horizonte. Es cierto que el zarandeo generalizado de los primeros meses ha perdido gas (la indignación y la movilización no siempre bailan al mismo ritmo) y que se ha ablandado la gestualidad de Génova, pero poco más. El crédito sujeto a condiciones que le concedió Núñez Feijóo sigue sin tener otro objeto que tranquilizar a amplios sectores del PP (de allá, de aquí) que consideran al todavía presidente de la Generalitat un serio obstáculo electoral y un suculento regalo para la izquierda. Con Vox fuera del Consell y en efervescencia demoscópica, su dimisión entrañaba más riesgos que mantenerlo corpore insepulto en el cargo, fiando el desenlace a un milagroso vuelco con su exculpación (imputando al Gobierno central la desastrosa gestión de la Generalitat) y a una airosa reconstrucción de la catástrofe.

Pero con todo, Mazón es ahora más rehén de Vox que cuando lo tenía en el Palau. Haberle regalado la presidencia de una comisión de investigación diseñada para amplificar el relato exculpatorio del PP ni siquiera garantiza el apoyo en los presupuestos que necesita para transmitir que ha recuperado el pulso de la normalidad. El malestar social de la dana ha vigorizado a la ultraderecha, que amplía sus expectativas de crecimiento a costa del PP. Vox ve a Mazón más vulnerable que nunca, estruja su garganta y le dobla la cerviz. Incluso se permite denigrar al general Gan Pampols, su principal pararrayos, y obliga al Consell a matizar sus declaraciones. Los grados de dificultad de la supuesta recuperación de Mazón también aumentan con el inicio de las diligencias judiciales de la dana, con una jueza que parece dispuesta a sacar los hechos y las responsabilidades de debajo del lodo que arrastró el agua junto a los 227 cadáveres y del fango perverso removido en la superficie. Mientras tanto, desde el punto de vista de la estrategia política, Mazón está haciendo lo único que puede hacer. Es un zombi tratando de demostrar que rebosa salud, colgado del clavo ardiendo de un relato alternativo a los hechos que trabaron la mayor irresponsabilidad e incompetencia de un jefe del Consell con la mayor catástrofe que ha vivido la Comunidad Valenciana. Con este panorama y hasta que suceda el milagro o su sepelio político, solo le cabe un último servicio: enredar, enturbiar, añadir padecimiento a las víctimas y aprovechar la excepcionalidad de la catástrofe para hacer las máximas adjudicaciones sin concurso a empresas afines que, quién sabe, le puedan hacer más llevadera su posteridad y quizá satisfagan las virtuales deudas de Eduardo Zaplana.

El problema, además del perjuicio que está causando a los damnificados con su estrategia de desorientación para mantener viva la fricción política contra la gestión de ayudas del Gobierno central y tratar de reescribir su apagón letal en los reservados del Ventorro, es que está utilizando la Generalitat, con todos sus recursos para su salvación personal. Mazón ha convertido la principal institución de los valencianos en una plataforma de lanzamiento de bulos, filtraciones manipuladas y trolas, en una suerte de depuradora de Pinedo. Ha trasformado cada comparecencia del Consell en un caudal desbocado de embustes. No es que la etapa de los socialistas y Compromís al frente del Consell fuera el Siglo de Pericles, pero sí recuperó la imagen de una institución que los años de corrupción sistémica del PP habían reducido a una caverna agusanada. Ahora la Generalitat se dedica a la redención del comensal de la fatídica interminable sobremesa.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.
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