Recuperar la luz en Navidad
Vamos a vivir la triste paradoja de que, a 11 kilómetros de la capital del Túria, en la que se ha triplicado el presupuesto para luces de Navidad, hay todavía miles de empresas, viviendas y familias rotas
Estas son unas de las Navidades más difíciles para los valencianos. En mi familia, pasado el puente de la Inmaculada, nadie quiere hacerse cargo de poner los adornos navideños y me toca a mí este año traer a casa el espíritu de la Navidad y animar la moral de las tropas. Quizás en mi generación, la de los 90, sabemos mucho de caer y volvernos a levantar, tras tantas crisis económicas y tragedias varias que nos ha tocado vivir en apenas unas poquitas décadas de vida.
El día posterior a la barrancà nos íbamos de viaje. Tras perder los vuelos, como tantos otros valencianos, reorganizamos el viaje para el puente de diciembre. Aquello nos animó mucho durante las duras semanas que siguieron al 29 de octubre. De camino al aeropuerto, nos llevó un atento taxista de Paiporta. Sus hermanos habían sufrido duras pérdidas en sus negocios. Negocios que les había costado toda una vida levantar. Uno de ellos, incluso, se había tenido que trasladar con él a vivir a su casa. “Estamos animados, pero tenemos muchas ganas de que pasen las Navidades”, nos comentó, aguantándose las lágrimas, mientras veíamos a nuestro alrededor (todavía un mes después), miles de coches apilados unos encima de otros.
Al volver de una Milán llena de adornos y decoraciones navideñas, me invadió una gran pena al ver cómo después de más de un mes, una nueva dana inunda los hogares de los valencianos: la de la tristeza. Así lo corroboraba una encuesta de 40dB para El País y la Cadena Ser. Casi mes y medio más tarde de la tragedia, el 54.7% de los valencianos afirmaba sentirse triste. Asimismo, un 40.1% afirmaba sentirse preocupado, un 9.7% desanimado, un 9.7% decía sentir miedo y un 8.7% se sentía desconcertado.
Esta Navidad vamos a vivir la triste paradoja de que, a 11 kilómetros de la capital del Túria, en la que se ha triplicado el presupuesto para luces de Navidad este año, hay todavía miles de empresas, viviendas y familias rotas. Pero, sobre todo, hay miles de sueños destrozados y de infancias en las que se pulsó el botón de pause aquel 29 de octubre. Y sin esperanza no puede existir un futuro.
Por eso, como nos enseña la película Radical, debemos reivindicar el derecho a soñar: es condición imprescindible para que nuestros sueños puedan hacerse realidad. Yo sí quiero celebrar la Navidad, pero no una Navidad con grandes lujos ni eventos ostentosos. Que estas sean unas fiestas para estar con la familia —tanto aquella que elegimos como aquella que nos ha tocado—. Que sean unas fiestas para recuperar nuestros sueños. Unas Navidades más valencianas que nunca en las que apoyemos y pongamos en valor a nuestros pequeños comercios, a nuestras empresas, y no abandonemos a aquellos que siguen pasándolo mal por culpa de aquella maldita alarma que llegó tres horas tarde.
Mientras volvía del puente y aquel avión aterrizaba en Manises me emocionó pensar que la nuestra es la tierra de la luz. La del luminismo de Sorolla, o la de aquella Albufera que relataba Blasco Ibáñez en Cañas y Barro. Aprovechemos estas Navidades para ofrecer “eixa mà germana i eixe abraç sincer”, que cantaba Zoo, para escucharnos, también a quienes piensan diferente. Respiremos hondo y cojamos impulso para la reconstrucción que viene y que nos obliga a dar nuestro 100%. Nos toca defender el futuro y la alegría, como dice Ismael Serrano. Y recordar que “hay una grieta en todos lados: es así como la luz entra”, como cantaba Leonard Cohen. Valencians: que vinga, que vinga, que vinga la llum…!
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.