Benidorm no teme a la turismofobia
La ciudad alicantina se muestra convencida de su modelo de éxito, a menudo denostado, a pesar de los problemas de la masificación y del alza de precios que afligen al turismo
Los problemas que genera el turismo masivo, como el encarecimiento de la vivienda o la falta de servicios, no son ajenos a Benidorm, la capital de la Costa Blanca y una de las capitales turísticas del Mediterráneo. Sin embargo, el creciente rechazo en otros destinos hacia este modelo no ha calado en una sociedad convencida de su forma de ganarse la vida.
Una gran cruz de hierro, que antes fue de madera, vigila Benidorm desde Serra Gelada. No es una protesta, sino un acto de penitencia de la Iglesia y los vecinos, que la subieron en procesión en 1962 para redimir del pecado a un lugar que empezaba a abrirse al turismo nacional y europeo. Un pueblo que apenas rebasaba los 6.000 habitantes y que se ha convertido en una ciudad que supera la barrera de los 70.000 sin contar a los miles de residentes no empadronados. En verano, con más de 120 hoteles abiertos, la población real puede llegar a triplicar o cuadruplicar esa cifra.
En otro punto, entre el centro histórico y la playa de Poniente, hay un parque junto al puerto con una fuente en cuyo fondo se puede leer De ilusión también se vive. Esta frase, grabada en piedra, recuerda la llegada dos años antes del agua potable desde un pozo de la vecina localidad de Polop.
Aquel hito era imprescindible para el ambicioso proyecto del por entonces alcalde Pedro Zaragoza, que en 1956 había empezado a desarrollar un plan general que configuraría el trazado urbano de Benidorm tal y como se conoce actualmente. La ciudad en vertical que no abusaba del suelo, rodeada de espacios naturales, pero daba cabida a que casi todo el mundo pudiera ver el mar desde su habitación o no se alejara más de un cuarto de hora de la playa.
El primer bikini que se pudo ver en el litoral español, el mítico Festival de la Canción o los espectáculos eróticos desde la Transición se suman a la planificación y democratización del turismo como las causas que consiguen explicar que Benidorm fuera el año pasado, según la estadística del INE, la tercera ciudad de España en volumen de pernoctaciones por detrás de Madrid y Barcelona. Fueron hasta 15 millones de estancias, representando el 40% de todo el turismo de la Comunidad Valenciana y aportando el 1,1% del PIB de toda la región.
Un auténtico y en tantas ocasiones denostado turismo de masas al que Benidorm no teme porque, en palabras de la consejera de Turismo de la Generalitat y exdirectora de la patronal hotelera de la ciudad alicantina Hosbec, Nuria Montes (PP), “decidió qué quería ser de mayor”. Todas las variables históricas, sociales y económicas configuran un ecosistema donde, según Montes, no cabe la turismofobia: “Todo el mundo puede venir a Benidorm y Benidorm se adapta a las tendencias del mercado”. Como ejemplo: el trabajo de preparación contra situaciones de sequía como la actual, que se viene haciendo desde la década de los setenta y que se traduce en un control tan exhaustivo del ciclo hídrico que permite reducir al máximo las fugas, reutilizar el agua de las piscinas para el baldeo de las calles o monitorizar el número real de personas que se encuentran alojadas en la ciudad a diario.
En la misma línea se expresa el alcalde de Benidorm, Toni Pérez (PP), que se reserva a su vez las competencias municipales de turismo: “Los grandes beneficios que nos reporta, también en generar recursos para apostar por la máxima sostenibilidad ambiental de nuestro territorio, son determinantes para que no haya dudas a la hora de seguir apostando por la turismofilia. Estamos convencidos de que solo seremos el mejor destino para venir si somos la mejor ciudad para vivir”. Para la portavoz de la oposición en el Ayuntamiento, Cristina Escoda (PSPV-PSOE), la particularidad de Benidorm reside en que ha “crecido gracias a los vecinos, que un día decidieron apostar por el turismo, creciendo e invirtiendo junto a la ciudad, y no por cadenas internacionales, sin apego y dando más prioridad al beneficio económico”.
“Aquí no hay aversión a los turistas porque se vive de ellos, no vamos a pincharle las ruedas a un madrileño o a un inglés”, corrobora Dani Patiño, secretario autonómico de Diálogo Social en Comisiones Obreras, aunque también lanza una advertencia: “Sí hay un problema de redistribución de la riqueza, de un hospital construido y pensado para hace décadas, de unas infraestructuras de movilidad obsoletas o de unas subidas de impuestos que no son progresivas para atender a los gastos que generan los turistas”.
“Habría que articular un movimiento más estable en el tiempo”, lanza Patiño. No hay rastro de xenofobia, pero si las administraciones “siguen explotando la gallina de los huevos de oro y no plantean soluciones, los conflictos podrían tener más impacto”. Conflictos que no se agudizan por la escasa movilización del tejido asociativo local, añade.
Benidorm cerró agosto como el municipio de más de 40.000 habitantes de toda la Comunitat Valenciana con la menor tasa de paro, ligeramente por encima del 10%. La mayor parte de las viviendas turísticas se han concentrado en bloques completos con todo tipo de servicios y cercanos a las playas y el centro urbano sigue siendo la opción preferente para los residentes. Alex Cerezo, que nació en la ciudad hace 23 años, presume de no haber dejado de trabajar desde que es mayor de edad. “Quizás en otro sitio sería más difícil”, razona. Como camarero, de entrenador en un club de fútbol y ahora en una tienda de deportes, ha convivido siempre con el turismo: “Lo he visto desde que era niño, el único problema que hay es el precio de los alquileres, pero eso pasa en todas partes y yo tengo aquí mi casa”.
Mari Carmen Martínez es de Alcadozo, un pequeño pueblo de Albacete. Tiene 51 años y hace cinco que la cadena de supermercados en la que trabaja la trasladó de la capital de esa provincia a Benidorm con una hija adolescente a su cargo. “Al principio me asustó porque no conocíamos a nadie, pero aquí todo el mundo es de fuera y está igual”, cuenta Martínez. En cuanto llegó, decidió comprar un piso en la segunda planta de un edificio de 30 alturas que “ahora debe valer el doble”, señala, antes de confesar que a día de hoy no regresaría a Albacete: “Creo que me aburriría, me he acostumbrado a esto y siempre hay algo que hacer”.
“He estado comiendo 50 años de ellos, desde 1973 que llegué de Murcia hasta 2020 que me jubilé”, asegura con rotundidad María García al ser preguntada por su relación con los turistas. “Hay que tratarlos bien, porque si los tratas como basura ellos se portarán mal”, explica esta gobernanta de hotel retirada que, eso sí, no ve bien que las viviendas se dediquen a alquiler turístico porque para eso ya están los hoteles: “La gente de Benidorm vive en el centro y no hay jaleo porque los ingleses, el ruido, las chicas bailando desnudas y los que dan la nota están en una calle”. Los españoles, añade, son a veces peores que los ingleses: “Quieren hacer lo mismo y no saben”.
Precisamente, el periódico británico Daily Mail, que otras veces ha sido poco benévolo con Benidorm, ha publicado recientemente un reportaje cuyo titular, extenso, no da lugar a equívocos: “Olvídese de las protestas contra el turismo... ¡Hay una parte de España que siempre dará la bienvenida a los turistas! A medida que llega el sombrío otoño, todavía hay mucha diversión bajo el sol para los británicos en Benidorm”. Una sentencia que, además de evocar las quemaduras habituales en el torso o los litros de cerveza ingeridos por las 832.000 personas que este medio calcula que viajaron en 2023 desde Reino Unido hasta Benidorm, refleja otra parte de la realidad económica de la capital turística de la Costa Blanca que no se da en otros destinos masificados: la desestacionalización.
El factor indudable del clima, unido a la creciente cadena de eventos que se suceden en el calendario como la prueba de la Copa del Mundo de Ciclocross o el Benidorm Fest en el primer trimestre hacen que cada vez sea más difícil distinguir, a pesar de los devaneos del caduco modelo del Imserso, la temporada alta de la baja. Durante todo el año, la cruz de Serra Gelada sigue brillando por las noches con luces de neón.
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