Carlos Sáez: arte del futuro pasado
El artista ha influido en la estética de ARCA a Rosalía. Libertad morfológica y mecanofilia cruzan su obra digital y escultórica
Carlos Sáez (Valencia, 36 años) lleva tiempo asomándose al futuro por nosotros. Su obra está presente en una suma de impactos globales y masivos, desde la iconografía luminiscente del Motomami World Tour de Rosalía a la revolución estética de la poderosa productora, música y “diva experimental” ARCA (Björk, Kanye West, Lady Gaga) desde su disco Kick I. Antes de estudiar una carrera de moda, ya tenía una marca de camisetas junto a sus hermanos cuyo predicamento en Valencia fue considerable: noworkmondayz, con tienda propia y producción en China. Al acabar esa carrera de moda, en la IED Madrid , ya era el director creativo de una –entonces– joven cadena de hoteles (Room Mate) y todas aquellas experiencias le abocaron a una nueva consideración profesional: “tardé muchos años en considerarme artista. Entiendo que hasta que no me vi lleno de grasa, con los dedos pegados de silicona, formando parte de ferias internacionales o participando en exposiciones de galerías (Transfer Gallery, Nueva York; House of Chappaz; Barcelona) no quise llamarme así. Además, el net art no era fácil de explicar entonces”.
Después de las interminables horas dedicadas a esa dirección creativa hotelera, Sáez se encerraba en un estudio junto a la tienda del ganador de un Goya a mejor vestuario Carlos Díez Diéz, en Madrid. “Para los hoteles y para mis amigos, todo lo que hacía pasaba por mis manos. Tardé más años en aprender a delegar que en considerarme artista. Así que si hice videoclips para The Cabriolets o piezas audiovisuales para American Apparel o Bimba y Lola, todo el proceso pasaba por mí. Idear, dibujar, grabar, editar, posproducir… ¡y encima me dio por el stop motion!”. El artista, que atiende a EL PAÍS durante varias horas entre los divertidos bubble teas de la calle Pelayo de Valencia, recuerda el peso de aquellos años. Desde su profesor Luis Venegas, a la progresiva admiración por las madres de ese pretérito net art: Ola Lialina y Lorna Mills. El salto cualitativo llegó de la mano de otra influencia y amiga: “entre 2011 y 2012, junto a Claudia Maté, lanzamos Cloaque.org, una vertedero digital en forma de scroll que acabó convirtiéndose en una galería de arte online siguiendo las reglas del cadáver exquisito”.
Cloaque dio mucho de qué hablar. Se expuso en Miami durante Art Basel, entre otras ferias internacionales, y acabó siendo reseñado en las revistas neoyorquinas del sector. Fue entonces cuando Sáez decidió probarse a partir de esta escalada de experiencias y contactos y vivió durante unos meses en la capital estadounidense del arte. “En Nueva York comprendí que el arte digital era algo muy grande, real e imparable. También que necesitaba dedicarle todas las horas, todos los días, para poder estar lo suficientemente actualizado y vigente. O sea, dejar de trabajar para dedicarme como fuera a esto. Y había un sitio donde todavía podía pagar 200 euros por tener un taller”. Ese lugar era Valencia, donde pocos años después cofundaría junto a Rita Delgado y Jose Martí PLUTO, un espacio colaborativo y asociación cultural inspirado en aquella necesidad de ofrecer un lugar viable para la creación y que hoy contiene la actividad artística de más de 30 personas en el barrio de La Punta.
En un espacio físico y posible, en esta última década, Sáez ha generado una obra que explota lo mejor del futuro pasado, un cruce que incluye escultura, nostalgia, mecanofilia e inteligencia artificial. Y que ha trascendido al net art: “empecé a coleccionar carcasas de Nokia, carrocerías y trozos de motor. Por primera vez, la tecnología estaba siendo sustituida funcionando perfectamente. Muy inspirado en la idea de Borys Groys sobre los acueductos romanos, que abastecieron de vida durante siglos y que hoy siguen en pie, pero vacíos, yo veía todos esos artilugios que habían generado toda una vida y que ahora estaban huecos pero bellos”. Aparece una revisitación intelectual de la forma de divertirse y ser en la Ruta, su obsesión por las motos como máquina individual que solo avanza, e incluso la reinterpretación del universo Dragon Ball desde el pensamiento más evidente de toda su creación: el transhumanisno y la libertad morfológica.
“Fue Alejandra (Ghersi, ARCA) quien me insistió en que esos ensamblajes de máquinas, cables y resina, tenían un mensaje”. Así llegaron piezas con forma de armadura, máscaras láser, o alas LED. “Que alguien a quien admiro me diga eso, fue importante, pero también el impacto de algunas cosas en las redes”. Sáez ha llegado a tener tres webs activas a la vez, pero hoy no tiene ninguna y es su Instagram el que se ha convertido en una catapulta de colaboraciones; su trabajo para Rosalía llegó como un encargo directo a través de esta plataforma. Fue en esta red donde su trabajo en el plano digital genero dos modificaciones del cuerpo virales. Formuladas desde la propuesta de extrañeza digital del indeleble ‘Mental Wealth’ de Chris Cunningham para PlayStation, unos ojos deformados y una lengua imposible provocaron una ola de reacciones con dos filtros de rostro tiempo antes de que estos estuvieran disponibles en la aplicación móvil de Meta. “Es mi buzón de actividad, pero me digo a mí mismo que a día de hoy hago de todo por dinero menos trabajar. No soy el mejor en convertir toda esa euforia en facturación. No tengo equipo, porque necesito tiempo para investigar y probar sin presión. Aun así, sigo trabajando con galerías y sigo participando de exposiciones”. El mismo Institut Valencià d’Art Modern, el IVAM, posee y ya ha exhibido obra suya. Aunque se resiste a confirmar la ciudad y el lugar, en cuestión de meses estrenará su primera exposición individual de grandes dimensiones en un espacio público.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.