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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Burbujas (y cómo romperlas)

Los adultos, también vivimos dentro de burbujas, y que, lo peor de todo es que, a diferencia de ellos, no sabemos cómo romperlas

Niños
Varios niños persiguen burbujas de jabón.Albert Garcia (EL PAÍS)
Jordi Sarrión-Carbonell

Siempre me ha encantado ver València a través de los ojos de un paseante (un flâneur, que dirían los franceses). Los ojos de alguien que, igual que aquel científico que repite un experimento una y otra vez para comprobar si se han alterado los resultados, disfruta cada cierto tiempo de pisar las calles nuevamente —como diría Pablo Milanés— para ver cómo ha cambiado la ciudad. El otro día paseaba por el cauce del Turia, a la altura del Parque Gulliver y, de pronto, vi algo que me hizo detenerme. Era un hombre que hacía pompas de jabón para el deleite de decenas de niños, que se amontonaban obnubilados a su alrededor intentando romper el mayor número posible de burbujas. Entonces, me quedé pensando mientras miraba a aquellos niños que nosotros, los adultos, también vivimos dentro de burbujas, y que, lo peor de todo es que, a diferencia de ellos, no sabemos cómo romperlas.

¿Te has parado a pensar en la cantidad de burbujas en las que estás atrapado en tu día a día? La burbuja de las redes, que nos agrupa y aísla en función de nuestros valores y nuestra ideología. La burbuja de los medios de comunicación, que elegimos para que refuercen nuestras creencias y nuestra forma de ver el mundo. La burbuja política, donde corren malos tiempos para las voces libres, no hay lugar para medias tintas y acaban predominando los instintos más primarios del ser humano —conmigo o contra mí, dentro o fuera, me amas o me odias-. O la burbuja de la gran ciudad, donde unos auriculares y la música de nuestro grupo favorito y decenas de impersonales franquicias de comida rápida nos aíslan de todo cuanto acontece a nuestro alrededor. Y, entre tantas burbujas, el miedo y una única certeza: ya no nos quedan apenas certezas.

Y, otra pregunta que llevo muchos años haciéndome. ¿Cómo rompemos estas burbujas? Hace poco fui de viaje con mi amigo vallecano, Álex. Ambos tuvimos el lujo de compartir tiempo para pensar y reflexionar alrededor de una cerveza (con su tapita correspondiente). Él me contaba que, después de que cerrasen el gimnasio de su barrio, tuvo que mudarse a una franquicia, y que se sentía un poco solo entrenando, pues no conocía a nadie. Yo, en cambio, le conté que en mi gimnasio somos una gran familia, que todos nos conocemos, ayudamos y preocupamos el uno por el otro. También le hablé de algo que me hizo entender muy bien mi amigo Lluís cuando me invitó a su falla de València: que allí convive gente de todas las ideologías, tendencias y preferencias lingüísticas… Y que, cuando la charanga toca Mediterrània de La Fúmiga o Mi gran noche de Raphael no hay diferencias que valgan y todos bailan y ríen al unísono.

Por eso, he llegado a la conclusión de que la mejor forma de romper las burbujas que nos aíslan y nos separan es juntarnos con el Otro, el que piensa diferente. Y esto es algo que he aprendido viajando en BlaBlaCar, como buen joven de la Generación Z, y que haría con muchos de nuestros políticos: sentarlos en un BlaBla y enseñarles a escuchar qué tienen que decir aquellos que piensan diferente, cuáles son sus miedos, sus sueños y sus anhelos. Seguro que comparten aficiones, que les gusta el buen vino, las canciones de Amaral, la comida oriental o que apoyan al mismo equipo de fútbol. Todos somos responsables de rebajar la tensión, de volver a vivir a fuego lento —a fuoco dolce, como dicen los italianos— y sentarnos alrededor de una mesa. Entonces y sólo entonces, reventaremos las burbujas y los algoritmos habrán perdido.

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