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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sobre el premio de tauromaquia: Y sin embargo se mueve

Sería risible, si no fuera tan indignante, la furia desproporcionada de amplios sectores de la política y el periodismo cuando alguien desde la esfera del poder cuestiona la tauromaquia

Un banderillero en el primer astado del diestro Calita en el festejo de la Feria de San Isidro celebrado este domingo en la plaza de toros de Las Ventas.
Un banderillero en el primer astado del diestro Calita en el festejo de la Feria de San Isidro celebrado este domingo en la plaza de toros de Las Ventas.Borja Sánchez-Trillo (EFE)

Sería risible, si no fuera tan indignante, la furia desproporcionada con la que reaccionan amplios sectores de la política y el periodismo cuando alguien desde la esfera del poder cuestiona la tauromaquia en una u otra de sus modalidades.

Estos sectores se han lanzado como aves de rapiña contra el ministro de Cultura, Urtasun, únicamente porque ha osado decir lo que todos sabemos y que es una verdad incuestionable:

“La tauromaquia es un maltrato animal”

Y siguiendo la lógica de los silogismos, si la tauromaquia es un maltrato y le damos un premio, estamos premiando el maltrato.

Es impensable premiar y subvencionar con dinero público un maltrato, luego, no se puede premiar la tauromaquia.

Muchos españoles hemos respirado con alivio ante las palabras del ministro porque también existimos y no somos ni menos españoles ni menos dignos de atención que los demás, aunque no armemos tanto ruido para exigir que se nos escuche y se tenga en cuenta nuestra opinión.

Estamos tan acostumbrados a que se nos ignore y se nos silencie, mientras se exaltan sin descanso espectáculos que nos entristecen y nos avergüenzan, que, al menos por una vez, nos sentimos representados por una autoridad que pone en su boca nuestras palabras sin tapujos ni miedo a la incorrección política.

Desde ese momento se le ha tildado de sectario y de no respetar la pluralidad cultural, pero ¿Cómo se atreven a hablar de pluralidad los que sólo admiten un pensamiento único: el apoyo incondicional a la tauromaquia y sus derivados pueblerinos? ¿Quién tiene en cuenta al resto de la población que está en contra de espectáculos denigrantes y avergonzada de que tales salvajadas nos representen en el resto del mundo? ¿Quién protege a los que no quieren que sus impuestos, tan necesarios en otras causas, se dediquen a fomentar algo de lo que abominan? ¿Quién protege a los que han de soportar que en la puerta de su casa se apaleen y embolen animales inocentes? ¿Quién defiende a los niños de esa escuela de violencia que les insensibiliza ante el maltrato disfrazándolo de algo lúdico y deseable?

Los pro taurinos esgrimen mil argumentos para justificar lo injustificable, aunque no son sino excusas, burdas patrañas sin valor científico ni moral, siempre las mismas y repetidas hasta la saciedad:

-la tan traída y llevada tradición, en cuyo nombre se han cometido tantos crímenes, y que no es más que una costumbre repetida en el tiempo y que, si es perniciosa se debe eliminar cuanto antes, como ha ocurrido con tantas y tantas, que, por sabidas, no es necesario nombrar

-la creación de puestos de trabajo: efectivamente, al igual que los crean el tráfico de armas, la trata de blancas o los cárteles de drogas y anteriormente los verdugos.

-la desaparición de los toros bravos. Como decía Jesús Mosterín, antropólogo y filósofo: los toros bravos no son una raza aparte, son solo los maridos de las vacas”

-la pretendida insensibilidad de los toros en el ruedo. Jorge Wagensberg, doctor en física, profesor e investigador demostró en el parlamento catalán que no es así, que les duele, y mucho, todo lo que les hacen

-las filias y fobias de los famosos. Que alguien sea un profesional destacado o un personaje conocido no lo convierte en un referente moral. Ha habido y hay personas célebres que se han posicionado tanto a favor como en contra.

-su papel de inspiración artística. Lo mismo ocurre con las guerras las inundaciones u otras catástrofes.

Es un tema que divide a la sociedad española y se hace un uso mal intencionado y politizado del mismo, relacionándolo con otra serie de posicionamientos, como si fueran paquetes ideológicos en bloques inamovibles:

anti taurino= separatista, de izquierdas, abortista, ateo

pro taurino= nacionalista, de derechas, antiabortista, religioso

Esta dicotomía es una absoluta falacia ya que las distintas opciones se combinan entre sí y son variantes intercambiables.

Estar en contra de espectáculos taurinos se basa más que en una idea, en un sentimiento ético. Es aspirar a una sociedad más justa y evolucionada en la cual no se haga una fiesta del dolor ajeno, en la cual se proteja al más débil, en lugar de explotarlo.

El ministro ha hecho gala de una pluralidad que los que protestan no practican, se ha limitado a quitar un premio en lugar de prohibir espectáculos que tendrían que ser abolidos, como él sin duda desearía y que hubiera hecho si siguiera únicamente sus convicciones, tal como hacen los políticos pro taurinos que a nivel nacional o regional no dudan en emplear todos los recursos económicos disponibles en subvencionar festejos sangrientos, sin importarles un ápice los ciudadanos que preferirían que sus impuestos se dedicaran a causas más nobles y necesarias.

Nada puede justificar causar daño a un vertebrado superior con capacidad de sufrimiento similar a la humana, un daño que comienza mucho antes de salir al ruedo, pero que en el mismo se intensifica hasta límites insostenibles. Ninguna tradición que necesite víctimas tendría que mantenerse y mucho menos ensalzarse, premiarse y subvencionarse.

La tauromaquia es un maltrato tan evidente que únicamente pueden negarlo aquellos a los que no les conviene verlo y, si nos lo discuten, siempre podremos afirmar, como Galileo:

“Y sin embargo se mueve”

Elena Negueroles es pintora y exmiembro del Consell Valencià de Cultura.

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