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A Victoria, número uno de la pilota valenciana, muchos chicos no le daban la mano al caer derrotados

La antropóloga Helena Paricio y el sociólogo Víctor Agulló estudian el pasado y el presente en femenino de este deporte autóctono en el libro ‘Dones i Pilota’

Desde la izquierda, unas mujeres juegan a la pilota valenciana en Murla en 2001; y Mar, en la final femenina de la LIga BAnkia  de "Raspall femení", en 2020. Sebastià Giner/ Kike Taberner
Desde la izquierda, unas mujeres juegan a la pilota valenciana en Murla en 2001; y Mar, en la final femenina de la LIga BAnkia de "Raspall femení", en 2020. Sebastià Giner/ Kike Taberner

Victoria Díez es la número uno de la pilota. Seis títulos del Campeonato Individual brillan en su palmarés. El domingo, esta estudiante de Biotecnología de 23 años se coronó como campeona de la Lliga CaixaBank. Cuando Victoria era un niña tenía que jugar contra chicos y muchos, después de caer derrotados, se negaban a darle la mano. Ella no lo entendía, pero no había muchas chicas contra las que jugar. Pese a todo, Victoria, una pelotari nacida en el siglo XXI, no puede ni imaginar las dificultades que tuvieron las mujeres en el pasado. Dos investigadores, la antropóloga Helena Paricio y el sociólogo Víctor Agulló, han hecho arqueología deportiva para averiguar la relación entre la mujer y este juego ancestral, y el fruto de esa investigación es un libro titulado Dones i Pilota.

La obra, editada por la Cátedra de Pilota Valenciana de la Universitat de València, va saltando por los pueblos donde unas pocas mujeres se atrevieron a desafiar las prohibiciones y los convencionalismos del momento, se arremangaron las faldas y se divirtieron jugando con la mano con una pequeña pelota de piel. Algunas lograron cierta celebridad en su comarca, como es el caso de una mujer de Catamarruc (El Comtat) con una zurda envenenada que se ganó el sobrenombre de Esquerra de foc.

Victoria Díez, en una imagen cedida.
Victoria Díez, en una imagen cedida.

Muy pocas se atrevieron a jugar a mano durante décadas. En los últimos años se ha avanzado mucho y ya hay hasta semiprofesionales, como Victoria Díez o Mar Giménez. No ha sido difícil. En 2011 había 20 fichas federativas de mujeres y diez años después, en 2021, ya eran 300. En los Jocs Escolar van más deprisa y en 2023 ya alcanzaron las 659 niñas. Cifras esperanzadoras pero lejos aún de las masculinas: 1.680 federados, con medio centenar de pilotaris profesionales, y 2.074 niños apuntados a los Jocs Escolars.

En el siglo XX eran una rareza. Los autores del libro hablan de pilotaris, o pilotàries, de Murla, donde siempre ha habido una presencia muy viva y donde las mujeres han participado activamente jugando desde pequeñas, travessant y como aficionadas. Ellas sufrieron especialmente durante el franquismo y muy pocas se atrevieron a desafiar al régimen. Ese fue el caso de las valientes mujeres de Terrateig (la Vall d’Albaida) como Consuelo Climent (Consuelo Moliner), Encarnación García La Casinera o Rosario Ferrer, más conocida como Rosario de Camilo. Tres de las que los domingos, después de misa, se plantaban en la plaza del pueblo para jugar a pilota. La Vall fue una comarca donde fue más fácil ver a algunas mujeres aficionadas a la pelota a mano, como Encarna Segrelles o Milagros Calatayud, la tía de Víctor Agulló y la persona que le inculcó su pasión por este deporte.

Unas mujeres juegan a la pilota valenciana en Murla en 2001. / Sebastià Giner.
Unas mujeres juegan a la pilota valenciana en Murla en 2001. / Sebastià Giner.

Pero siempre fueron casos aislados, como el de Encarnació La Barxa, de L’Orxa (el Comtat), que vivía de recoger con una sària los sacos de guano que llegaban en tren y repartirlos, y que también jugaba en la calle a pilota. Algunas, incluso, lograban vencer a algunos hombres, pero eso se silenciaba y, con el tiempo, hasta se ponía en duda. Pero hasta el mismísimo Genovés contaba que en su pueblo había una pareja de mujeres ante la que “s’havia d’arromangar”. Y parece ser que Mercedes Bataller, otra vecina y amiga, fue quien le enseñó a jugar de manró.

Ha sido una evolución lenta. La Federació de Pilota Valenciana no organizó una competición exclusivamente femenina hasta 2007, el inicio de una modesta revolución, y hasta 2018 no obtuvieron remuneración con la primera competición profesional para mujeres. Pero hoy ya hay más jugadoras que jugadores de raspall en las competiciones federativas y algunas partidas se retransmiten por À Punt.

Esto hubiera sido el sueño de Elisa Tarazona, una mujer de Riba-roja de Túria nacida en 1964. Su bisabuela, Silveira Castillo, había mandado construir, con algunos préstamos de los vecinos, el trinquete de Riba-roja a principios del siglo XX. Esta viuda, madre de siete hijos, regentó el negocio, que después pasó a manos de su hija Carmen y el marido de esta, Voro, los abuelos de Elisa,. “Mi abuela era trinquetera y hacía de todo: cantaba las partidas, cobraba en la puerta, cuidaba que todos los hombres estuvieran a gusto”, cuenta Elisa en el libro. Aquella niña jugaba allí con un padre que no nunca le puso límites y su hermano. Pero también cogían y se ponían a jugar en la zapatería de su madre o en el pasillo de casa con una pelota de ping pong para no romper nada. Y corrían a conocer a las figuras que se dejaban caer por el trinquete, como Rovellet, Genovés o Fredi. De aquellos años como pilotari aprendió una lección: “No nos hemos de poner ningún límite, la vida ya se encargará de ponértelos, pero tú has de luchar por lo que tú crees que es correcto. Y en aquel momento fue: yo soy una chica y juego a pilota y no pasa nada”. Elisa Tarazona jamás olvidará una partida que jugó a los 16 años con su hermano y su primo contra otra chica de Carlet y dos hombres. Más tarde, con el tiempo, fue abandonando el deporte y centrándose en la medicina.

Final femenina de la LIga BAnkia de 2020 de "Raspall femeni" en el que han ganado la pareja formada por  Victoria y Mar del equipo  Cooperativa Progreso Bicorp. En la imagen, Mar.
Final femenina de la LIga BAnkia de 2020 de "Raspall femeni" en el que han ganado la pareja formada por Victoria y Mar del equipo Cooperativa Progreso Bicorp. En la imagen, Mar. KIKE TABERNER

Gran armonía

Isabel Verdú (Oliva, 1978) no esperó a que le pasarán las cosas. Ella cogió y montó un equipo femenino en Oliva. Sus padres llevaban el bar del trinquete y cuando salía de la escuela, merendaba y se ponía a jugar. No salía hasta que su padre cerraba. A los 18 años lo dejó porque no se sentía cómoda jugando solo contra hombres. Pero diez años después, Isabel escuchó que había otras chicas jugando. Vicent Malonda, de una estirpe de hombres vinculados al raspall, y la madre de Waldo, el mejor jugador de la historia en esta modalidad, la animaron a reengancharse. Isabel estaba casada y tenía una hija, pero se acercó a ver una partida y acabó pidiéndoles si podía jugar con ellas. ”Llegamos a disputar campeonatos y yo estaba feliz de jugar con mujeres; había una gran armonía entra todas nosotras”.

Ana Belén Giner (1983) era una niña que jugaba con raqueta en Borbotó. Un día se portó mal y su padre le requisó la raqueta. La chiquilla, ofuscada, se fue al ‘carrer de pilota’ y allí un hombre le propuso jugar con la mano. Ya no necesitó más raquetas. Con 20 años solo jugaba contra los chicos. “Hoy en día tienen una suerte increíble. Yo jugaba con los hombres y era feliz. Pero ahora soy mucho más feliz porque hay muchas mujeres que juegan”. Ana Belén vive de la pilota desde los 18 años, cuando empezó a dar clases de este deporte.

El panorama ha cambiado y la mujer, aunque aún falta, está cada vez más presente en un deporte tradicionalmente copado por los hombres. También hay artesanas como Mari Carmen Arbona Álvarez que tiene el segundo apellido de la principal marca de pelotas de vaqueta. O Amparo Pascual, de Agullent, especializada, sobre todo, en pelotas de badana. Sigue el legado de su padre desde que se jubiló y ahora dirige el negocio familiar. O las hermanas Biosca, de Alfarrasí. Pero también hay mujeres en la directiva de la federación y profesionales que cubren este deporte en diversos medios de comunicación. Un panorama cada vez más femenino.

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