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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El pollo del pacto

Las primeras consecuencias del ansioso arreglo entre el PP y Vox han devuelto a la Comunidad Valenciana a una posición infecta en la caja de resonancia de España

Miquel Alberola
Carlos Mazón, en el pleno de constitución del Ayuntamiento de Valencia, el pasado 17 de junio.
Carlos Mazón, en el pleno de constitución del Ayuntamiento de Valencia, el pasado 17 de junio.MONICA TORRES

Puede que la elasticidad del PP para cerrar pactos o evitarlos con Vox según territorios desdibuje o neutralice la imagen ecuestre de la ultraderecha subida a la grupa de la derecha y anillada a su cintura. Y que el argumentario misceláneo del PP para salir al paso del embrollo constituya un relato eficaz. Incluso que los estruendos radicales de Vox ensanchen el perfil de moderación del mismo PP que los está propiciando. Pero lo que resulta evidente es que el primer balance de un PP machihembrado con Vox ha supuesto un alarmante deterioro de la imagen de la Comunidad Valenciana. Con todos sus errores, ocurrencias y extravagancias el gobierno de Ximo Puig, ahora desahuciado por las urnas, había logrado erradicar el tufo de corrupción generalizada que impregnaba el Palau de la Generalitat, y las señales que transmitía la autonomía en los últimos años, más allá de gustos y sofismas ideológicos, eran positivas y, en algunos casos, de referencia. Sin embargo, las primeras consecuencias del ansioso arreglo entre el PP y Vox han devuelto a la Comunidad Valenciana a una posición infecta en la caja de resonancia de España. Y todavía no ha empezado el espectáculo.

Los primeros impactos mediáticos que ha generado el peaje pagado por Carlos Mazón a Vox para ocupar la presidencia de la Generalitat no podían ser peores para la reputación de la Comunidad Valenciana, que es la que absorbe la mayoría de los golpes y la que apechuga con la estigmatización. Pero Mazón tampoco sale ileso, porque el desenlace de las negociaciones de su partido en otras comunidades autónomas, más allá de los teatrillos, subrayan en fosforescente su precipitación y rendición a Vox al precio que sea. Resulta claro que, pese a ser un genuino epígono de Eduardo Zaplana, por encima de coreografías, mohines e indumentarias, no ha aprendido lo sustancial de aquel “campeón”, como lo reputó Julio Iglesias. El ‘pacto del pollo’, por el que el PP y Unión Valenciana se repartieron el botín electoral de 1995, no fue el resultado de una emoción precoz. Para empezar, Zaplana nunca se hubiese fotografiado durante la faena como Mazón con un maltratador. Ni hubiese pagado un sobreprecio desesperado por algo que podía obtener por mucho menos. Aquel acuerdo celebrado en el despacho de un empresario avícola de pico robusto cumplía todos los cánones: tiempo, supervisión patronal y tutela del órgano mediático al que se debía Zaplana. Quedó muy claro, como entonces reveló Vicente González Lizondo, a quién correspondía el muslo y a quién la pechuga. Y no hubo vicepresidencia para Unión Valenciana.

Si se compara aquello con esto, lo de Mazón es una chapuza que desprestigia a la Generalitat, compromete su presidencia, sale cara al PP de aquí y enreda allí a Alberto Núñez Feijóo en vísperas de unos comicios generales. Frente a aquel pacto del pollo de Zaplana, que entregaba una sólida plaza a José María Aznar y un laboratorio de experimentación para lo que había de venir, Mazón solo ha sido el pollo del pacto. El pollo que se ha zampado Vox después de rellenarlo con todas sus exigencias y trufarlo con opacidad y negacionismos. Devorado por la urgencia de su propia ambición, ahora Vox lleva su truculencia a la primera línea de la principal institución de la Comunidad Valenciana, desde donde podrá amplificar y oficializar sus discursos de odio. Solo la patita enseñada ya apunta hacia a la reapertura de conflictos superados, al regreso a una sociedad amordazada con deflación de derechos, incremento de prohibiciones, criminalizaciones ideológicas, conatos de montería civil, jaurías lingüísticas y virilidades inflamadas. Todo, eso sí, con profusión de vírgenes, mantillas, tejas y matarifes haciendo el paseíllo.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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