Leer sin sueño
Por qué deberíamos coger una revista, un periódico o un libro más allá de los ratos muertos, y rebelarnos frente a que el “tiempo para leer” sean esos minutos en los que, agotados y con los ojos entrecerrados, nos metemos a la cama para dormir menos de lo necesario y con la daga del despertador desafiándonos a cada párrafo
Durante las cuatro horas previas a la escritura de este artículo he estado descartando un buen puñado de periódicos que tenía acumulados en el despacho. Amontonados en un rincón, esperaban su momento pacientemente. Algunos se remontan incluso a julio de 2022, cuando las noticias olían a un verano abrasador y al descontrolado incendio de la inflación.
Resulta muy revelador ver con qué hilos se tejía la realidad tan sólo unos pocos meses atrás, qué nos preocupaba y qué fotografías acaparaban las portadas. Sin embargo, no les quiero hablar de ningún reportaje con los que me he tropezado esta tarde, sino de otra cosa: de por qué deberíamos resistirnos a tener que leer a trompicones, en los pocos huecos que nos deja la cotidianidad. De por qué deberíamos coger una revista, un periódico o un libro más allá de los ratos muertos, y rebelarnos frente a que el “tiempo para leer” sean esos minutos en los que, agotados y con los ojos entrecerrados, nos metemos a la cama para dormir menos de lo necesario y con la daga del despertador desafiándonos a cada párrafo.
En una carta de febrero de 1972, el político holandés Sicco Mansholt (que acabaría siendo presidente de la Comisión Europea unos meses después) escribía que la fuerte reducción del consumo de materiales per cápita que proponía debía ser compensada “por beneficios sociales intangibles como la asistencia social, la educación, el desarrollo espiritual, el ocio y la recreación”. Posteriormente insiste, en la misma misiva, en la necesidad de la “provisión pública de desarrollo espiritual y cultural”, así como el “cuidado cultural”.
Efectivamente, hacen falta planes más ambiciosos de fomento de la lectura, mayores y mejores equipamientos que estén bien distribuidos, ayudas a la producción cultural para posibilitar que los hijos e hijas de la clase obrera puedan ser también creadoras, bonos para consumir cultura y espacios inclusivos, transversales y dinámicos. Ferias, celebraciones, certámenes y campañas de publicidad. Pero nada de eso funcionará si no disponemos del ingrediente esencial: el tiempo.
Resulta significativo que el mayor repunte de lectura se produjese durante los meses más crudos de la pandemia. Teníamos tiempo. Lo que frena la lectura no es pues una alergia intelectual o un desprecio vital, sino simple y llanamente que no disponemos del tiempo y las condiciones para abandonarnos, en el mejor de los sentidos, a la lectura.
Los datos lo avalan. Los valencianos y valencianas leemos menos que la media estatal, a pesar del incremento experimentado en los últimos años: hemos pasado de que en 2012 un 47,2% se definiese como lector frecuente (lo que implica leer al menos una vez a la semana), a un insuficiente pero superior 52,7% en 2021. Y, según el reciente Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2022, elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España, la falta de tiempo es el principal motivo para no leer libros, según declaran el 44% de los encuestados.
En nuestro presente, marcado por la emergencia climática y la agobiante presencia de los límites biofísicos del planeta, la reducción del uso de energía y materiales vislumbrada por Mansholt es ya una realidad inapelable. Para ponerla en marcha y sentir que no vamos hacia atrás, necesitamos crecer en humanidad, cultura, conexiones y cuidados. En todo aquello, en definitiva, que mejora nuestra vida y nos proporciona bienestar. Toda política que abogue por la recuperación del tiempo para la ciudadanía, como la semana laboral de cuatro días o la ciudad de los 15 minutos, nos permitirá encarar el futuro con garantías. Ir más lentos para ir más lejos... y poder leer sin sueño durante el trayecto.
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