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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Polarización: la droga que arrasa en las citas navideñas

Quizás haya llegado el momento de reivindicar el poder transformador de la política. No la de los diputados que gritan exaltados en el Congreso sino la que no crea trincheras

Jordi S. Carbonell
Instalación de la iluminación navideña este año en la plaza del Ayuntamiento de Valencia
Instalación de la iluminación navideña este año en la plaza del Ayuntamiento de ValenciaAjuntament València

Vuelven las Navidades y, con ellas, las tan ansiadas (y, para otros, tan odiadas) cenas navideñas. Largas jornadas para compartir con nuestras familias el tiempo que no hemos podido (o no hemos querido) pasar durante el resto del año. Apenas nos acordamos (o no nos queremos acordar) de las Navidades pasadas, que muchos de nosotros (entre quienes me incluyo) pasamos confinados con la covid 19, cenando solos en la cocina mientras el resto de integrantes de la familia cenaban en el comedor. Pero, por suerte, las PCR y los dramas coronavíricos del pasado quedaron atrás.

Vuelven las copiosas cenas y comidas post-covid y, con ellas, vuelven los comentarios en redes sociales sobre los cuñados, aquellos familiares que igual hacen un recorrido por tu historial amoroso que te ofrecen una larga lista de soluciones para todos los problemas que aquejan a nuestra malherida condición humana. Y sí, da igual si solo les has preguntado si querían más gambas. En resumen, las acaloradas discusiones entre el tío facha y la sobrina que “nos ha salido revolucionaria” están de vuelta, qué le vamos a hacer. El caso es que, con los comentarios sobre los cuñados y las cenas de Navidad vuelve el eterno debate: ¿Se debe dejar aparte la política en las cenas navideñas para evitar conflictos?

Y es que vivimos en una sociedad cada vez más crispada y más polarizada en la que, cada día que pasa, tenemos menos ganas de intercambiar nuestras ideas políticas. Para muestra, un botón. Según un estudio llevado a cabo por la consultora Llorente y Cuenca, la polarización ha crecido en un 39% durante los últimos 5 años en Iberoamérica, a una media del 8% anual. Además, se estima que una de cada cuatro personas padecen riesgo de polarización extrema, cifra que aumentará a la mitad de la población para 2040, si no ponemos remedio. ¿Qué consecuencias tiene esto? Cada vez nos convertimos en una sociedad más tribal e intolerante, dispuesta a hablar, pero no a escuchar. Como si fuese una droga, la polarización genera dopamina, que activa nuestros receptores opioides, y deteriora nuestras relaciones sociales y el nivel de nuestra conversación pública.

Por todo ello, quizás haya llegado el momento de reivindicar el poder transformador de la política. No la de los diputados que gritan exaltados en el Congreso y nos provocan dolor de cabeza, claro. La que devolvió el dinero que le debían a mi abuela por la dependencia después de que falleciera. La que recupera los grises y los puntos de encuentro, y es capaz de poner lo que nos une por delante de lo que nos separa. La que no crea trincheras sino que se reúne en torno a la chimenea para disfrutar de los puntos de vista de los demás. La que se toma el tiempo necesario y se cocina a fuego lento como una buena paella, por el placer de compartir y cuidarnos colectivamente.

Para ser capaces de persuadir tenemos que aprender a escuchar. Y quién mejor que los valencianos, el Pueblo de la creatividad y la disrupción que mostró el maestro Berlanga y de las canciones alegres y mediterráneas de La Fúmiga, para mostrar que existe otra forma de entender la política y de organizarnos como sociedad. Hemos demostrado que sabemos hacer política en Les Corts mientras otras asambleas autonómicas (no quiero mirar a nadie) se convertían en un estercolero. Valencianos, os propongo solo una cosa para estas fiestas: hagamos un esfuerzo por escuchar a quien piensa diferente; es la única cura frente a la polarización y los prejuicios. ¡Felices fiestas!

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