40 años del crac de la presa de Tous: la ‘pantanada’ que anegó toda una comarca valenciana
Los expertos sostienen que los actuales modelos de predicción anticipan una catástrofe como aquella en la que se dio una tormenta perfecta y hubo muchos fallos. Murieron ocho personas
Pasaban 15 minutos de las siete de la tarde del 20 de octubre de 1982, cuando se abrió un boquete en la presa de Tous, que acabó desmoronándose. La temida gota fría castigaba desde hacía horas a los pueblos valencianos de la ribera del Júcar. El agua rebosó la presa y se vino abajo. La rotura sepultó vidas y miles de casas, campos y negocios. Hoy se cumplen 40 años de aquella catástrofe, la pantanà, como se denominó coloquialmente en valenciano, que dejó a su paso ocho muertos —según datos oficiales— y decenas de miles de afectados que lo perdieron todo. Una decena de municipios ribereños de la comarca de Alzira resultaron arrasados, primero por el agua y luego por el barro. El juicio por la rotura de la presa se repitió cuatro veces hasta que en 1997 el Tribunal Supremo condenó a uno de los ingenieros responsables del embalse y obligó al Estado a hacerse responsable de los daños, valorados en más de 300 millones de euros. Las fuertes avenidas devastaron 290 kilómetros cuadrados de territorio.
En aquellos días de octubre se dio una tormenta perfecta, no solo desde el punto de vista meteorológico. “A las lluvias torrenciales, se añadieron los fallos estructurales y técnicos de la presa de Tous, y una mala gestión del desastre por parte de las autoridades”, sostiene el historiador valenciano Antoni Furió. Luego hubo una sucesión de fatalidades. “Hasta las seis de la tarde del 19 de octubre todo estaba en orden, pero de madrugada los vigilantes del embalse advertían de que la crecida del agua es importante. Luego se produce un fallo eléctrico que deja a la presa sin posibilidad de abrir compuertas para ir laminando la tromba. Falló todo”, apunta Furió en un seminario organizado por la facultad de Geografía e Historia de Valencia y la Confederación Hidrográfica del Júcar con motivo de la catástrofe.
Solo unas horas antes de la rotura, el 20 de octubre por la mañana, la riada seguía su curso. Había entrado agua, pero no a niveles altos en los municipios de Beneixida, Antella y Sumacárcer. Se había detenido antes de entrar en otras poblaciones como Alzira o Carcaixent. “La gente pensaba que el episodio se había acabado sin grandes daños. Pero el agua de la presa no dejó de crecer por las aportaciones de los afluentes del Júcar y se desbordó, lo que supuso más agua para el río a una mayor velocidad y violencia porque cayó en cascada, y la riada que estaba en punto muerto se reactivó”, añade el historiador. Según Pilar Carmona, profesora de Geografía, “riadas como la de 1982 se pueden producir dos o tres veces por siglo, pero en el caso de Tous no se conocía un fenómeno igual en 118 años, concretamente en 1864″.
El meteorólogo Rafael Armengot estaba aquel día de observador de guardia en el Centro Meteorológico de Valencia y ahora explica, con la perspectiva y la experiencia acumuladas, cuál fue el origen meteorológico de las lluvias torrenciales. Según Armengot, de la lluvia que cayó ese día se tienen estimaciones, ya que el pluviómetro del municipio de Bicorp midió 632 litros por metro cuadrado —la cantidad que le cabía, pero se desbordó—, y se calcula que en la Muela de Cortes se acumularon en torno a mil litros por metro cuadrado en 15 horas, “de los máximos registrados en Europa en menos de un día”.
Según este especialista, los modelos de predicción captan en la actualidad con bastante anticipación y acierto, de manera que pueden establecerse unas alertas claras unas 48 horas antes. “Luego viene el seguimiento y los matices”, dice Armengot, que recuerda que en octubre de 2000 cayó más agua en la Comunidad Valenciana y su entorno que en 1982 en la Ribera “pero cayó de forma más espaciada y las instituciones actuaron con mucha previsión, lo cual evitó grandes daños económicos”.
Una docena de municipios fueron los más afectados. Dos pequeños pueblos, Beneixida y Gavarda, fueron arrasados por las avenidas de agua y tuvieron que reconstruirse en otro lugar. En Carcaixent, donde el agua alcanzó una altura de cuatro metros, Carlos Langa registró con su cámara de vídeo el drama. Tenía entonces 19 años (ahora tiene 59) y recuerda que en las alertas por radio se avisaba del riesgo en municipios vecinos como Alzira o Algemesí, pero nada se decía de Carcaixent, así que la gran riada le pilló de sopetón, con el tiempo justo para recoger cuatro cosas y ponerse a salvo en el chalé que unos familiares tenían en la montaña. Allí pasaron tres días hasta que las autoridades les permitieron volver a sus casas. A Langa todavía se le ponen los pelos de punta cuando recuerda los gritos de su tía cuando vio el destrozo de su casa. “Entramos todos a pie en Carcaixent y ninguno paramos de caminar a pesar de los gritos porque sabíamos que cinco minutos después íbamos a enfrentarnos a nuestro propio drama”, recuerda.
En la carnicería que regentaban sus padres —pegada a su casa— no quedaba nada, ni rastro de muebles ni de objetos personales. Solo encontró en un armario empotrado de su habitación un saco de pienso que se había quedado enganchado y que procedía de una tienda situada a tres manzanas de su vivienda. La virulencia del agua lo arrastró todo. “Recuerdo a mi hermana diciendo: ‘Carlos, somos pobres, no tenemos casa, ni muebles, ni ropa. No nos queda nada’”.
Miguel Polo, presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar, recuerda que en 1996 se inauguró la nueva presa de Tous, “una obra bien dotada tecnológicamente”, y además están los embalses de Escalona y Bellús. Los habitantes de las comarcas ribereñas están habituados a convivir con las riadas “pero los más jovénes ya no han visto esas crecidas anuales del río gracias a que las nuevas presas han parado unas cuantas avenidas de agua”, asegura. Pero todavía quedan cosas por hacer en la cuenca del Júcar y mucho que aprender porque, por desgracia, la presión urbanística sobre zonas inundables no ha cesado pese a tragedias como la pantanada, subraya.
Una inundación histórica en Alicante
La magnitud de la catástrofe de Tous se convirtió en el núcleo de todas las miradas aquel octubre de 1982. Sin embargo, la gota fría también incidió al norte de la provincia de Alicante, limítrofe con la zona valenciana más afectada, con la ribera del Vinalopó y con la capital de la provincia, que todavía no estaba preparada para un temporal así. En el centro de Alicante, en el entorno de los barrios de Benalúa y San Blas, que circundan la estación de ferrocarril, el agua acumulada convirtió la avenida de Salamanca en un embalse y borró cualquier vestigio ferroviario. Lanchas neumáticas de salvamento navegaban por la playa de vías, los helicópteros sobrevolaban unas casas bajas, propiedad de las familias de los empleados del tren, para rescatar a las personas que se habían quedado atrapadas con los más de 200 litros por metro cuadrado que se desbocaron entre los días 19 y 20 de octubre.
Alicante quedó aislada, con todas las puertas al exterior, aeropuerto, comunicaciones, carreteras, taponadas por el muro de agua. En buena parte del plano municipal, el Ejército tuvo que instalar cuerdas para poder cruzar las calles convertidas en rápidos fluviales. No obstante, la peor parte se la llevó el barrio de San Gabriel, el que marca la salida hacia Elche y el sur de la provincia, situado a apenas unos centenares de metros del Mediterráneo y con una avenida natural, procedente de las montañas, que lo parte en dos. Las lluvias concentraron sobre la zona más de 400 litros por metro cuadrado. Un desastre estructural en el que, afortunadamente, lo único que no se tuvo que lamentar fueron daños personales.
Cuarenta años después, el recuerdo no se borra. Ni siquiera con las graves inundaciones que padeció la ciudad en 1997, que dejaron un panorama de barro y destrucción en todo el centro urbano. “La riada del 82”, señala Jorge Olcina, catedrático y director del laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, “puede decirse que fue la primera gota fría de la democracia”. La primera vez que se oía hablar de este concepto, “la primera vez que se relacionaba con la temperatura del agua del mar”. El aprendizaje fue severo, pero funcionó. “Dinamizó muchas cuestiones”, prosigue Olcina, “como el sistema de avisos meteorológicos, el control hidráulico o los protocolos de protección civil, que entonces ni existían”. La suma de las dos riadas, 82 y 97, logró la canalización de aguas con una red de túneles que desembocan en el mar y que forman un formidable entramado subterráneo. La máquina utilizada para horadar el subsuelo permanece, como recuerdo, en una glorieta junto a la Plaza de Toros alicantina.
Cuatro décadas después, Alicante casi puede presumir de la gestión de las precipitaciones intensas. La Playa de San Juan, otra de las zonas afectadas con frecuencia por inundaciones, “ha mejorado bastante”, asegura el presidente de la asociación vecinal Juntos Avanzamos, José Caracena. La canalización y la construcción de un parque inundable, el de La Marjal, funciona correctamente, sostiene. En San Gabriel, sin embargo, el temor permanece. El Barranco de las Ovejas, “está encauzado” y recoge grandes cantidades de agua que podrían volver a anegar el barrio, recuerda la presidenta vecinal, Paz Sotodosos. Pero sigue siendo “una cuenca enorme” en la que “no hay red separativa de aguas y el alcantarillado, cuando se fuerza al límite, se desborda”, lamenta. Con el tiempo, ha surgido una nueva preocupación. “La ampliación del puerto”, continúa Sotodosos, “ha extendido la zona de pantalanes, creando barreras que antes no existían”. Esta circunstancia formará parte de las actividades organizadas por la asociación para conmemorar la riada durante los próximos quince días.
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