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El río de la vida en Valencia: un extraordinario jardín interclasista de 10 kilómetros y 35 años

Miles de ciudadanos disfrutan a diario de la conversión del antiguo cauce del Turia en un singular parque para caminar, correr, pedalear, reunirse, comer, beber y amar

Problemas ambientales Valencia
Paseo central del Jardín del Turia, en el antiguo cauce del río, con el puente llamado popularmente La Peineta al fondo.Ana Escobar

Siempre hay vida en el río de Valencia. No baja por él ni una gota de agua, pero por su antiguo cauce no deja de fluir gente de todo tipo, de toda clase, a cualquier hora. Es el gran jardín de la ciudad, el pulmón verde, su obra más singular. “Es un lujo, el chalé que nunca he tenido. Si no fuera porque vivo al lado del río, la protectora nunca me habría dado a mi perro porque vivo en un minipiso”, comenta Adela, trabajadora de la limpieza en un colegio, mientras acaricia con la miraba a un enorme can negro. Son poco más de las siete de la mañana del martes.

A esa hora ya hay muchos corredores, caminantes rápidos y no tan rápidos, paseantes de perros y algún durmiente que se mezclan con los jardineros, como Juanjo y Sonia. Ambos coinciden en destacar la riqueza forestal del río y afirman que es lo mejor de la ciudad, un espacio verde y social extraordinario. Una opinión que comparten la gran mayoría de los ciudadanos consultados por este periódico con motivo del 35º aniversario del primer tramo de la conversión del antiguo cauce del Turia en un jardín de más de 10 kilómetros de largo y unos 200 metros de ancho, que atraviesa la ciudad de Poniente a Levante, desde los barrios más humildes a los más ricos.

Cada uno vive el río según sus circunstancias. “El río es mi vida. Mi felicidad es bajar al río con mi perro. He llegado a un punto en que no sé qué he hecho mal en la vida, pero la gente me ha decepcionado. Y aquí veo las caras de la gente flipando, haciendo pícnic, paseando, disfrutando. Me gusta, me llena”, apunta José Luis, fisioterapeuta. Carlos es otro riófilo madrugador: “Cuando estaba en el paro, en un momento muy difícil, me bajaba al río, con una mochila, con un libro, con el almuerzo y al menos pasaba el día bien, sin encerrarme en casa. No podría vivir lejos del río. Es una gozada tener toda esta zona verde en el centro de la ciudad, ahora que además ya han crecido los árboles. Me acuerdo de niño cuando bajaba al río y todo eran acequias y cañas y algún campo de fútbol de tierra, y luego que se puso peligroso”.

Entonces, cuando este funcionario de 52 años era muy niño, el Gobierno franquista planeaba reconvertir el antiguo cauce seco, tras el desvío del Turia por la riada de 1957, en una playa de autovías para acceder directamente desde las carreteras de Madrid y Barcelona al centro de Valencia. La oposición al proyecto dio origen al segundo gran movimiento ciudadano, vecinal y ecologista de la ciudad en los estertores de la dictadura. El primero combatió la urbanización de El Saler, en los alrededores de la Albufera, hoy parque natural, y su lema aún se recuerda: “El Saler per al poble” (El Saler para el pueblo). El segundo luchó en el mismo sentido: “El llit del Túria el volem nostre i el volem verd” (el lecho del Turia es nuestro y lo queremos verde). Había muchos vasos comunicantes entre ambos movimientos, prácticamente coetáneos, como explica Carles Dolç en su instructivo libro Del Saler al Túria (Pruna Llibres/ El Magnànim).

“El resultado es totalmente positivo”, señala el arquitecto. “La ciudadanía ha hecho suyo el río masivamente, en todas las estaciones del año, eso no pasa en otros jardines; y le da usos muy distintos, desde reunirse con amigos a practicar boxeo. Es interclasista, popular, con accesos por todos lados. Pero también es mejorable. No está acabado en el parque de desembocadura en el mar, es una lástima que el agua, que ha sido su hilo conductor durante milenios, no esté presente y le falta un poco de continuidad a los tramos”, apunta Dolç, histórico activista ciudadano.

La conversión del río en un jardín no cayó del cielo, fue consecuencia de una lucha ciudadana, en principio, de unos pocos militantes antifranquistas, sobre todo, y más tarde, de muchos. Pero también de una acción de gobierno, ya en la democracia, que ha tenido continuidad a lo largo del tiempo a pesar de los cambios de color político en el Ayuntamiento, lo que reafirma la singularidad del Jardín del Turia.

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Ricard Pérez Casado, alcalde socialista entre 1979 y 1988, fue el promotor político e iniciador de esa conversión, “el encargado de ejecutar lo que una gran parte de la ciudadanía había reclamado”, según sus propias palabras. El jueves recordaba con satisfacción y también nostalgia el paseo que dio por el río hace tres años con Ricardo Bofill, el arquitecto al que se le encargó el proyecto inicial. “Fue muy emocionante ver lo que hacía la gente: una familia comiéndose una tortilla de patata, unos niños jugando, los ciclistas por su carril, una pareja de enamorados, en fin, el espectáculo humano de la vida. Nos lo pasamos pipa y quedamos en volver, pero no podrá ser”, indica en alusión al fallecimiento, el 12 de enero, del arquitecto catalán.

“Ahora el río tiene 100 padres, pero hay que mirar atrás para ver lo difícil que fue, las críticas que recibió de que no iría nadie, de que sería un vertedero, incluso había socialistas partidarios de las autopistas. También había tantas cosas por hacer en la ciudad, como suprimir los pasos a nivel, con los barrios absolutamente abandonados, que en el seno del Gobierno municipal del PSOE y del PCE hubo mucha discusión sobre las prioridades. Había trabas de todo tipo: el matadero tiraba las aguas a lo que quedaba de corriente del río… Yo tenía la idea básica de que, además de un jardín verde, debía unir una cadena de cultura, por eso el IVAM y el Palau de la Música están ahí. Al final, se hizo, y puedo decir que es el único proyecto europeo que ha tenido más de 100.000 opiniones de los ciudadanos”, afirma Pérez Casado.

El consenso político en torno al río hoy es indiscutible. El actual Ayuntamiento, que gobiernan Compromís y PSPV-PSOE, se ha volcado en el 35º aniversario del inicio de este inmenso jardín de 1,1 millones de metros cuadrados de superficie. “Es un parque natural como pocos hay en Europa, si es que hay alguno tan largo”, subraya el alcalde, Joan Ribó, de Compromís, de este río verde que tiene pendiente la urbanización de sus tramos finales.

“Creo que el Parque de Desembocadura debe abreviar, dulcificar o limitar el agravio que ha sufrido Nazaret con la ampliación del puerto. Será además el parque que cerrará hacia el sur, por el mar, este antiguo cauce del Turia, que, de alguna forma, tenemos ya muy avanzado”. La Concejalía de Urbanismo, que dirige la socialista Sandra Gómez, ha convocado un concurso de ideas para el diseño de este tramo final, que pretende ser una gran zona verde de la que puedan disfrutar también los ciudadanos del distrito marítimo.

“El alcalde socialista Ricard Pérez Casado inició ese proyecto que el Partido Popular impulsó y potenció para ponerlo en valor para las generaciones futuras. Y esto último es de justicia reconocerlo porque el Parque de Cabecera, por ejemplo, tampoco podría entenderse sin Rita Barberá [alcaldesa entre 1991 y 2015]”, defiende la portavoz del grupo conservador en el Ayuntamiento, María José Catalá. El que fuera concejal de gobierno con Barberá durante años, Alfonso Novo, explica que bajo mandato del PP se invirtieron cerca de 100 millones de euros en esta infraestructura. “El proyecto de Bofill era extremadamente estructurado y al final se optó por hacer un jardín para el día a día y accesible. Se intentó que los tramos tuvieran cierta continuidad y las actuaciones en los dos extremos del río (Parque de Cabecera y Ciudad de las Artes) fueron de las últimas. El río es hoy un punto de referencia, asumido con total naturalidad por los ciudadanos. Es como la playa, nadie piensa en que tenemos mar, pero todo el mundo sabe que está ahí”, concluye el exconcejal.

La ciudad ya no se entiende sin este río verde. Y de entre todas las caras que ofrece el viejo cauce, una de las más claras es que se ha convertido en el mayor polideportivo al aire libre de la capital. Familias y aficionados animan cada fin de semana a los jugadores del deporte base en gran parte de las 14 instalaciones deportivas que se suceden en el cauce: dos campos de rugby, uno de beisbol, cinco campos de fútbol, la pista de atletismo, tres pistas polideportivas para la práctica libre de deporte y dos instalaciones de skate. Ocupan unos 115.000 metros cuadrados, un 10% o 15% de la superficie total, calcula José Manuel Brotons, jefe del servicio deportivo de la Fundación Deportiva Municipal (FDM) de Valencia.

Son instalaciones que la Fundación gestiona directamente o a través de entidades deportivas sin ánimo de lucro. Las usan unos 80 clubes deportivos de diferentes modalidades y 9.000 deportistas federados que entrenan habitualmente en este espacio. La FDM estima que estas instalaciones acumulan 1,3 millones de usos al año. Y luego están los deportistas que van a su aire. Hay momentos en que incluso hay overbooking. Casi no se cabe. “Tenemos dos grandes zonas en la ciudad que estamos intentando potenciar para la práctica del deporte, que son el río y la playa”, señala Brotons, que apunta la posibilidad de instalar quioscos para dejar las bolsas, patinetes o bicis. “Ciertos contenedores de apoyo a los que practican deporte”, añade.

Una de las infraestructuras deportivas más singulares es el circuito de running 5K, de la Fundación Trinidad Alfonso, por la que cada día trajinan miles de corredores. Entró en servicio a finales de 2015 y sirvió para que los runners tuvieran un circuito específicamente para entrenar a diario. La pista se ha convertido en la que acumula más entrenamientos de España. La fundación, que construyó el itinerario y se comprometió a mantenerlo hasta 2025, soporta unos 2.000 usos diarios, casi 2.900 tras el confinamiento, cuando toda la ciudad se echó al río.

“Hay 320 días de sol en la ciudad y hay que aprovechar al máximo el Jardín del Turia”, abunda Álex Heras, de la fundación promovida por Juan Roig, presidente de Mercadona. “Es un espacio seguro porque no pasan coches, no tiene semáforos ni interrupciones y, a diferencia de otros espacios verdes como el Retiro de Madrid o el Central Park de Nueva York, es lineal”, agrega. Todo el mundo en Valencia tiene más o menos cerca el río, ya vivas en el entorno de la Ciudad de las Artes o en la frontera con Mislata.

Como Julián, jubilado valenciano de 65 años. Ya no puede correr como antes, ahora camina rápido y a ese ritmo contesta que “el río es lo mejor de la ciudad junto con el metro”. “Y mira que era escéptico yo cuando se presentó el proyecto”, reconoce. Isabel, “eterna opositora”, interrumpe sus estudios para hacer yoga entre los árboles; otras practican zumba. La italiana Sara recorre el cauce andando o pedaleando. “Me mola mucho ver a la gente celebrando cumpleaños en el río, poniendo sus banderitas. Cuando vienen de Italia, flipan en colores”, comenta esta psicóloga, que lleva 15 años en Valencia. Dos jóvenes peruanas aminoran la marcha para contar cómo disfrutan del río tanto para practicar deportes como para estar con la familia.

Son las diez de la noche del jueves. El paisanaje ha cambiado un poco. La luz artificial alumbra pistas deportivas y caminos. Siguen los corredores, unas chicas juegan al beisbol, una pareja toma mate, un grupo con mayoría de universitarios se bebe unas cervezas y pica algo. Todos bajan al río para una u otra cosa. Una de ellas advierte que por “la noche pasan cosas”, que una vez le robaron. La Policía Local asegura que el río es seguro y que no hay muchos más incidentes que en el resto de la ciudad, algunos hurtos por descuidos, sobre todo a turistas, pero el mayor número de atenciones se debe a las caídas o lesiones.

Corredores en el circuito del río que atraviesa zonas que parecen bosques de montaña.
Corredores en el circuito del río que atraviesa zonas que parecen bosques de montaña. Ana Escobar

Los veinteañeros que deslizan sus monopatines por la pista parecen de goma. Algunos descansan, entre ellos, Nahuel, que llegó hace unos meses a Valencia desde Uruguay. “Llegué y me vine aquí con el patín y enseguida me hice amigos”, dice entre las risas de sus compañeros de skating. “Somos una comunidad multicultural y nos ayudamos”, comenta uno. Una comunidad que, además de patinar, se da cita para comer, para beber, para escuchar trap, rap o reggae, en el río verde que da vida a Valencia.

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