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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Miente, que el miedo queda

La mentira campa a sus anchas en la mayoría de los medios sociales y casi siempre va ligada a un miedo

El discurso de la falacia se ha apoderado de la política. Hace unos días la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, denunció una supuesta amenaza del lendakari, Imanol Pradales. Ayuso dijo: “el lehendakari ayer o antes de ayer en un mitin me mandó un recado un tanto preocupante, porque lo de Ayuso entzun... pimpampún (...)”. Las palabras exactas en euskera eran: “Ayuso entzun, Euskadi euskaldun”, en una defensa de la lengua y la cultura vascas.

Este episodio nos recuerda la importancia de apelar a las emociones en política. Ayuso, con la tergiversación contra Pradales, recurrió a una emoción muy característica de la comunicación política moderna: el miedo. El pimpampum es recuperar el pasado hablando nuevamente de ETA y relacionarlo con el PNV como partido político “socio” del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Dos por uno.

Hay episodios históricos de la propaganda política que utilizan la mentira asociada al miedo de forma descarnada. Un uso que han protagonizado tanto formaciones de izquierdas como de derechas. Quizás, uno de los más célebres fue el anuncio electoral del año 1964 por parte del candidato demócrata a la presidencia americana Lyndon B. Johnson y su Daisy Spot. El aspirante republicano Barry Goldwater se había posicionado a favor del uso de armas nucleares y los demócratas crearon un anuncio muy criticado por su falsedad en el que una jovencita deshojaba una margarita.

La niña iba contando del uno hasta nueve y al llegar a esta cifra una voz en off, con un timbre terrible, hacía la cuenta inversa. Cuando llegaba a cero, se observaba una explosión nuclear y la voz decía: “Éste es el reto. Hacer un mundo en el cual los niños de Dios puedan vivir, o entrar en la oscuridad total (…)”. Los republicanos protestaron ferozmente contra los demócratas, pero el mal ya estaba hecho. La asociación entre mentira y terror hundió a Goldwater en las urnas.

El miedo es un motor engrasado contra la verdad. Los políticos mienten porque saben que los ciudadanos somos avaros cognitivos. Tomamos en consideración solo una parte de la información que recibimos porque no se puede dominar ni memorizar todos los temas que cada día podemos leer, ver o escuchar en medios de comunicación, redes sociales y plataformas. En consecuencia, solo retenemos el mensaje que más nos afecta, el más contundente (aunque sea falso), o el que más miedo nos da.

Hoy la mentira campa a sus anchas en la mayoría de los medios sociales y casi siempre va ligada a un miedo. La consecuencia de mentir siempre acompaña la incertidumbre con el propósito de ganar la batalla dialéctica. Como argumentó con pesimismo Schopenhauer, la vanidad humana hace que las personas prefieran tener razón a encontrar la verdad. El filósofo alemán señaló que el uso de artimañas como mentiras, engaños y manipulaciones es un hecho común en el debate. Hoy, por desgracia, el peligro de la desinformación es la velocidad. Los ciudadanos no tienen tiempo de contrastar los dimes y diretes de la política. Miente, que algo queda.

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