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CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Flotilla y la mentira

Caricaturizar, desde el choteo sin anclaje con la verdad, a quien se moviliza en contra del dolor ajeno es el primer paso para banalizar el mal

“¡En qué mundo tan completamente aislado viven los alemanes! Un vistazo a los periódicos de ayer ha bastado para recordármelo. Mientras que el resto del mundo considera que Alemania está a punto de romper la paz, puesto que es ella la que amenaza con atacar a Polonia por el asunto de Danzig, aquí en Alemania, en el mundo que crean los periódicos locales, se mantiene exactamente lo contrario”. Es un extracto de Diario de Berlín de William Shirer. Concretamente, de la entrada del 10 de agosto de 1939, tres semanas antes de la invasión alemana de Danzig, que provocó el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Shirer, corresponsal norteamericano en Berlín autor de brillantes transmisiones para la CBS en las que descifraba la Alemania nazi, documentaba en aquel agosto funesto el alcance de la tergiversación: los berlineses consumían a diario que era Polonia la que perturbaba la paz mundial con la amenaza de una invasión. Releer su obra en pleno auge de los populismos extremistas aporta perspectiva sobre el daño de propagar la mentira en política. Mentiras concienzudamente preparadas, que a diario emiten los megáfonos de las derechas extremas, aquí y en otras latitudes.

La determinada muestra de solidaridad de Barcelona con Palestina y su rechazo a la masacre perpetrada por el ejército israelí en Gaza, expresada en la manifestación masiva del fin de semana -la más relevante del postprocés-, dejó en mal lugar a los que en el último mes han ridiculizado a la Global Sumud Flotilla, con burlas y mentiras, en redes y sedes parlamentarias. Las protestas reproducidas en distintas capitales europeas en denuncia del genocidio y con mensajes de apoyo a los activistas -detenidos y posteriormente deportados por Israel- certifican el rechazo a la actuación despótica del gobierno de Benjamin Netanyahu, pero también son una expresión más profunda de indignación ante la insensibilidad. Caricaturizar a quien se moviliza en contra del dolor ajeno es el primer paso para banalizar el mal. Es de lo que ha sido víctima la Flotilla, causante de sarpullidos en el universo conservador y reaccionario.

Los barcos que zarparon de Barcelona y otros puertos mediterráneos no tenían a su alcance mitigar la hambruna en Gaza -a pesar de la retórica de canalizar un corredor humanitario-, pero sí que perseguían encender la llama de una reacción, con el impacto mediático de una detención ilegal en aguas internacionales. La acción en el mar, coincidente en el tiempo con las negociaciones de un plan de paz con muchas sombras, ha alimentado movilizaciones que configuran ahora la discusión pública, como se certificará en el debate de política general del Parlament. Y, por extensión, el episodio ha dejado en la frontera de la indignidad a dirigentes que menospreciaron el trayecto de la Flotilla comparándolo con unas vacaciones pagadas en playas idílicas o una excursión adolescente a zona de conflicto. No se sonrojarán, pero es pertinente recordar que en el choteo sin anclaje con la verdad comparten lista Isabel Díaz Ayuso, Xavier García Albiol o Sílvia Orriols. De la líder trumpista del PP a la nueva jefa de la extrema derecha de raíz catalana.

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