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animales
Crónica
Texto informativo con interpretación

Vivir con un tejón

Hay quien me considera un afortunado y me invita a perseverar en la contemplación del animal y su obra; otros me invitan a disuadirlo con métodos muy discutibles

Vivir con un tejón
Ejemplo de tejón.Raymond Boyd (Getty Images)
Ramon Besa

Tenemos un tejón en casa. No es que viva con nosotros, ni que haya encontrado acomodo en el sótano, tampoco que le tengamos retenido y mucho menos escondido. Ni siquiera le hemos visto o, mejor dicho, conocido, aunque sabemos de su presencia porque a menudo acostumbra a dejar un rastro inequívoco en el jardín y también porque le vi bambolear una noche desde la ventana de mi cuarto de estudio, el mismo sitio por el que mucho antes observé también el paso tranquillo de un zorro.

Me encantan los animales desde muy niño, y presumo de haber tenido una muy buena colección de pájaros, preferentemente pinzones, jilgueros, verderones, partillos y hasta una codorniz y por supuesto una perdiz, muy domesticada y pillada siendo una cría cuando atravesaba rezagada la carretera. Nunca conseguí que se posara en mis hombros con el mismo encanto que la grajilla -¡Milana bonita!- se paseaba por los de Azarías en Los Santos Inocentes. Las lecturas de Miguel Delibes provocaron incluso que me convirtiera durante un tiempo en un perseguidor de las ratas.

Aunque nunca tuve escopeta, siempre me han fascinado los cazadores, y más últimamente cuando llega la becada. Yo sería incapaz de disparar y acepto en cambio que un cartucho pueda abatir a una ave ligera y libre. También me encanta la carne y nunca pude ver en cambio como sacrificaban siquiera a un conejo. Tengo muchas contradicciones, pero nunca me sentí mal por mi relación con los animales, domésticos o salvajes, y con los años he asumido que es mucho mejor poner cajas nido en mis árboles preferidos que tener una colección de jaulas como cuando era pequeño.

Si acaso me llevo mal con los jabalíes; mejor tenerlos a distancia. Me gusta en cambio ver pasar la liebre, así como saber también de la presencia del tejón y la admiración que provoca. El único inconveniente es que no le veo -si acaso le espío-, y además acostumbra a dejar el jardín como si hubiera pasado un arado, lleno de agujeros con la forma de su hocico, y sus visitas son cada vez más frecuentes, de manera que intento buscar una solución consensuada con la administración municipal.

El alcalde es además el jardinero y su casa está muy próxima a la mía, de manera que no podía encontrar a un mejor interlocutor. No tengo que explicarle nada porque también es parte afectada y, además, es muy competente y servicial, hasta donde le alcanzan las ordenanzas.

Rechazamos de momento cualquier método expeditivo; tampoco he consultado con la asociación de cazadores del pueblo. Mi padre seguramente habría arreglado el asunto a su manera, sin que nadie se enterara, como hacía la gente de antes. Al fin y al cabo, nadie ha compartido conmigo la presencia del tejón, al menos hasta ahora, momento en que he advertido la división de opiniones sobre posibles soluciones: hay quien me considera un afortunado y me invita a perseverar en la localización y contemplación del tejón y su obra y también se cuentan los que me invitan a disuadirlo con métodos muy discutibles.

La ley, y también el sentido común, sobre todo ante la posibilidad de cualquier denuncia o intervención sorpresa ante tanta vigilancia de organizaciones varias como hay, invitan a consultar y seguir las pautas marcadas por los Agentes Forestales, que conocen muy bien la zona, tienen a bien proteger el medio natural y actúan como guardabosques, como si fueran una policía medioambiental. La acción de colocar una trampa queda por ahora descartada por el daño que puede causar al animal antes de ser liberado y se imponen medidas menos agresivas. Una podría ser la colocación de barreras físicas, ya sea una valla, un cercado o un hilo eléctrico, aunque tampoco está decidido. El miedo a tener un lío me paraliza.

Quizá sea mejor hacer un seguimiento para constatar la frecuencia con la que el tejón nos visita de incógnito en hora crepuscular o por las noches. Igual ya no vuelve o por el contrario no queda más remedio que actuar si es que peligra definitivamente el jardín seco presidido por un olivo que tanto cuidado merece por parte de Montse. Hay plantas de romero, tomillo, lavanda, eucalipto, verbena y menta. Hemos aprendido a convivir con abejas, avispas, mosquitos y por supuesto con los mirlos, y estamos encantados con los perros y gatos que cruzan el terreno sin ladrar ni maullar. Nos cuesta más en cambio asimilar el hozar del tejón.

A la espera de acontecimientos, he consultado con mi amigo Jacinto Antón, un oráculo para saber de la vida, historia, teatro, periodismo y naturalmente de animales, también de tejones. “Son muy bonitos y simpáticos, agradables de ver; me encanta como levantan su cabeza triangular, pequeña y alargada, blanca con sus dos franjas negras paralelas”. “Dichoso tu”, precisa. “Admiro a uno con prismáticos cada fin de semana que voy a Viladrau. Va a por higos muy cerca de una masía. Les gusta la fruta y la miel además de las lombrices, los insectos y los frutos. Igual ha detectado algo que le gusta mucho o simplemente ha encontrado en tu jardín una zona de paso, camino de su madriguera, que acostumbran a ser guaridas muy bien hechas”, prosigue Jacinto.

Si le dejo hablar un poco más, igual salgo al jardín cada noche a cenar con el tejón: “Escalan y escarban muy bien con sus uñas. Son valientes, pero solo muerden cuando se sienten amenazados”. Y acaba: “¡Ah! y es de los mamíferos —no nosotros— que tiene un hueso en el pene, igual que los murciélagos”. Sabía del riesgo que corría si hablaba con Jacinto. Así que mis dudas han aumentado por más que me tortura ver cómo el tejón estropea el suelo limpio y ordenado que siempre deja mi mujer. Igual la solución es ahuyentarlo y que se vaya lejos para así añorarle. Veremos. Nunca había vivido y dormido con un tejón.


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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.
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