Para todas las Smitas del mundo
Las mujeres de ‘La Trena’ siguen atrapando al espectador del Teatro Goya de Barcelona en esta segunda temporada
Smita es una niña dalit, una intocable de la India. Su vida es literalmente una mierda. Como mujer e intocable —grupo llamado así al ser considerado sucio para el contacto físico— es objeto de golpes y abusos, está condenada al analfabetismo y a asumir los trabajos más degradantes: su madre se dedica a recoger excrementos de terceros y quiere evitarle ese destino. Por eso, hará lo imposible para que su hija vaya al colegio. “Smita es una mujer que romperá con toda la esclavitud que le ha impuesto el destino, lucha contracorriente para preservar la dignidad de su hija y que no viva las obligaciones que le ha tocado a ella por ser de la casta que es. Para mí es la más revolucionaria de las tres porque es la que tiene menos herramientas para hacerlo y, a pesar de todo, lo hará”, explica la actriz y directora de La Trena, Clara Segura.
Cuando el padre de Giulia fallece, ella descubre el secreto del comerciante. Pese a lo envenenado de la herencia, está dispuesta a luchar para mantener el negocio a flote en su Sicilia natal mientras reta a su entorno al enamorarse de alguien que no cuadra en los esquemas familiares. Mujer de carácter, Giulia esquiva todos los obstáculos para lograr sus objetivos. No se trata de gestionar el taller, sino de salvarlo de la ruina. Mientras, supera una de las cosas más dolorosas: la pérdida de un padre. “Es una mujer joven que tendrá que tomar las decisiones de la empresa familiar y de su propia familia. Y finalmente será libre de escoger y cambiar los patrones más patriarcales en los cuales está establecida su vida, desde elegir el amor que ella quiera y tomar decisiones en contra de las tradiciones”, afirma Segura.
Sara Cohen vive en Canadá y es abogada. Sufre en sus carnes la dificultad de tener hijos, estar divorciada y trabajar. Y también padece la sensación de culpabilidad cuando se elige el trabajo antes que a los niños. Las dificultades se multiplican cuando adquieres el estatus deseado. Sara sufre cáncer y siente la discriminación laboral por estar enferma. Primero negará la enfermedad, después la tratará de ocultar para finalmente pagar un precio laboral por estar enferma. El ascenso deseado se lo lleva otro; en este caso, otra. “Sara es de las tres, la mujer con más libertad aparente, aparente porque ha podido elegir su destino; pero la estructura agresiva y competitiva de su propio trabajo la apartará cuando ella tenga un problema de salud. Representa la falsa libertad que tienen las mujeres en altos cargos en las empresas, porque para llegar donde están han tenido que luchar más que los hombres y renunciar a una vida familiar plena”, resume Segura.
Las mujeres de La Trena —Segura, Cristina Genebat, Marta Marco y Carlota Olcina— han vuelto a instalarse en el teatro Goya de Barcelona. Casi 200 funciones y nueva temporada hasta el próximo 17 marzo. Y después otra minigira: “Es una pena dejar en un cajón este espectáculo”, afirma Segura, que es además narradora en la obra, en conversación telefónica. Y su voz transmite la misma tranquilidad y el mismo aplomo que cuando cuenta desde el escenario la historia de La Trena, adaptación de la novela de Laetitia Colombani que batió récords en Francia.
Cuando una noche de jueves de principio del mes de febrero se va la luz en plena función, Segura no pierde los nervios e informa a los espectadores de que la función se retomará, aunque no saben cuándo. A los diez minutos, vuelve la luz y con ella las actrices. El papel de Segura en La Trena es clave: mantiene la tensión de la narración hasta el final, pero también de alguna forma ejerce de coach con sus compañeras, que con una energía inconmensurable van cambiando de escena y de personaje. “La Trena pone a la mujer en el centro, en tres puntos del mundo. Ellas tienen que luchar para cambiar su destino que de alguna manera está condicionado por el hecho de ser mujeres. Esto nos resuena un poco a todas”. El público aplaude entregado al final. Y en la segunda fila, una mujer le dice a sus tres amigas: “Ves como no nos hemos equivocado”.
Este es un retrato de cómo las mujeres se llevan muy a menudo la peor parte en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Es el relato de un pelo que viaja entre mundos distintos para demostrar que entre los que más sufren y los que viven mejor, lo habitual es, todavía, que el sufrimiento, en calles sin alcantarillas o en lujosos despachos, sea para la mujer.
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