Las imágenes no opacaron las voces en el Sónar
Pese a lo colosal del espectáculo de Eric Pryz, la palabra y el baile se impusieron en la noche final del Sónar
Lo dijeron sus directores al evaluar la edición que acabó el domingo por la mañana, en el Sónar cabe desde el brutalismo hasta la intimidad pasando por la experimentación. Y un poco de todo esto hubo en esa última jornada, que si de día acunó el fascinante concierto de Carles Viarnès y Alba Corral exprimiendo unos órganos (instrumentos, en el Sónar cabe especificarlo), por la noche apostó por un espectáculo faraónico para llenar el hangar central con Eric Prydz antes de que el techno reinase con Richie Hawtin y Ángel Molina. Por medio sonidos urbanos con Bad Gyal y La Zowi junto con el hip-hop de la carismática y vitalista Little Simz, todo ello sazonado por un público en estado de diversión amplificada, educado, a cada colisión sucedía una disculpa, y con esa tierna sensación de parecer criaturas a su albur en una guardería colosal. Es el Sónar.
El festival, como muchas otras iniciativas, ha de colocar su mensaje atendiendo a sus puntos fuertes, y uno de los del Sónar es la credibilidad. Por eso, y porque la tecnología tiene algo que genera pequeñez en los legos, la mayoría de los mortales, hay veces que palabras revestidas de conceptos en desarrollo funcionan como trucos de magia: emboban. No fue el caso del proyecto de Carles Viarnès, músico contemporáneo con formación clásica, que supo sacar de un hiperórgano (órgano midificado; es decir, modificado por midi) un rendimiento poco menos que celestial. Los órganos, instrumentos analógicos, pueden interactuar con instrumentos electrónicos para potenciar sus cualidades, y es lo que hizo Viarnès. Pero hacerlo por hacerlo no tiene en sí valor artístico si no se amplía la mirada para ver qué se consigue, y lo logrado por el músico fue espléndido. Su concierto, con visuales muy plásticos y detallistas de Alba G. Corral, fue balsámico, con un pie en el gregoriano y otro en la electrónica, planeador, hermoso, apenas pautado por el ritmo y manteniendo ese sonido del órgano, había dos pequeños, dado por el aire en movimiento a través de sus tubos. Discurso y resultado funcionando hermanados, belleza extraída de dos mundos en apariencia antitéticos que la tecnología hermana. Tanto disco como espectáculo responden por Hyper_O.
Este equilibrio entre promesa tecnológicamente deslumbrante y resultado no acabó de funcionar con el plato fuerte de la noche, el show de Eric Prydz, de un gigantismo que era en sí mismo el corazón de la propuesta. Mediante figuras en 3D que parecían salir de una pantalla tamaño pista de tenis, con una imagen de nitidez asombrosa, pasaron por el hangar astronautas, robots que despertaban de hibernación hiperespacial, una mano enorme que parecía querer quitar el sombrero a quienes lo llevasen, láseres para iluminar el espacio profundo, paisajes lluviosos y una ballena, que no en vano es un mamífero descomunal. Lo mejor el inicio, con un brazo robótico que móvil en mano imitaba lo que hacía la multitud, grabar con su móvil. Aún con todo en una ciudad que ha visto montajes deslumbrantes, muchos de ellos en el mismo festival, una acumulación de imágenes tirando a evidentes mostradas en 3D, eso sí, sin gafas, supo a poco. Muchos medios para un imaginario sin exceso de imaginación, impactante sí, pero no necesitado de muchas miradas para ser visto.
A partir de aquí la noche se afincó en el baile como construcción de comunidad y hacia los sonidos urbanos. Primero con Bad Gyal, una artista que sabe dejarse mirar y mostrarse todo y no sudar carisma escénico y no bailar con soltura. Pero tiene ética del trabajo, seguridad en sí misma y canciones y letras que dicen alto y claro que cada persona ha de decidir por sí misma, y que la voluntad y el albedrío es lo último que nos pueden arrebatar en tanto raíles que conducen a cada persona hacia la consecución de su propia felicidad, que siempre debe escribirse con guión propio. Repasó su traca de éxitos, más rutilante que su micro, que parecía patrocinado por Swarovski y cerró con Alocao’ y Fiebre tras un cancionero triunfal que saturó su escenario, uno de los dos al aire libre del Sónar Noche. Por su parte, otra reina urbana, La Zowi, presentó en el SónarCar, dentro del hangar que acoge a los autos de choque que unen al festival con la tradición festiva en una de sus mejores ideas, su autoproclamación como La Reina del Sur en su reciente larga duración. Temas conocidos como Bitch Feka o Puta junto a otros nuevos como Chill, Chapiadora o Yo lo pongo loco pusieron los abanicos del público en el aire, dejando de paso la sensación de que la Zowi tiene algo de neotonadillera que comienza en su melena, lacia y azabache y se remata con esa seguridad aplastante que lucía Rocío Jurado.
Y antes de que Ángel Molina autografiase el final de la noche ya de día, Little Simz realizó un concierto soberbio. La inglesa de ascendente africano, una de las voces más personales y reivindicativas del hip-hop británico, mostró soltura, seguridad en sí misma, no enfatizada sino natural, canciones estupendas como Woman, con la que cerró, Silouette, con la que había abierto y otras como No Mercy o Hearth Of Fire. Parte del repertorio lo ejecutó sólo con bases y parte con ayuda de dos músicos (tocaron guitarra, bajo y teclado), siempre con una dicción convencida, dinamismo físico que llenaba el escenario y esa mezcla entre hip-hop y melodía que la caracteriza. Y quién lo iba a decir, se echó en falta más colonia inglesa, la que aupó su concierto en el Primavera Sound el año pasado empatizando especialmente con las mujeres, que la idolatran. Y así el Sónar de los 30 años se hizo historia, con sus mochilas fosforito, su guardarropa sin papeles para la clientela que con su sola pulsera es vinculada a su prenda, el que sigue fiel a las pantallas horizontales y el que ya, con tres décadas, ha dejado de ser técnicamente joven. Esperemos ver qué depara su madurez.
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