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Pandemia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La pandemia, un extraño olvido

Después de cada sacudida (cataclismos, revueltas), las sociedades corren a fabricarse relatos nuevos, pero estructuralmente idénticos, sobre la armonía, la seguridad y el sentido, el destino, el orden, su lugar en el mundo.

vacunas covid
27/12/21 En la imagen, decenas de personas hacen cola para ser vacunados tando de la primera como de la segunda o la tercera dosis. Punto de vacunacion masivo contra la covid-19 (coronavirus) en el recinto Montjuic de la Fira de Barcelona. Barcelona, 27 de diciembre de 2021 [ALBERT GARCIA] Albert Garcia

“Pangolín, virus”, en diciembre del 2019 estas palabras entraron en nuestra vida y de repente todo dio un vuelco. Al cabo de dos meses de incertidumbre, la infección llegaba a Catalunya y se cancelaba el Mobile World Congress, prueba de que la amenaza planetaria era real. Las palabras tienen una vida secreta y una vida pública, permanecen escondidas un tiempo hasta que vuelven a ser necesarias. Cuando por fin escuchamos “pandemia, confinamiento”, a más de uno le dio por pensar en blanco y negro, como una especie de protección frente a lo que parecía imposible en el siglo XXI.

Nuestra sociedad maneja un relato inmovilista en el sentido de que hemos alcanzado un nivel razonable de bienestar y seguridad, y nos decimos que todo debe ajustarse constantemente, pero a la vez no concebimos que pueda retrocederse en capacidades tecnológicas o en derechos civiles. Toda sociedad se monta relatos a medida según los cuales se halla en sintonía con la realidad. Después de cada sacudida (cataclismos, revueltas), las sociedades corren a fabricarse relatos nuevos, pero estructuralmente idénticos, sobre la armonía, la seguridad y el sentido, el destino, el orden, su lugar en el mundo.

Al principio de la pandemia recuerdo algunas reacciones curiosas, fruto del desconocimiento y de la gestión caótica. Ante el alud de informaciones contradictorias y la sensación de que nadie sabía a ciencia cierta por dónde tirar, la ciudadanía reaccionó a su manera. Recuerdo a un hombre paseando por el paseo de Gràcia con una mascarilla acuática de esas que tapan toda la cara, con un tubo en la cabeza, y la gente se apartaba. Recuerdo una cierta histeria colectiva contra las familias que salían a pasear con los hijos, como si los niños fueran la avanzadilla del Mal. Recuerdo a los que tenían miedo de hablar con chinos, chinos que decían a la gente que se apresurara a encerrarse en casa porque ellos tienen otra cultura de la protección. Negacionistas peleándose contra apocalípticos. Prudentes abucheando desenvueltos. Descomidos cachondeándose de los miedosos. Gritos en el cielo en nombre de unos datos que nunca estaban claros.

No había relato y se empezó a hablar de un ambiente distópico. Palabra nacida en Inglaterra a mediados del siglo XIX, una distopía es una utopía negativa que presenta una realidad opuesta a un mundo ideal, justo y perdurable, y dibuja sociedades opresivas, totalitarias o terminales, a menudo futuras, todo ello bajo los auspicios de un más que probable apocalipsis o colapso general. Las distopías literarias siempre nos avisan de que nuestro presente teóricamente ideal (aunque perfectible) puede mutar en un desbarajuste de la noche a la mañana.

Una distopía es un espejo que deforma el presente y que, de algún modo, nos muestra su cara oscura, nos pone en guardia sobre un hecho incontrovertible: todo lo que sube, baja. Cuatro años después, y sin obviar la pérdida de tantas vidas, en el ambiente flota el olvido de la crisis sanitaria. Sin saber, además, si lo verdaderamente distópico es vivir de espaldas a todo aquello.

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