Coldplay emboba en Barcelona: pop épico y un despliegue tecnológico deslumbrante
En el primero de sus cuatro conciertos en España, el grupo británico dedica todo el espectáculo a Tina Turner, cuya muerte se acababa de conocer
Una sintonía para flotar mientras el público enciende los móviles para grabar. Luces blancas iluminan la pista, un mar de cabezas sobre cuerpos aún inmóviles. Pasan cinco minutos de las 21.30 y la luz que aún ilumina tenuemente el cielo no empaña el efecto de las luces artificiales este miércoles. Pasan los segundos y crece la expectación hasta el punto de que los móviles se apagan, no será cuestión de gastar batería. Unos presentadores generan el bajón al introducir un vídeo sobre las medidas sostenibles tomadas por Coldplay en un acontecimiento tan insostenible como un concierto de masas. Nobleza obliga. El público, paciente, perecería capaz de aguantar un rosario. Más sintonías, ya con las luces apagadas, solo móviles diciendo con sus luces que esperan grabar. Y de repente las pulseras repartidas a cada asistente iluminan en rojo solo la pista. Son solo unos segundos porque truena Higher Power y todo el estadio, todo, se ilumina como si miles de seres bioluminiscentes nadasen en una descomunal pecera con forma de disco rectangular. Vuelan los confetis mientras Chris Martin ya está en el escenario del centro de la pista, en el ojo del huracán. Sigue Adventures In A Lifetime con su ritmillo funky y el popular riff de guitarra. Lo que en otros conciertos se ve en el tramo final ya se ha desplegado de saque. ¿Cuatro estadios? Podrían haber sido siete.
Habían pasado escasos minutos, Chris ya había hablado en castellano, el estadio estaba entre enloquecido y embobado y si no caía algún hilillo de baba es porque hay que hacerse el enterao ante la tecnología recibiéndola con cierta familiaridad. Estadio verde, estadio rojo, estadio multicolor. Suena Paradise y ya se sabe que no habrá bajones. El escenario central es casi diáfano, descubierto, flanqueado por dos pantallas redondas tamaño Júpiter. En su parte posterior otra pantalla con forma de semicircunferencia acerca a los músicos a la multitud, que ya está en sus bolsillos. No es una caja típica, es como una playa envuelta por las luces. Martin, camiseta multicolor, se sienta al piano para atacar The Scientist. El sonido se ha aclarado y la balada mece las masas, ahora algas oscilantes mientras se acerca la pleamar. Es ese sonido épico ma non troppo, no enfático, que parece pensado para sonar en estadios, donde el grupo triunfaría con una zambomba. Chris se esfuerza en hablar en castellano y agradece y pide disculpas por las colas y el tráfico. Está diciendo que piensa en quienes lo escuchan, dirigiéndose hasta a los que lo ven como un puntito desde el fondo de la inmensa pecera. Dedica todo el show a Tina Turner, cuya muerte se acaba de conocer. Grandiosidad y detalles diminutos. Coldplay.
De repente se hace todo oscuro, hay un sonido rebobinado y los músicos aparecen en el escenario de la pista mientras suena Viva La Vida, que quizás porque habla de un rey francés guillotinado hace que el estadio pierda la cabeza. Sí, el estadio, aquí no hay individuos, hay una suma de voluntades que fue lo que hizo pensar a Émile Durkheim en el concepto de efervescencia colectiva. Hubiese flipado, con perdón, con Coldplay uno de los padres de la sociología. Todo Barakaldo con cada ciudadano acompañado por su avatar los verán en estos cuatro conciertos. Pamplona o Alcalá de Henares al completo. Todos a una vitoreando los fuegos en Something Just Like This con sus azotes electrónicos y más confetis. Euforia al sentirse parte de algo común con personas con las que te une algo en común. La aficionada que subió al escenario para estar junto Martin al piano en Fly On representó a quienes abajo lucían entonces azul oscuro en la muñeca. Porque si el escenario de Coldplay es minimalista es porque el escenario principal, y ese sí es maximalista, es todo el estadio, donde cada espectador forma parte del espectáculo sintiéndose partícipe con algo más que su presencia, sus gritos y sus aplausos. Y si encima te chapurrean en tu idioma, miel sobre hojuelas.
Y así hasta el final, con personas de 60, 35, 26 y 18 juntas. Para divertirse. Sin más mensaje que olvidar miserias y por momentos abobarse como colegiales. Sí, hay lecturas políticas que hacer, nada es inocuo, pero hay que tener algo de sociólogo haciendo un trabajo de campo para evocarlas cuando la pecera/estadio amarilleó con Yellow y globos de colores rebotaron en la platea mientras todos sonreían y solo estaban sentados quienes no podían físicamente estar en pie. Nadie se sentó ni en el baladón a capella de Human Heart, con gigantescos corazones rojos en las gradas. Hay que ser anhedónico para no reblandecerse aunque, incluso, Coldplay pueda sugerir diversión vacua, chicle para los ojos, frivolidad tecnológica e hinchazón melódica. De ahí sus récords, su capacidad de penetración en tantas generaciones. De ahí su hegemonía, remachada con My Universe y la masa del revés. Incluso parecieron simpáticos ingleses tan despistados como bienintencionados cuando en una tierra de rumba invitaron a parte de Gipsy Kings a hacer Bamboleo y Volare tras recordar a Tina con Proud Mary en el tercer escenario, el más alejado del principal. Flamenco, dijo Chris. Tanto dio. Fix You y Biutyful cerraron el fiestón con fuegos artificiales. Pop de masas hecho por tipos que parece que acaban de salir a comprar el pan. Con Coldplay hasta parece fácil tener éxito. Quedan tres conciertos. Todos los que fueron al primero repetirían. Como todo Barakaldo con sus avatares.
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