Las elecciones de la deflactación
Una campaña con poca ideología, poco proyecto de ciudad, sin dar pie a pensar que Barcelona se pone por delante del país.
No todo empieza y acaba en Barcelona, pero como siempre las elecciones de la capital centrarán el debate. Sin embargo, será interesante ver como repercute la resaca de la crisis de octubre de 2017 sobre el área metropolitana, que dará pistas a los socialistas para las generales y a Esquerra sobre la posibilidad de penetrar en este territorio, y en las ciudades con más tradición independentista, dónde la abstención medirá el tamaño de la frustración acumulada.
El protagonismo de Barcelona tiene un problema: la repetición. Cómo hacer atractivo un espectáculo con cuatro candidatos –la única sorpresa es un regresado- que llevan años en la pasarela. Es difícil imaginar que nos puedan sacar de la monotonía con alguna apuesta inesperada. E incluso es improbable que las noticias vengan del ruido de las descalificaciones y los desplantes porque además de ser personas cuidadosas con las formas, ha habido demasiado roce entre ellos como para pelearse. De modo que se impone una cuestión: ¿por qué ningún partido se ha atrevido a buscar el impacto de un candidato nuevo capaz de romper la monotonía?
La razón principal es la coyuntura. Son unas elecciones en plena deflactación del proceso independentista, pero sin que se note demasiado. Por tanto, poca ideología, poco proyecto de ciudad, que la campaña transcurra sobre la política municipal del día sin dar pie a pensar que Barcelona se pone por delante del país. No deja de ser significativo que haya sido justamente en el último año que desde sectores políticos e intelectuales del independentismo se empezado a reconocer que octubre 2017 marcó los límites de lo posible y, por tanto, hay que repensar las estrategias. Por lo demás, la repetición de actores tiene mucho que ver con el corporativismo de los partidos, núcleos cerrados poco dados a la porosidad. Las tramas internas de intereses condicionan la selección de los candidatos, lo cual hace que los partidos políticos resulten poco atractivos para aspirantes no formateados.
El resultado está a la vista: la candidata saliente frente a tres repetidores. Y la moderación como actitud, que ha llevado a Junts per Catalunya a esconder sus tribulaciones bajo una marca ajena. Trías quiso convertir las elecciones en un duelo personal con la alcaldesa saliente. La jugada no está claro que le beneficie. Si Colau es un polo de la batalla, el otro polo está repartido, con riesgo de que los tres aspirantes se quiten votos entre ellos. De la mano de Salvador Illa, el PSC es quien juega a fondo la carta del apaciguamiento, ofreciéndose como socio polivalente, tanto para recibir como para dar. Aunque la opción, fruto de equilibrios internos, por Jaume Collboni, un candidato sin atributos precisos, no favorece el empeño. Hay un proyecto en curso: el de la alcaldesa saliente. A los otros tres candidatos corresponde perfilar el suyo y que la campaña salga de la monotonía de las palabras y las quejas mil veces formuladas. ¿Qué ciudad quieren? Me temo que nos vamos a quedar sin saberlo.
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