Susana, la historia de una criptoestafa
La culpa persigue a las víctimas de las falsas inversiones en divisas, señalados socialmente y desprotegidos frente al crimen organizado
Los comentarios en las noticias se repiten. “No siento ninguna pena”; “no hace falta ser un lince para ver que es una estafa”; “la avaricia humana es el origen de toda estafa”; “no me compadezco en absoluto de estos descerebrados avariciosos”; “la torpeza humana es indescriptible”; “juegan con la avaricia de la gente que quiere hacerse millonaria sin dar un palo al agua. A mí no me dan ninguna pena”...
Así no es de extrañar que uno de los problemas para investigar las estafas de falsas inversiones en criptomonedas a manos del crimen organizado, que ha diseminado call centers por los Balcanes con una legión de embaucadores, sea que sus víctimas no quieran contarlo. Algunos ni siquiera a su entorno más íntimo. Han perdido el dinero por tontos, por avariciosos, por torpes, por ser unos ilusos codiciosos que se dejaron engañar. Una revictimización de manual, como la que sufre Susana, un nombre ficticio. No quiere dar el verdadero porque se avergüenza, y no quiere que sus vecinos, sus conocidos, su familia sepa lo que le ha pasado: que le han robado más de 70.000 euros haciéndole creer que estaba invirtiendo en bolsa, en mercados de todo tipo, en criptomonedas.
“¿Pero ese dinero seguro que está perdido?”, sigue preguntando, en conversación con este diario. No hay nada más difícil de asumir y de aceptar que en realidad la inversión nunca existió. Que todo fue una gran mentira, y que no hay manera de volver atrás en el tiempo y recuperar los ahorros de una vida. Y las organizaciones criminales lo saben. Por eso, una vez han desplumado a una víctima, vuelven a ponerse en contacto con ella. Les dicen que son abogados, y que ellos sí saben cómo rescatar la inversión... Solo se trata, de nuevo, de pagar un poco más.
Para Susana, ya jubilada, licenciada en una carrera de esas que requieren muchos años de estudio, todo empezó de la misma manera que otros miles de casos: un clic. Susana vio en Facebook una supuesta noticia de una entrevista de Pablo Motos a Santiago Abascal en la que hablaban de sus éxitos invirtiendo en criptomonedas. Puso el cursor sobre el falso enlace, apretó el ratón y sin saberlo activó al ejército de ladrones. Ella invirtió 250 euros, luego 250 más, no lo vio claro, asumió que había perdido esa suma y se olvidó. Lo que no sabía es que sus datos ya habían entrado en el sistema...
Hasta que un día la llamó Juan, le contó las maravillas de invertir y le dijo que él sería su broker. “Me enganchó de una manera que no pude salirme”, lamenta, todavía inmersa en el desbarajuste emocional y económico. Juan la llamaba a diario. Ella, que vive sola, depositó en él toda su confianza. “Como un hijo para mí”, lamenta. Se escribían a través de Whatsapp y él la llamaba con teléfonos con códigos de España y con códigos del Reino Unido. Aunque, realmente, Juan, que seguro que no se llama así, reside en cualquier rincón de los Balcanes y la contactaba a través de telefonía por internet.
“Me envolvió en la comunicación neurolingüística”, sigue Susana, sobre la manipulación a la que fue sometida. Empezó por poner mil euros, luego más, luego un poco más… “Hasta que llegué a invertir 70.000″. Eran todos sus ahorros y un préstamo que pidió al banco para seguir invirtiendo. Y lo desembolsó en apenas cinco semanas: el tiempo en el que acabó con las cuentas a cero.
Además, le hicieron creer que el fracaso de las inversiones fue responsabilidad suya. En una de las ocasiones, porque su conexión no funcionó bien: “Abro la operación, había que cerrarla rápidamente, pero aunque lo intentaba, no podía vender. La explicación que me dieron es que la culpa era mía porque se me cayó internet”. Allí le dijeron que había perdido 40.000 euros. Para recuperarlos, la convencieron de que pusiese 30.000 más, para lo que pidió un préstamo al banco. Pero en la siguiente inversión, de nuevo la supuesta torpeza de Susana la llevó a la quiebra. “Él eligió una criptomoneda, Litcoin. Me dijo que le diese a comprar. Que abriese la operación. Le doy, pero dice que en lugar de un clic que he dado dos clics”, recuerda. “Se desconfiguró todo, apareció mi cuenta en pérdidas, y él me dejó sola con aquella pantalla. Me iba a dar algo”.
Pero en realidad Susana nunca invirtió en nada. El dinero que envió acabó directamente en los bolsillos de la organización criminal. Lo que veía en su pantalla era una demo de un programa, una pantomima de cifras y curvas. Ella intentó de todas las maneras recuperar su dinero. Define el final de su estafa como una “negociación con un secuestrador”, siempre con la ilusión de salvar parte de sus ahorros. Por eso precisamente cayó en el siguiente engaño: los falsos abogados. Primero 5.000 a unos, luego 7.500 a otros… Un dinero que solo engrosó la cifra robada.
A día de hoy, Susana continúa recibiendo llamadas. Esta mujer retirada, que vive sola, se esfuerza en asumir lo que ya sabe: que no hay nada que hacer. Ha denunciado su caso a la policía, y aún alberga una pequeña esperanza. “Aprendí la lección muy dolorosamente”, se lamenta, como si ella fuese la culpable de haber caído en las garras del crimen organizado. “Me siento vulnerable. Hasta dentro de mi propia casa, estando en mi casa, me han robado y estafado”, dice. Y pide que alguien de una vez se lo tome en serio: “Que el Gobierno actúe. Es urgente”.
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