Mayores LGTBI destinados a seguir en el armario: “Necesitamos un lugar seguro para vivir, pero también para morir”
Solo el 4% de los usuarios de los servicios públicos sociales para mayores de 65 años dice no ser heterosexual
Un hombre, desde el patio de butacas, levantó la mano e intervino: “He perdido a mi compañero, estoy solo y no sé por dónde empezar”. Esto sucedía hace unas semanas en la IV Jornada Anual del Centre LGTBI de Barcelona, según explica Josep Maria Mesquida, profesor de trabajo social y presidente de la Fundació Enllaç. Esta situación no es extraordinaria. Más de la mitad de las personas LGTBI de 65 años viven solas, y un 30% tienen síntomas de depresión, según el informe publicado en 2019 por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB). Sus principales preocupaciones: la soledad y no poder valerse por sí mismos. Para paliar esta problemática son fundamentales los servicios públicos sociales, pero tan solo un 4% hace uso de ellos. Algunos por “homofobia anticipada”, otros por “estar en el armario”. “Reclamamos más espacios seguros donde expresar nuestra orientación sexual y diferencias de género”, reivindica Mesquida.
Alex San Rafael, responsable y voluntario de la Fundació Enllaç, asegura que la gente mayor “no acude a centros cívicos, casals de barri o residencias porque no los perciben como lugares seguros”. Mesquida puntualiza que es un colectivo extremadamente vulnerable: “Hablar de doble vulnerabilidad es un poco limitado si partimos desde una perspectiva interseccional. Pueden ser personas pobres, racializadas, solas...”. Han vivido el rechazo social y familiar, el aislamiento y la construcción de una identidad a oscuras y oprimida, víctima de profundos armarios que los ha destinado a vivir en clandestinidad. Ahora reclaman abandonar el anonimato y tener recursos para dejar atrás la “generación invisible”.
Paulina Blanco no salió del armario hasta 2004, cuando tenía 55 años. Ahora, con 73, vive con su mujer, Encarnita, de quien se enamoró en 1972 y por quien se mudó a Barcelona. Originaria de un pequeño pueblo de Cáceres y maestra de profesión, Paulina remarca que no se les ha permitido “ser libres”. “El ambiente era hostil y teníamos que escondernos. A las personas homosexuales no se nos ha permitido ser personas”, asegura Paulina. Nunca tuvo el apoyo de su familia: “Las familias han vivido nuestra homosexualidad como una mancha”.
Hace hincapié en la necesidad de espacios seguros para la gente mayor del colectivo LGTB. “Necesito estar con gente que sabe quién soy yo. Un lugar seguro para vivir, pero también para morir”, comenta. Ha tenido que enfrentarse a la incómoda situación de que desde casals de barri o trabajadores sociales confundiesen a su mujer con su amiga. “Hay que cambiar esa mirada estereotipada”, explica. Paulina, además, argumenta que las mujeres en especial viven “las consecuencias de la dictadura”, ya que no tenían “lugar en la vida pública”. “Estamos condenadas a la invisibilidad”, sentencia.
Décadas de silencio, invisibilidad y “sexilio”: sus consecuencias
“La generación actual de personas mayores LGTBI ha sufrido una dictadura agravada”, explica Ricardo de la Rosa, abogado especialista en derechos LGTBI. Primero, a través de la Ley de Vagos y Maleantes (1933), y después a través de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970), que los internaba en “casas de templanza para curarlos”. “Provienen, más que de un armario, de una cámara acorazada. Vivieron el rechazo de su familia y entorno, y muchos se sometieron al sexilio: huyeron de su pueblo para intentar sobrevivir”, explica el abogado. Estas experiencias negativas han desarrollado una “homofobia anticipada”, añade Mesquida.
Ricardo explica que la “legislación es protectora”, pero que mucha gente no conoce sus derechos. A su consulta acuden mayores con cuestiones familiares no resueltas, con preocupación por su futuro y por su protección “el día de después”. “Hay familias que en su momento despreciaron a una persona y acabaron heredando su patrimonio”, explica el abogado.
Los problemas no solo son de ámbito social, como las situaciones de aislamiento y soledad no deseada, sino también de salud. “Uno de cada cinco hombres gays mayores tuvo VIH, y las personas trans, por su parte, han consumido tratamientos poco seguros, peligrosos y no efectivos”, desarrolla Mesquida. En cuanto a las mujeres lesbianas, el profesor argumenta que “existe cierta tendencia a descuidar aspectos preventivos relacionados con la ginecología al no haberse considerado futuras posibles madres”.
Joan Sebastià es un “gay atípico”. O así se define él. “He tenido mucha suerte, pero en cualquier momento puede desaparecer”, asegura. Joan nació en Madrid hace más de 70 años, pero se mudó a Barcelona de pequeño. Con la fotografía de “terapia” y de profesión publicista, pudo “vivir con normalidad” su sexualidad. Hace 20 años conoció a su pareja en Londres y a día de hoy mantienen una relación a miles de kilómetros: Joan vive en Barcelona, su pareja en Bangkok. También sintió la “clandestinidad” en primera persona al ser víctima de una de las redadas de la época de dictadura en los bares de Barcelona. Para él son necesarios lugares específicos. “Estos espacios son como centros de vacunación: la gente se refuerza interiormente y da fuerzas para normalizarlo”, asegura Joan.
Las residencias y “volver al armario”
En Madrid se abrió este año la primera residencia en España para gente LGTB de la mano de la Fundación 26 de Diciembre. “La apertura de estas residencias tiene un valor simbólico. Nosotros remarcamos que sobre todo hay que modificar las condiciones actuales para generar un espacio seguro”, comenta Mesquida. Desde la Fundació Enllaç, aseguran que trabajan en incorporar la perspectiva de la diversidad sexual. “La mayoría se resisten a estar en una residencia, y si están allí, se ocultan en el armario”, explica Alex.
“Si vamos a una residencia o a un centro de día. ¿Qué nos vamos a encontrar? Hasta ahora la experiencia es negativa”, asegura Paulina. Tiene una amiga en una residencia: si dice quién es, le dejarán de hablar. Para Ricardo de la Rosa, la importancia recae en que las residencias reciban “formación obligatoria para tratar a usuarios no normativos, pero también para detectar si hay alguna agresión por parte de otros internos”.
Desde la Fundació Enllaç aseguran que no tienen una “financiación estable”, y necesitan “un apoyo más claro y contundente desde las administraciones”. Paulina piensa en ese futuro donde no tenga que vivir con la temida soledad: “Quisiera poder vivir lo que me queda con sosiego, acompañada de gente que sepa quién soy. Pero para ello hace falta que la gente se interese y se destinen recursos”, explica la mujer. Joan Sebastià, por su parte, ve la fundación como un “toque de alerta para recordar que hay gente mayor LGTB, y que cada vez habrá más”. “Necesitamos más apoyo psicológico, más medios para dar más servicios. Necesitamos que las instituciones dejen de darnos golpecitos en la espalda”.
La Fundació Enllaç
La Fundació Enllaç nació en 2008 de la mano de impulsores del movimiento LGTBI en España. “Con el paso del tiempo, encontraron que no había un espacio dentro del colectivo para la gente mayor”, explica Alex San Rafael, uno de los encargados de la Fundación. Su misión: tejer redes de apoyo entre las personas mayores del colectivo LGTB. Tienen alrededor de 30 voluntarios que se encargan de hacer acompañamientos a personas que están solas, tanto de manera presencial como virtual, además de apoyo profesional en trabajo social, temas legales o psicológicos. No solo se dedican a la actuación individual, sino que también a los encuentros colectivos, como con un club de lectura, grupos de conversación, cine fórum o grupos de encuentro. La persona usuaria más joven tiene 56 años, y la más mayor 93. Cuentan con alrededor de 100 usuarios, y el 90% son hombres. Es el único lugar destinado específicamente a las personas mayores LGTB en Barcelona, aunque también encontramos el grupo "La Tardor" del Casal Lambda o algunas actividades del Centre LGTBI de Barcelona.
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