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Los vecinos del Raval: “Si no se hace nada, los narcopisos nos volverán a estallar en la cara”

El centro de Barcelona vuelve a lanzar un SOS ante un repunte del consumo de drogas en las calles del barrio

Varias personas bebiendo en una plaza cercana a la sala de venopunción del barrio de El Raval de Barcelona.
Varias personas bebiendo en una plaza cercana a la sala de venopunción del barrio de El Raval de Barcelona.Kike Rincon (Kike Rincon)
Alfonso L. Congostrina

“Durante la pandemia vivimos el horror de soportar tres narcopisos en nuestro bloque”, confiesa Carmela Torro, una vecina de la calle Sant Salvador del barrio barcelonés del Raval. “Conseguimos expulsarlos en marzo de 2021. El pasado 23 de septiembre volvieron a ocupar uno de esos pisos. Venden droga. Hemos vuelto a la casilla de salida”. Este viernes el teniente de alcalde de seguridad en el Ayuntamiento, Albert Batlle, admitió que en el corazón de Barcelona hay un problema de inseguridad. Batlle se puso del lado de los vecinos. Advirtió de que hay muchos consumidores de drogas en las calles, que ha aumentado el número de pisos ocupados donde se trafica, e hizo público que el Ayuntamiento no puede, al menos solo, acabar con todo este fenómeno delincuencial. “Necesitamos más Mossos d’Esquadra, más implicación de la Policía Nacional y de la Fiscalía y la judicatura. Reivindicamos modificaciones legislativas para que podamos desalojar rápidamente un piso en el que sabemos que se delinque. Solo con las actuaciones policiales no es suficiente, parece que vaciemos el mar a cucharadas”, confesó Batlle.

Un día después del SOS lanzado por el Ayuntamiento de Barcelona, EL PAÍS ha visitado la zona cero del distrito de Ciutat Vella. Un punto históricamente castigado por la vulnerabilidad, el consumo de sustancias estupefacientes, la miseria, la prostitución…, todo ello unido al turismo, la especulación inmobiliaria y la gentrificación. La zona sur del barrio —la más cercana a la sala de venopunción del Baluard— es la que parece más castigada. Es excepcional la calle donde no se localizan a sintechos, consumidores de drogas o personas sobre las que recaen ambas condiciones. Hay presencia policial patrullando entre toneladas de miseria dispersas por la rambla de Raval, las calle de la Aurora, de Carretes, de la Reina Amèlia, de la Cera…

Agentes de los Mossos de Esquadra piden la documentación a una persona en la calle Riera Baixa esquina cona la calle Hospital en el barrio de El Raval de Barcelona.
Agentes de los Mossos de Esquadra piden la documentación a una persona en la calle Riera Baixa esquina cona la calle Hospital en el barrio de El Raval de Barcelona.Kike Rincon (Kike Rincon)

“Está claro que no estamos en 2017, cuando se desató el fenómeno de los narcopisos”, intenta ser objetivo Ángel Cordero, de Acció Raval. Cordero es vecino del barrio y recuerda perfectamente cómo las mafias ocuparon pisos vacíos de bancos y fondos buitres y los utilizaron para vender y consumir sustancias hasta convertir en imposible la convivencia en las comunidades de vecinos. “Antes de la pandemia se llegaron a eliminar el 90% de los pisos donde se vendía droga y solo quedaron nueve en activo. Ahora sabemos que las mafias han ocupado 60 pisos y tienen activos cerca de 15. Cuando la policía consiga desarticular uno de los puntos se irán a otro. Por cada piso que les cierran no solo tienen plan b sino tambén c, d, e…”, lamenta. “Ahora las mafias son más discretas. No es como en 2017, que te encontrabas a los consumidores en la escalera pinchándose. Si no hacemos nada el fantasma de 2017 nos va a estallar en la cara”, vaticina.

El Ayuntamiento de Barcelona calcula que hay cerca de 900 pisos vacíos propiedad de grandes tenedores en el Raval. Los vecinos aseguran que son muchos más. “La especulación y la gentrificación están expulsando a las familias. Los pisos vacíos son ocupados impunemente por bandas para traficar. Está claro que los fondos quieren degradar el barrio para quedarse con nuestras casas y luego hacer inmuebles para los ricos”, denuncia Cordero. El activista denuncia que solo se ha actuado policialmente en el barrio. “No se ha hecho nada en materia de prevención, solo se ha inundado de policías y cuando se ha conseguido cerrar los narcopisos se ha desbordado el consumo de heroína a plena luz del día y en plena calle”, sostiene.

El pasado 23 de septiembre los narcos volvieron a ocupar un piso en el 7 bis de la calle de Sant Salvador. “Lo hicieron con mucha agresividad y en un tiempo récord. Han aprendido mucho. Colocaron a dos mujeres cuando llegó la policía y solo enseñaron ellas la documentación haciéndose pasar por vulnerables. De esta manera consiguen disimular que se dedican al tráfico de drogas”, revela Torro. La vecina esta semana ha vuelto a bajar las escaleras armada con un silbato por si tiene algún percance en los rellanos de su propio edificio. Ese pito le puede servir para pedir auxilio al resto de vecinos. “En el Raval está claro que las puertas antiokupas son como la mantequilla. No sirven para demasiado. Entran de forma rápida, se instalan y comienzan a traficar con los que llaman pisos dormidos. La prioridad es ser discretos. Primero venden droga a pie de calle, luego vendrán las amenazas, los clientes, las llamadas al interfono a todas horas, la suciedad y el miedo”, avanza la vecina.

El número 22 de la calle de Roig se convirtió en un símbolo de la degradación. Todo el edificio era en 2017 un gigantesco narcopiso —algunos aseguran que fue el primero del barrio— del que los vecinos consiguieron deshacerse gracias a la presión y la unidad de una calle contra las mafias. “El 20 de octubre se cumple el quinto aniversario del día que conseguimos echarlos”, recuerda Carlos. “Creo que el barrio poco a poco ha ido recuperando aquella degradación. Hay más basura por la calle, más jeringuillas. Dicen que el chute de heroína cuesta ahora cinco euros. ¿Qué puede llevar eso por cinco euros?”, se exclama. “Lo que sí que es verdad es que ahora es más complicado identificar a los okupas que delinquen. Solo lo detectas por el deambular de la gente a las cinco de la mañana en busca de droga”, sostiene Carlos. El vecino se ha convertido en un experto en la manera de actuar de las mafias. “Ahora utilizan mucho la figura de los halcones. Personas que están en la calle supervisando quién entra y quién sale. Quién se acerca y quién se va. Hay otros en patinetes eléctricos que se dedican a transportar droga de aquí para allá. Se han convertido en el Glovo de la venta de heroína”, mantiene.

Santi González abrió en 2018 una tienda de ropa, Araña Raval, en la calle de la Riera Baixa. Es comerciante, activista antidesahucios, antiturismo, antifascista… y desde el pasado septiembre es el número cinco en las listas de la CUP a la alcaldía de Barcelona en los comicios del próximo mayo. “El problema que tenemos en el barrio es que el 50% de las personas que viven en el Raval están en riesgo de pobreza o de exclusión social. Batlle sabe que si hacen leyes duras en contra de la okupación para echar a los narcos también les servirá la misma normativa para echar a los que no tienen otra alternativa”, desconfía.

“¿Cuántas veces te has planteado irte de este barrio?”, esta es la pregunta que más ha escuchado Carmela Torro desde que convive con narcopisos de forma intermitente. “Muchas, muchísimas, quizás demasiadas. Pero me gusta este barrio y su riqueza cultural. Fue una elección vivir aquí y no estoy dispuesta a que me expulsen las mafias”, concluye.

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