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POLÍTICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El PP, entre Romanones y Eurípides

Los populares catalanes rechazan el diálogo con el soberanismo, en contra de la práctica de la derecha cuando ha llevado las riendas del Gobierno central

Feijoo PP
Alberto Núñez Feijóo (c), junto al reelegido presidente provincial del PP en Barcelona, Manu Reyes (i), y el presidente del PP de Cataluña, Alejandro Fernández, el 23 de julio.Kike Rincón (Europa Press)
Francesc Valls

Alcalde de Madrid y tres veces presidente del Gobierno, al conde de Romanones se le atribuye la expresión: “Cuando digo jamás es hasta esta tarde” y, claro está, “nunca jamás es hasta mañana”. En esa estela podría inscribirse Alejandro Fernández, buen orador, hombre razonable y líder del Partido Popular catalán. Un político con discurso e ideas propias. Sin embargo, como en las excusas nacional-católicas esgrimidas por las actrices pioneras del destape español–”solo me desnudo si el guion lo exige”–, Fernández sigue el libreto general del PP.

En ese sentido deben entenderse sus afirmaciones recientes que vaticinan que si Alberto Núñez Feijóo, presidente del PP, llega a la Moncloa no habrá continuidad de la mesa para diálogo con el independentismo catalán, ni reforma de delito de sedición. Una somera visita a la hemeroteca muestra, sin embargo, que siempre que ha gobernado la derecha, el PP ha empleado a su antojo político –con la aquiescencia de la izquierda– los pactos con los nacionalismos catalán y vasco, incluso con ETA en plena actividad. Entre 1998 y 1999, el Congreso aprobó por unanimidad dos mociones instando a desarrollar una “flexible política penitenciaria” para acercar presos de la organización terrorista al País Vasco. En ese periodo, 120 etarras fueron aproximados a Euskadi mientras se facilitaba el regreso a 300 exiliados próximos a la organización.

“Si los terroristas deciden dejar las armas sabré ser generoso”, afirmaba el expresidente del Gobierno José María Aznar en marzo de 1998. En noviembre de ese mismo año, el entonces presidente añadía “por la paz y por sus derechos no nos cerraremos, sino que, por el contrario, nos abrimos a la esperanza, al perdón y a la generosidad, y por la paz pondremos lo mejor de nuestra parte para hacerla definitiva con la ayuda y la esperanza de todos”. Aquel mismo mes añadía: “El Gobierno y yo personalmente he autorizado contactos con el entorno del Movimiento Vasco de Liberación”, que era como Aznar denominaba en aquellos años a ETA y a su entorno. En el Parlamento vasco, los populares alcanzaron más de un centenar de acuerdos con los predecesores de la actual Bildu.

La inteligencia política de Alejandro Fernández a buen seguro que pone prevenciones al diálogo con los independentistas catalanes por imperativos del guion. Si hubo contactos entre PP y Herri Batasuna en 1993 –cuando ETA asesinó a 14 personas– no tiene sentido dinamitar preventivamente la mesa negociadora con el soberanismo catalán –que no ha matado a nadie– . Otra cosa son los peajes a Vox y, sobre todo, a ese electorado fronterizo entre ambas formaciones crecido a la sombra del procés.

La sensatez política recomienda volver a ese PP que por boca del actual senador cunero Javier Maroto (PP) justificó los pactos con Bildu: “No me tiemblan las piernas por llegar a acuerdos con nadie”, sostuvo en 2013 el entonces alcalde de Vitoria. No hay duda de que el PP volverá al principio de realidad forjado entre la necesidad de mayorías y la virtud de la sensatez.

Cuentan que tras la batalla de Siracusa entre espartanos y atenienses, los sicilianos socorrían a los marineros enemigos que fueran capaces de recitar de memoria los coros de obras de Eurípides de gran éxito en la isla. A buen seguro que el PP haría bien en escuchar las recomendaciones de Romanones e ir recuperando viejos libretos para su pura supervivencia política.

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