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PIRINEOS-BARCELONA 2030
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los Juegos de la Involución

La hostilidad a la candidatura de los Juegos de Invierno es hija de esperanzas de transformación cortocircuitadas

José Manuel Franco, Alejandro Blanco y Laura Vilagrà, en la sede del COE, en Madrid.
José Manuel Franco, Alejandro Blanco y Laura Vilagrà, en la sede del COE, en Madrid.

Los Juegos Olímpicos son el típico acontecimiento que los políticos utilizan para concentrar a las fuerzas dispersas de la sociedad hacia una idea de país a largo plazo, que se supone que tienen en la cabeza. Ahora que nos preguntarán si queremos organizar unos de invierno, quizá ayuda saber que los de este año, celebrados en Pekín, han acabado con una etiqueta popular muy alejada de la que pretendía el Partido Comunista. En sus redes sociales, los chinos los han bautizado como “Los Juegos de la Involución”.

Podríamos necesitar la misma palabra si los de 2030 llegan a celebrarse en el Pirineo. Formada por los caracteres “adentro” y “dar vueltas”, neijuan, el término chino para “involución”, ha sido una de los palabros más populares desde 2020 en China, un meme que describe el sentimiento de la nueva generación que se siente atrapada en una rueda de hámster tecnocrática. Si los Juegos de Pekín 2008 cargaban cierta esperanza de que las décadas de progreso económico culminaran con un progreso político, en forma de derechos humanos, apertura al mundo, quién sabe si democracia, los últimos años han borrado estas ilusiones. Se ha fortalecido la mano de hierro con la que el Partido controla la esfera digital, se ha ahogado la democracia en Hong Kong, y Xi Jinping, que si no hay sorpresas abolirá la limitación de mandatos para seguir liderando la nación, se ha convertido en un nuevo Mao. Los millenials chinos hablan de involución porque viven en una feroz competición económica sin aspiraciones políticas en las que volcar los humanísimos anhelos de sentido, agencia y horizonte.

En teoría, una democracia como la que existe en España debería servir para canalizar esas aspiraciones sin que se embotellaran. Pero está ocurriendo justo lo contrario. La vibración de posibilidades del 15M han sido asimilada por el statu quo a la velocidad de la luz, con un Podemos en caída libre en las encuestas desde su disolución en el PSOE. Ese malestar que ha migrado buscando respuestas en la extrema derecha de Vox y Ayuso podría ser perfectamente desactivado por el centrismo de Núñez Feijóo sin que las causas reales sean atajadas. Y en Cataluña la solución independentista ha desaparecido, con Esquerra y Junts más deseosas de competir entre ellas por el favor del PSC que por el derecho a la autodeterminación. La hostilidad ante la candidatura de los Juegos de Invierno, que en condiciones normales deberían ser el epítome de la ilusión, es la hija de estas esperanzas de transformación cortocircuitadas.

Pero la lógica de la involución es más oscura que la del simple desencanto. Desarrollada por el antropólogo Clifford Geertz en un estudio de las heridas coloniales en Indonesia, la involución es la dinámica en la que cae “una cultura que no puede adaptarse o expandir su economía, por lo que el desarrollo solo comporta mayor complejidad y mayor ineficiencia”. Geertz demuestra cómo un incremento en la inversión económica no trae más riqueza ni más justicia social si no va acompañado de un desarrollo endógeno de instituciones y regulaciones a la altura. En otras palabras, sea en China, Indonesia o España, una sociedad sin las heridas cosidas de abajo arriba, con un proyecto de país compartido y validado democráticamente, no solo no aprovechará las inversiones que le lleguen de fuera, sino que lo más normal es que involucione

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