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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Netflix, Aina y Wikipedia

La demanda de contenido digital en catalán existe y hay varios ejemplos que lo demuestran. La Administración debe invertir en este sector

Un usuario utiliza su mando a distancia del televisor para ver una producción en Netflix.
Un usuario utiliza su mando a distancia del televisor para ver una producción en Netflix.Carles Ribas (EL PAÍS)

Esta semana hemos conocido el acuerdo con Netflix de ampliación del catálogo con producciones dobladas o subtituladas al catalán, el gallego y el euskera. Da cierto respiro, justo una semana después de ver unos Premios Gaudí con tan solo seis producciones en catalán y la ironía magistral de Ana Polo y Oye Sherman. El sector, obviamente, reclama más inversión pública para fomentar obras originales en catalán. También resulta oxigenante por el sentido de urgencia del estado de la lengua en los entornos digitales, tanto en consumo como en producción de contenidos de usuarios e influentes, que, en busca del máximo alcance, optan por el castellano o el inglés.

La cifra pactada es exactamente 70 contenidos al año, lo que supone un 3,5% de las 2.000 producciones disponibles en el catálogo de Netflix para España. Se torna aún más discreto si tenemos en cuenta que no alcanza el 6% previsto en la ley audiovisual que se aprobó en noviembre, con sudor y negociaciones paralelas a los Presupuestos Generales del Estado.

Ahora bien, la demanda existe y hay varios ejemplos que lo demuestran. El primero es el hecho de que el catalán fue la tercera lengua que entró en Wikipedia hace dos décadas, por detrás del inglés y el alemán. Pero no hace falta ir tan lejos: en abril de 2021 hubo una gran campaña en redes sociales para ver La Família Mitchell contra les màquines en Netflix, como una forma de acción colectiva que diera argumentos cualitativos y cuantitativos para que la plataforma entendiera el catalán como lengua solicitada y rentable. No podemos asociar esta movilización al acuerdo firmado, pero confirma que una parte de la ciudadanía está por la labor.

Los entornos digitales también incluyen a los asistentes de voz y un estudio de 2019 de Política Lingüística detectó que el 90% de las personas que se relacionan verbalmente con los dispositivos optarían por el catalán si estuviera disponible. Quizá esto explica en parte el gran éxito que está teniendo el Proyecto Aina, que entre otras acciones invita a la ciudadanía a crear un corpus de locuciones a través de la plataforma abierta Common Voice de Mozilla. Es un sistema de donación de voz muy sencillo que en un mes ha recogido 500.000 voces, situando el catalán en segundo lugar por volumen de entre las 131 lenguas recogidas. Consiste en una sencilla grabación de cinco frases que te muestra el portal, o bien escuchar y validar otras grabaciones realizadas anónimamente. La base de datos resultante será pública y estará a disposición de quien la quiera utilizar.

Con los tres ejemplos vemos desde lo más institucional (el acuerdo con Netflix) al activismo de base (Wikipedia), pasando por este último híbrido del Proyecto Aina (impulsado por Políticas Digitales junto al Barcelona Supercomputing Center, con un presupuesto de 250.000 euros, y combinado con la colaboración ciudadana). Poner la voz es un acto político y de reivindicación que hay que celebrar, pero que no exima a la Administración de apostar firmemente. Es decir, con inversión.

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