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JUEGOS OLÍMPICOS DE INVIERNO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Dan para tanto los Juegos Olímpicos de Invierno?

Da la impresión de que ERC, y en especial Pere Aragonès, están atrapados entre el deseo y la convicción, con un pie en el pragmatismo económico cortoplacista y otro en la teoría de la amenaza climática

La consejera de la Presidencia, Laura Vilagrà (d) y la Secretaria General del Deporte, Anna Caula (i)
La consejera de la Presidencia, Laura Vilagrà (d) y la Secretaria General del Deporte, Anna Caula (i).Enric Fontcuberta (EFE)
Manel Lucas Giralt

Igual no haría falta tanta polémica por los Juegos Olímpicos de Invierno. Cuesta imaginar que las opciones de victoria de la candidatura sean tan reales como para justificar todo el tiempo que estamos invirtiendo en su diseño, rechazo y discusión pública. Pero ahí estamos, como si no hubiera otra manera de dar saltos adelante en bienestar como no sea a partir de macroproyectos. También es cierto que este asunto de los Juegos es pretexto fácil para marcar territorio político, más aún cuando, incluso aquí, ha tenido que colarse en las últimas horas el incordio del agravio territorial.

Por todo ello, la candidatura ha centrado la sesión de control al Govern en este Parlament todavía a medio aforo por la ómicron. La izquierda enarbola la bandera de la ecología, y la derecha la del desarrollo. En medio, el president de la Generalitat, Pere Aragonés, hace equilibrios con afirmaciones tan inefables como defender unos juegos que “ayuden a la diversificación de la actividad económica”. Es decir, se trataría de que el deporte de la nieve ayude a diversificar económicamente una zona machacada por el monocultivo del turismo deportivo. Da la impresión de que Esquerra, y en especial el president, están atrapados entre el deseo y la convicción, con un pie en el pragmatismo económico cortoplacista y otro en la teoría de la amenaza climática.

El debate ha tenido un penúltimo giro de guion que ha entusiasmado a los nacionalistas: la conveniencia o no de compartir candidatura con Aragón. El líder de Ciudadanos, Carlos Carrizosa, estaba tan encantado de darle ese barniz a la polémica que incluso se ha atrevido con ese chiste que todos hemos tenido en mente algún día: “¿El presidente Aragonès se va a reunir con el presidente aragonés?” Se le veía feliz a Carrizosa por haber encontrado ese punto de discrepancia con el Govern, lo que le consuela de coincidir con Junts per Catalunya en la defensa del proyecto de Juegos Olímpicos, la ampliación del Aeropuerto de El Prat o el Hard Rock de Tarragona.

A todo esto, como recordaba el líder socialista, Salvador Illa, estamos olvidando que las candidaturas olímpicas las presentan ciudades, y que, por tanto, hay que tener el apoyo del ayuntamiento de Barcelona, muy refractario hasta ahora. Siempre se puede acudir al de Huesca, y apoyar su propuesta a cambio de recuperar las obras de arte de Sixena.

En este primer pleno del 2022 también hemos visto un cierto rearme del independentismo, como siempre de manera reactiva; la hiperactividad judicial de las últimas semanas y la hiperpasividad del Gobierno español con la mesa de diálogo han espoleado a los más críticos, y han forzado a Aragonès a recuperar el mito del 52%, mientras anunciaba reuniones de independentistas para buscar puntos de acuerdo. El anuncio iba destinado sin duda a calmar los ánimos en el patio agitado de unos grupos que creyeron tocar el cielo hace ya más de cuatro años y siguen viviendo con dificultad el durísimo aterrizaje. Aunque, al tiempo que tendía esa mano al resistencialismo indepe, evitaba apoyar la decisión de la alcaldesa de Vic, Anna Erra (Junts), de prohibir una carpa del PP por razones de “moral y buenas costumbres”. Lo dicho, juego de equilibrios.

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