Los conciertos de Tirzah y Leon Vynehall, dos caras de un mismo Sónar
Los músicos británicos, con propuestas disímiles se enseñorearon en la franja nocturna del festival en el CCCB
Con el público jugueteando con la incipiente lluvia, más bien la lluvia jugando con el público, la noche fue cayendo en la primera jornada del Sónar CCCB, ese hermano pequeño del Sónar diurno cuando trasteaba con las instalaciones museísticas. Y si de juegos va la cosa, un juego es lo que propuso Tirzah, una de las estrellas de la jornada, al público que se presentó en su escenario del Hall, un juego completamente opuesto al que desplegó la otra figura de la noche, el inglés Leon Vynehall, esta vez en un Complex que explotó literalmente envuelto en las luces que envolvieron su directo. Un juego de elusiones el de Tirzah, a la sazón también inglesa, y un juego de evidencias por parte de Vynehall que, vaya por delante, dejó a su público menos confuso que Tirzah.
Tirzah es una artista que huye de lo evidente. Sus temas acostumbran tener melodías intachables, en algunos casos hasta dulces y tiernas. La producción de las mismas, en buena medida de Mica Levi, su acompañante en el CCCB, busca el efecto contrario, desasosegar sin llegar a generar rechazo, aunque sí una tenue incomodidad que no permite al oyente consumir sus piezas más lentas como si fuesen baladas a las que abandonarse. Este juego se amplificó en directo hasta el maximalismo en la miniaturización de las canciones, expuestas con la lentitud con la que un anciano arrastra una pesada alfombra por el suelo. Jugando con su cálida voz y unos entornos electrónicos sin ritmo predecible y arreglos esqueléticos, apostando siempre por la insinuación, estirando el tiempo con una sensación de pereza inaudita, iluminados ambos músicos por la penumbra de dos focos rojos inmóviles, el concierto pareció que nunca iba a despegar cuando en realidad ya lo había hecho.
A medio camino de un trip-hop adormecido, un rhythm anb blues en cueros y un pop electrónico que huye de la amabilidad como la puntualidad de los trenes de cercanías, solo faltó que olvidase alguno de los temas más populares de su último disco, Colourgrade, composiciones como Techtonic, la delicadísima Beating o su éxito Send Me, apostando por las angulosas Crepuscular Rays o Sleeping. Para quienes iban a escuchar hits, el concierto fue como tensar un arco largo inglés aún convaleciente de un resfriado. Una artista de intención aviesa como pocas.
Tampoco le fue a la zaga Leon Vynehall, que desperezó de sopetón a los que venían de la inquietante placidez de Tirzah. Situado de perfil al público, a esas alturas capaz de bailar con el goteo de un tejado, el productor y músico orquestó un pandemónium de ritmos que solo en ocasiones adquirían patrones bailables. Sin embargo era tan alto el volumen, tanta la intención de dar guerra, tan física su entrega manejando los controles de sus instrumentos, tanta la excitación de las luces estroboscópicas y cegadoras y tal la constante variación de estilos y patrones (del dubstep al UK Garage, pasando por esbozos de techno y baños de ruido), que su directo lo encumbró de manera inapelable.
Con las mascarillas en huelga abandonadas en un bolsillo, lo cierto es que el calor era notable, pareció por un momento que aquello era el Sónar de noche, aunque en un tamaño humano y, en este caso, con la ventaja de estar a cubierto. Porque fuera los muertos abducidos por las calabazas se estaban mojando bajo un chaparrón que ni en sus momentos más virulentos pudo competir con la excitante y violenta explosión rítmica de Vinehall. Soberbia su presencia en el festival.
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