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Crónica
Texto informativo con interpretación

Pere Aragonès ante el reto de liderazgo real

Hace tanto tiempo que la gente veía al republicano como el único candidato realmente existente que la investidura parecía el simple cumplimiento de un trámite

Manel Lucas Giralt
Pere Aragones
Pere Aragonès abandona el Parlament tras superar la investidura.Albert Garcia (EL PAÍS)

El primer reto de Pere Aragonès como presidente de la Generalitat, incluso antes de tomar posesión del cargo, está siendo atraer el protagonismo y la relevancia que corresponden a su flamante dignidad. No le ha resultado fácil por ahora: el lunes, al anunciar el acuerdo con Junts per Catalunya, apareció con su tono discreto habitual al lado de Jordi Sànchez, líder juntero, que lució aplomo y esa experiencia en la proclama que se remonta a cuando era líder de la Crida; Sànchez asumió además el discurso más épico, el que se lleva los titulares de la prensa inmediata y los tuits de acólitos fervorosos y de apasionados odiadores; la retórica siempre es más magnética.

Seguimos: el jueves, día de la primera sesión de investidura de Aragonès, las portadas de la mañana las ocupó Elsa Artadi con su espantá de última hora, borrándose de la vicepresidencia del Govern que todo quisqui le daba por descontada. La habilidad del espacio post-neo-para convergente para retener la hegemonía es tal que incluso controlan el relato por pasiva.

Y me dirán: bueno, pero el viernes, cuando finalmente lo iban a votar como president, entonces sí habrá atraído los focos. Pues, en fin, tampoco del todo. A mitad de la sesión, ha aparecido en el Parlament Oriol Junqueras, el líder de Esquerra, con un permiso penitenciario, y mientras subía las escaleras flanqueado por la plana mayor del partido —excepto Aragonès, que escuchaba a Jéssica Albiach (En Comú Podem) en el hemiciclo—, ha arrancado los aplausos de los fieles que se distribuían por la sala de los pasos perdidos. La noticia era Junqueras, así lo entendían los medios que hacían cola junto a él para conseguir una dosis de palabras como vacuna de Pfizer. Y Aragonès seguía anclado al escaño soportando los improperios de la oposición (unos más duros que otros, todo hay que decirlo).

Al nuevo president de la Generalitat lo ha perjudicado la previsibilidad. Hace tanto tiempo que la gente lo veía como el único candidato realmente existente que la investidura —a la tercera votación, por si todo era aún poco cansino— parecía el simple cumplimiento de un trámite de los que requieren un montón de papeleo; ni el mejor cava aguanta las burbujas tres meses después de descorcharlo. Y eso es lo que llevamos desde “el mandato del 14-F”—actualización realista del “mandato del 1-O” hecha por la portavoz republicana Marta Vilalta.

Lo que está fuera de toda duda es que Pere Aragonès es el primer presidente que ha ascendido en el partido desde abajo: como él mismo ha recordado, lleva más de 20 años
Lo que está fuera de toda duda es que Pere Aragonès es el primer presidente que ha ascendido en el partido desde abajo: como él mismo ha recordado, lleva más de 20 años

Pero vaya, con más flashes o menos, Pere Aragonès ya es el presidente de Cataluña. Lo ha proclamado Laura Borràs desde la presidencia del Parlament, con voz desganada: una mezcla de cansancio por la sesión tediosa y poco entusiasmo por el resultado.

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El nuevo líder de la Generalitat lleva mucho tiempo cargando el peso de una doble vicaría: la de la presidencia y la del liderazgo de ERC. La primera ya se la ha sacado de encima. La segunda depende de su gestión, pero no solamente: la influencia de Junqueras sigue incólume, y así será, como mínimo, mientras continúe en la cárcel.

Lo cierto es que un cargo como el de president de la Generalitat imprime personalidad. Y aunque la negociación de conselleries con Junts no haya sido la más brillante, el sistema político catalán es, de facto, bastante presidencialista. Si no, que se lo digan a Josep Tarradellas, a quien solo importó el rango y no las competencias. Sí, Tarradellas, el president que Esquerra solo reivindica con la boca pequeña, lo que trae de cabeza a los periodistas: “¿Pero qué decimos, que Aragonés es el primer presidente de Esquerra desde Lluís Companys?” Bueno, así lo proclaman los portavoces del partido, que adoran al president màrtir, pero se incomodan con el que volvió del exilio de la mano de Adolfo Suárez (aunque eso supuso la única restauración de una institución republicana tras el franquismo, ojo). Aprovechando el vacío, fue Salvador Illa (PSC) quien se declaró tarradellista el jueves, lo que ha obligado el viernes a Marta Vilalta a hacer una finta e invocarlo también: una cosa es tenerlo arrinconado en el baúl de los recuerdos y otra dejar que se lo apropien los adversarios.

Lo que está fuera de toda duda es que Pere Aragonès es el primer presidente que ha ascendido en el partido desde abajo: como él mismo ha recordado, lleva más de 20 años en política, es decir, desde los 17. Es también el president más joven, no ha cumplido ni los 40 —no está ni en las listas de vacunables inminentes—, pero las rotaciones exacerbadas de la política catalana estos últimos tiempos lo han encumbrado precozmente, como un futbolista del juvenil llamado al equipo A por falta de titulares: durante alguna de las efervescentes jornadas de otoño de 2017, algunos viejos dirigentes republicanos me hablaban de los jóvenes valores llamados a protagonizar un relevo; no creo que entonces creyeran que iba a ser todo tan rápido.

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La investidura sí ha servido para intuir que el nuevo president sigue dando mucho peso a su discurso social, que usa más el concepto “republicano” que “independentista” y que huye de los mitos del nacionalismo clásico: este viernes, sus citas de autoridad fueron Manuel Serra i Moret, dirigente socialista y catalanista de la Segunda República, y unos versos de Salvador Espriu que sirvieron antes tanto a Jordi Pujol como a José Montilla.

Superado este primer trámite, queda el problemón de formar Govern. Tras la huida de Elsa Artadi, afloran candidatos a vicepresidentes; las cámaras han captado al inicio de la sesión cómo Damià Calvet, actual conseller de Territori, se acercaba a Aragonés para enseñarle algo en su móvil. Mientras, en los alrededores de la Ciutadella, aparentemente ajeno al juego de las sillas, hacía footing el doctor Josep Maria Argimon, el único que, dicen, tiene la cartera asegurada.

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