Maria Arnal y Marcel Bagés, la tradición del presente
El dúo musical presenta el disco ‘Clamor’ en el Tívoli de Barcelona mediante un espectáculo femenino, elegante y sutil
Como quien integra un nuevo peinado o una nueva sombra de ojos logrando parecer distinta siendo la misma persona. Es más, conseguirlo sin que el cambio parezca una caprichosa pirueta para marcar distancias con la imagen anterior, sino para darle más sentido si cabe. Ser la misma persona de siempre pareciendo diferente. Esos son los cambios que permanecen, los que de verdad hacen que la personalidad se imponga al maquillaje evitando que éste se convierta en lo distintivo. Continuidad y evolución, eso es lo que han logrado Maria Arnal i Marcel Bagés en Clamor, disco que, con un éxito tan apabullante como cantado, han presentado este jueves en el Tívoli en el primero de sus tres conciertos, ya sin entradas, de presentación. Su música se extiende como polen primaveral.
La tradición, la raíz de esa música que ahora nace electrónica en Clamor. ¿Dónde comienza el mar?: ¿En la playa?, ¿en la orilla?, ¿allí donde rompen las olas?, ¿dónde cubre? Arnal y Bagés excavan con la mano para descubrir a pocos centímetros el agua que la arena no deja ver. Esa es la tradición a la que acuden, esa que permite convivir en el escenario a composiciones de su primer repertorio, que sonaron seguidas, con las más recientes. Continuidad sin sobresalto inspirada en un sentido permanente. Canción política, la tradición siempre lo es, y como en el caso del dúo, lo es más cuando menos lo parece. Evocar la fragilidad de un meteorito que se decapa maltratado por la atmósfera, hacer música con sonidos de la naturaleza, velar la muerte de una criatura, dar voz a quien no es el yo, ser empática, hacer política más allá de la consigna, observar, imaginar y orillar el pensamiento aseverativo que suele dictar la testosterona.
Todo funcionó con la naturalidad con la que un bebé mama. Escenario frugal, haces de luz perpendiculares abarcando la parte superior del tronco y los rostros. Contras puntuales, igual que los 24 focos cenitales, usados con tino y mesura. Cinco personas en escenario. Siempre. Tres que no descansaban (Maria, Marcel y David Soler) y dos que no marchaban ni cuando no cantaban, el dúo vocal Tarta Relena, cariátides en ocasiones, figuras sedentes en otras, vestales cuando con Arnal llevaban el blanco de sus vestidos a la boca del escenario. Todo tenía sentido, hasta el hecho de que Arnal cantase sentada en el suelo, como quien cuenta un cuento, canta una nana o evoca con familiaridad recuerdos comunes. Una estampa popular, cantos no impostados, modernidad digital con porrón y tortilla. De lo que no hay. Identidad y feminidad sin alharacas. Lo que permanece tras cualquier cambio.
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