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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Presidente de orden (y aventura)

Pere Aragonès, en el fondo, quién le interesa, aunque no ose confesarlo, es Enric Prat de la Riba, al que incluso tiene un aire. Una figura a la que su muerte temprana dejó inmaculado

Pere Aragonès y Oriol Junqueras.
Pere Aragonès y Oriol Junqueras.Albert Estévez (EFE)
Joan Esculies

Sin pretenderlo, Esquerra está a las puertas de implantar un modelo que durante las últimas décadas muchos en su seno —también Pere Aragonès en su momento— anhelaron: separar los principales cargos gubernamentales del poder orgánico del partido, como ocurre en el Partido Nacionalista Vasco (PNV). No es un aspecto menor en los tiempos ajetreados de la Netflixpolítica. El presidente de la formación, Oriol Junqueras, podrá así tejer discurso, sermonear y lanzar improperios si es menester, al más puro estilo Xabier Arzalluz, mientras el presidente de la Generalitat departe con el empresariado, sindicatos e instituciones y trate de domar a los miembros de su mesa redonda.

No se trata de bicefalia —en ERC, mientras el electorado responda, pater familias no habrá más que uno—, sino de contribuir a construir alrededor de Aragonès un halo de seriedad que al partido demasiado a menudo le ha faltado en los momentos clave de su historia. De generar, en definitiva, confianza en unos sectores, sobre todo, económicos, que recelan de unas siglas históricas, sí, pero también indefectiblemente relacionadas con los años 1934, 1936 ó 2006.

Apunta Toni Aira en L’altra guerra de successió. L’hegemonia més disputada (2020) que, en enero de 2016, nada más aterrizar en la consejería de Economía y Finanzas, Junqueras trasladó a sus altos cargos que “aquí no hemos venido a demostrar que somos independentistas, sino que somos buenos gestores, asumiendo responsabilidades y haciendo el trabajo”. De ser así, a nadie escapa que la directriz se torció. Pero Aragonès, uno de esos cuadros, está en posición de darse una nueva oportunidad.

El dirigente de ERC dice en el retrato biográfico de la periodista Magda Gregori que sus referentes son Lluís Companys y Pere Casaldàliga —este quizá por influencia de Junqueras—. En 2009 aseguró, en cambio, que lo era Joan Fuster, del que le gusta la frase “o haces política o te la hacen”. Aunque a Aragonès, en el fondo, quién le interesa, aunque no ose confesarlo, es Enric Prat de la Riba, al que incluso tiene un aire. Una figura a la que su muerte temprana dejó inmaculado lo que permite que incluso hoy puede reclamarle el independentismo de izquierdas sin que chirríe en exceso el recurso.

En junio de 2012 presentó el proyecto de tesis doctoral La Mancomunitat de Catalunya y el desarrollo económico (1914-1925) dirigido por el catedrático de Historia e Instituciones económicas de la UB, Carles Sudrià. Aunque nueve años después la tesis está en el limbo, Aragonès podrá jugar a emular esos días. El republicano aseguró a La Vanguardia a principios de mes que era necesario incorporar al Gobierno “talento de fuera de los partidos”. Toda una declaración viniendo de alguien que debe su progreso al partido. Como ejemplo de esa intención situaba a Miquel Puig al frente de un comisionado Next Generation.

Aragonès hablaba de “un Gobierno de transformación”, lo mismo que en el artículo de este martes en el diario Ara, Construir confianzas para transformar el país. Un verbo muy pratiano. Y un objetivo que podría conseguir, precisamente, aprovechando la necesidad del Gobierno del PSOE y Podemos de ejecutar una proporción muy elevada de los 73.000 millones de euros de los fondos de reindustrialización para no llegar a 2023 y caer en el descrédito de haberlo hecho, ni marcado unas líneas de gasto estratégicas.

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Pero en la vida, como cantaba Mishima, “todo es orden y aventura” y junto al intento de lo primero Aragonès (y la ciudadanía) deberá pagar el precio de lo segundo. La aventura: la moción de confianza, el jaque continuo a los Mossos, la ruleta de las asambleas cuperas, el desgaste sin fin del pegamento que unirá a las fuerzas que apoyaran el Gobierno pero que no depende de ellas —la amnistía y el referéndum—, la demanda de protagonismo del presidente Puigdemont y, de fondo, la lucha por el liderazgo en Junts.

Lamenta en Les hores greus el expresidente Quim Torra que Aragonès tenía “siempre un papel pasivo, ausente” en las reuniones y que no añadía nunca nada al final. Su sucesor es un político profesional. A callar, si no se tiene la última palabra o uno no cuenta con el apoyo de la mayoría, para no significarse más de lo debido y luego a urdir por otras vías, se aprende en las ejecutivas de los partidos. Algo que un activista no está acostumbrado a hacer, ni a comprender. Aragonès será un presidente muy distinto a los dos últimos, más clásico y aburrido, pero tendrá todo un partido detrás. Su propósito último: imponer su orden a la aventura.

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