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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fin de época del turismo cultural

El cierre por obras durante cuatro años largos del Centro Pompidou parisino anuncia tantos cambios como los que su apertura, en 1977, promovió en museos y grandes exposiciones internacionales

El Centro Pompidou de Paris.
El Centro Pompidou de Paris.FRANCOIS GUILLOT (AFP)
Mercè Ibarz

Suceden cosas significativas cada día, aquí y en todas partes, los tiempos víricos conducen lo universal y lo local a la vez, una rueda estratosférica que mueve una especie de tiempo sin tiempo. Algunas cosas anuncian lo que viene. Algunas lo hacen de manera callada, sin levantar demasiado la voz, y se cuentan en los medios como algo más de lo que calladamente pasa y aún no sabemos bien cómo nombrar. Entre los anuncios en voz baja del futuro, a finales de enero se reveló el cierre del Centro Pompidou, en París, la fábrica por antonomasia del turismo y el ocio cultural del siglo XX.

El Pompidou —que algunos llamamos todavía el Beaubourg, su primer nombre, más o menos popular, seguramente para obviar la referencia presidencialista de su denominación oficial— estará en obras cuatro años largos, que empezarán a finales del año que viene. Cuando se reabra, en 2027, todo lo que el gran mamotreto de fachada de tuberías del barrio de las Halles significó en su apertura, en 1977, será completamente diferente, en todas partes. En las grandes exposiciones, en la gran biblioteca pública, en las colecciones públicas de arte moderno y contemporáneo, y seguramente sobre todo en el carácter de centro cultural interdisciplinario e interclasista que durante años ha mantenido y que fue en sus primeros años un modelo a seguir.

No deja de ser curioso que la noticia del cierre se haya dado ahora que el centro está cerrado, los museos franceses están todos clausurados por la pandemia. Es una de esas puestas en escena que la vida procura para que advirtamos a fondo lo que se cuece. Un gran centro cultural cerrará durante largo tiempo, vale, pero ¿a quién le importa, si ya está cerrado? Es como cuando aquí se inauguró el Macba, sin nada dentro. Vacío. Se inauguraba una carcasa, una muestra de arquitectura de museos, que era lo que molaba en aquellos años, pero lo vestimos de inauguración de todo un museo de arte contemporáneo y todas las tribunas aplaudieron. Visto con perspectiva no era raro. El extraño artefacto llamado Centro Pompidou y su éxito inmediato y masivo entre gente muy diversa y de diversos lugares había demostrado que lo primero era perder el “miedo al museo”, lograr que la gente entrara y el resto ya lo veríamos, y eso es lo que había conseguido la fachada con aspecto de gran mecano y de factoría postindustrial que montaron en París los arquitectos del centro que ahora debe ser restaurado de arriba abajo. Los arquitectos fueron el italiano Renzo Piano y el británico Richard Rogers.

Ahora el centro está hecho papilla, no solo por el desuso creado por la pandemia. Ni por el malestar urbano que lo envuelve y que se ha metido en sus entrañas desde hace ya tiempo. Piano y Rogers jugaron esa carta también: si queremos un museo que no lo parezca y que dé nuevos usos y nuevos públicos al arte y la cultura a finales del siglo XX, hay que aceptar la vida que viene de la calle. Siempre me ha gustado ir al Beaubourg, incluso en sus últimos años agónicos. Por muchas razones, me he sentido bien allí. Por sus escaleras mecánicas que te llevan hasta los techos de París, seguro. Desde fuera, subiendo por la fachada, sin ninguna obligación de ir ni a ver las exposiciones temporales, a menudo magníficas, ni a la biblioteca ni a la sala de cine ni a la tienda ni al museo que contiene, ni a una conferencia ni nada parecido. Sí, un centro de arte y cultura (su nombre completo es Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou) también debe ser eso: un lugar donde estar sin que te exija nada, solo invitándote a entrar. Ahora, el gran amigo está hecho caldo, el amianto se lo come y lo cercena con telas de araña de tubos oxidados.

Las averías constantes lo han ido degradando y en paralelo, como es de rigor que la degradación de la casa sea la de su mundo y objetivo, el comercio del arte a su alrededor se ha ido devastando con el gran éxito del turismo y ocio cultural que fue la razón mayor del Pompidou para existir y alzarse en 1977, tras seis años de trabajos y de complicaciones políticas. No ha sido hasta ahora que quien manda en cultura, la ministra Roselyne Bachelot, ha tomado medidas. El calendario de obras sostiene que el nuevo Pompidou podrá ser reabierto en 2027. ¿Alguien imagina cómo será el mundo entonces? Por si acaso, las autoridades competentes lo han anunciado este segundo año pandémico como quien no quiere la cosa, sin decir ni mú de los futuros contenidos y programa. Nadie les ha preguntado nada al respecto, que no están los tiempos para predicciones ni grandeur. Termina una época.


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