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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un candidato alfa para un futuro incierto

Puigdemont argumenta que encabezará la candidatura de JxC para apoyar a Laura Borràs y conseguir así que una mujer sea la próxima presidenta de la Generalitat. Pero si es así ¿por qué no va de segundo?

Milagros Pérez Oliva
Carles Puigdemont y Laura Borràs en un acto de campaña en Waterloo.
Carles Puigdemont y Laura Borràs en un acto de campaña en Waterloo.EFE/Leopoldo Rodríguez

Aunque ya había dicho que no sería candidato a la investidura como presidente, Carles Puigdemont vuelve a encabezar la lista de Junts per Catalunya, esta vez para las elecciones del 14 de febrero. Con este movimiento intenta volver a lo alto del alero justo cuando comenzaba a dar señales de ser una estrella en declive. Las victorias jurídicas en el extranjero pueden tener un gran valor simbólico, pero también pueden ser pírricas. Su condición de eurodiputado no le ha dado un mayor protagonismo en la vida pública. Al contrario, su figura ha quedado diluida en la inmensidad del europarlamento y poco a poco ha ido perdiendo también presencia en la política catalana. Finalmente ha decidido encabezar la candidatura y lo ha justificado de un modo falaz: no porque crea que lo merece, o que Cataluña le merece a él, sino argumentando que lo hace para apoyar a Laura Borràs, la candidata que ha ganado las primarias de su partido, y conseguir así que una mujer sea la próxima presidenta de la Generalitat.

Si lo que quería era ayudar, bien podía ir de segundo. En términos de eficacia política hubiera sido igual de funcional y el argumento hubiera sido coherente con los hechos. Pero no, ha decidido encabezar la lista, con lo que el mensaje implícito es que las mujeres necesitan la ayuda de los hombres alfa para llegar. Como argumento oportunista no es muy afortunado.

Esta vez admite que no será presidente y con ello reconoce que si Junts gana, volveremos a tener una presidenta vicaria

Atrapado en su propia estrategia de fuga hacia adelante, Puigdemont intenta repetir la jugada de las elecciones de diciembre de 2017. Pero los tiempos han cambiado. Ya no puede presentarse como el candidato legitimista de una institución intervenida. El artículo 155 de la Constitución hace tiempo que dejó de aplicarse y el coronavirus nos ha situado de golpe en el terreno de la gestión de los asuntos públicos, donde se pone a prueba la capacidad de los políticos.

El expresidente encabeza la candidatura, pero ya no puede prometer que volverá para encarnar desde la Presidencia de la Generalitat el espíritu del 1 de octubre. Esta vez admite que no será presidente y con ello reconoce que si Junts gana las elecciones, volveremos a tener presidente vicario, algo que ya ocurrió con Quim Torra. En este caso, sería una presidenta que admite la posición de vicaria, lo que en términos de la lucha por la igualdad de género, también tiene su mensaje.

Junts per Catalunya concurrirá en esta ocasión por primera vez en competencia con el PDeCat, heredero de la antigua Convergència Democràtica, que conserva figuras como Artur Mas, Joana Ortega, Joan Rigol o Andreu Mas Collell y tiene todavía más de 8.000 afiliados, frente a los 5.000 de Junts per Catalunya. La de Puigdemont es una apuesta personalista que pretende mantener la confrontación con el Estado, mientras que el PDeCat pretende encarnar un proyecto político de moderación con voluntad de aglutinar los sectores centristas que durante muchos años fueron el soporte electoral del pujolismo.

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ERC y PSC utilizan el mutuo antagonismo para reforzarse en la lucha por la hegemonía de sus respectivos bloques

Puigdemont intenta polarizar el debate electoral en torno al objetivo de mantener la mayoría independentista para aplicar el mandato del 1 de octubre, pero ataca sin piedad a ERC, su socio de gobierno, incluso a costa de erosionar la imagen de la Generalitat. Trata así de movilizar y atraer al grueso del voto independentista, pero ERC hace tiempo que está en otra onda y no parece dispuesta a dejarse arrastrar al frame que Puigdemont trata de imponer. Tiene claro que todos estos movimientos forman parte de la lucha desesperada por la supervivencia de un político correoso que no acaba de reconocer la magnitud de sus errores, y de los restos de unas siglas que concentraron todo el poder durante años y ahora se resisten a ser desplazados.

Aunque ERC subraya su enfrentamiento con el PSC, y este le corresponde, ambos utilizarán el antagonismo mutuo para reforzarse en la lucha por la hegemonía de sus respectivos bloques electorales. Pero no está claro que ese antagonismo vaya a perdurar más allá de la jornada electoral. Si la aritmética ofrece una mayoría alternativa a la soberanista de ERC, Junts y la CUP, puede prosperar. Ahora mismo, no es más plausible que ERC y Junts puedan volver a gobernar juntos tras los virulentos enfrentamientos del último año, como que republicanos y socialistas puedan entenderse para formar una alternativa de gobierno con el concurso de los comunes. No necesariamente habría de ser un gobierno tripartito. Existen otras fórmulas que todos tienen in mente. También Puigdemont. Por ejemplo un gobierno de ERC en minoría. El reciente acuerdo alcanzado en el Ayuntamiento de Barcelona para los presupuestos es un precedente que no pasa desapercibido.

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